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Columna
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Valencia, a zarpazos

La Malva-rosa adquiere el aspecto de un arenal que un día habrá que transitar a lomos de camellos mientras El Saler se estrecha cada verano un poco más. Son los efectos sobre las playas de la ciudad de la expansión de unas gigantescas instalaciones portuarias que devoraron en su día el litoral de Natzaret, de La Punta y, casi, de Pinedo, sin que nadie parezca dispuesto a decir basta. Eso sí, hay que llegar al Marítimo más rápido, en coche particular (!faltaría más¡), y por eso se castiga a los vecinos de la avenida del Puerto con una autopista de cinco carriles que la alcaldesa, Rita Barberá, ha tenido la osadía de calificar de "bulevar". Como ha demostrado una y otra vez, la regidora no sabe nada de bulevares, que son esas grandes vías que diseñaron sus antepasados hace ya un siglo. Ella no sabe distinguir un paseo de una avenida; ni una alameda de una highway, como las llaman los americanos. Sólo hay que asomarse (con cuidado) a la avenida de los Naranjos, a la de Baleares y a tantas más.

Valencia es una urbe hecha a golpes de retórica encendida y a zarpazos de grosera urbanización. Una ciudad pensada a espaldas de quienes la viven, para satisfacer a quienes la utilizan como decorado de sus fantasías de poder y a quienes hacen negocio sobre su piel. Fíjense bien; allí donde se dibuja un proyecto urbanístico, -sea el Parque Central, esa Sociópolis del barrio de La Torre que destruye huerta y no crea ciudad, la desembocadura del viejo cauce del Turia al mar, el complejo de la antigua cárcel Modelo o la dársena interior-, surgen torres o edificios que juegan con las plusvalías en beneficio de los promotores, auténticos factótums en el tablero de la ciudad.

La arquitectura urbana brilla por su ausencia en medio de la embriaguez de dinamismo que se ha apoderado del discurso oficial. Da rabia ver a los vecinos del centro histórico condenados a penar eternamente por lo que podría ser y no es. Ahora mismo, con la política de semipeatonalización que el Ayuntamiento lleva a cabo, vuelven a protestar porque los coches se atascan en las calles estrechas, los aparcamientos públicos se reparten de forma estrambótica y los solares (esas caries que taladran la vieja dentadura del Carme, de Velluters o El Mercat) se convierten en estacionamientos sin ley. Todas las asociaciones vecinales del núcleo antiguo convocan el viernes una protesta para reclamar tarjetas de residentes y sugerir que, a lo mejor, sería conveniente limitar el acceso del tráfico al corazón de Ciutat Vella, un sitio donde ha de resultar posible vivir.

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