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COMER

Arola Madrid

Comer en el Reina Sofía, a pocos metros de Dalí o Picasso, tiene su punto. La propuesta va de platos de vanguardia y música dj.

Dice Richard Gere en una película galante que la comida es algo bello que además alimenta. Los museos son ámbitos de belleza. Y destinos de audacia. Sergi Arola lo entiende así. Acompasa sus sabores al trance escénico creado por Jean Nouvel, el intrépido arquitecto de la ampliación del Museo Reina Sofía. La innovación anida en los platos de su restaurante: en la fugacidad sabrosa de las patatas bravas, las empanadillas o las croquetas en dosis homeopáticas; en los minibocatas de calamares, o en los pica-pica de escabeches, sardinillas o berberechos, guiños a la tasca con estética posmoderna que transitan del mito a la picardía. Comida de prestidigitación, sabores con argumento y chispa. Platos interactivos para dosificar al gusto, como la esqueixada de bacalao servida con sus ingredientes disgregados, el sashimi de pulpo con jengibre y mango o las ostras ahumadas estilo Sacha, son preámbulos certeros y propicios para compartir. Sabores puros dimanan del lomo de bacalao con lenguas de erizos y crema de guisantes o del costillar de lechal asociado a un praliné de pistachos con estética árabe. Complicidad lúdica en el granizado balsámico de frisherman's friend, incluido en un repertorio de postres consabidos, pero distintos. Y media docena de primicias en vinos, renovadas cada día, a precio razonable. Propuestas, en todo caso, singulares y siempre discutibles, trasuntos del propio Sergi Arola, personaje arrogante y sagaz. Y nada módico. Todo un intérprete de la gastronomía contemporánea.

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