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Columna
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Papanatismo cultural

¿De verdad es necesario que la señora Helga Schmidt se pasee en limusina por Viena a cuenta de la Generalitat Valenciana para que el Palau de les Arts sea lo que dice ser? ¿Están reñidas la eficiencia y la decencia en el uso de recursos públicos con la excelencia de una programación operística espectacular? Tiene uno la sensación de que la diputada socialista Ana Noguera se ha quedado corta al calificar de "indecentes" los gastos de la intendente y directora artística de ese coliseo de la Ciutat de les Arts, tan feo y costoso como descomunal. Sin duda, los gastos de la señoraSchmidt, con sus 3.000 euros por dos noches de hotel, sus carritos de golf, su chófer, sus desplazamientos y otras anécdotas extravagantes son bastante indecentes, pero sobre todo resultan sintomáticos del papanatismo de quienes le permiten ejecutarlos, unos gobernantes de la especie más ridícula de políticos que quepa imaginar. Me refiero a esos dirigentes que han hipostasiado hasta tal punto el aspecto emblemático de los grandes proyectos, la vertiente propagandística de una cultura por la cual no sienten interés, que carecen de cualquier sentido de la proporción. Como unos nuevos ricos de la gestión pública, revientan el mercado y la caja con tal de conquistar, sin el más mínimo mérito, la foto y el titular. Da igual que se trate de un parque de atraccciones, de una competición de vela, de la contratación de grandes directores de orquesta como Zubin Mehta o Lorin Maazel, de rodajes con actores como Antonio Banderas o de la visita del obispo de Roma a la ciudad. Ellos tiran de talonario, a cargo de los fondos de su Administración. ¿Se acuerdan de Irene Papas, de Bigas Luna, de Luigi Settembrini, de Yoko Ono, de José María Cano o de Julio Iglesias? Produce una desagradable sensación de déjà vu rememorar aquellos evanescentes premios mundiales de las artes para Luciano Berio, Peter Brook, Manoel de Oliveira... Es doloroso concebir el escrutinio al que son sometidos en otros sitios gentes como la directora del Gran Teatre del Liceu, Rosa Cullell, el director artístico del Teatro Real, Antonio Moral, o su director general, Miguel Muñiz, desde la tierra del despilfarro y la excentricidad, un territorio provinciano donde la ostentación arrasa, la racionalidad declina y la austeridad arde en un simulacro pirotécnico entre aplausos entusiastas de los parvenus.

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