_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Qué Cataluña?

Como era de esperar, los nacionalistas catalanes se están movilizando para alertar al electorado catalán de que la elección del candidato socialista José Montilla (nacido en Andalucía) afectará negativamente a la identidad y los intereses de Cataluña. Incluso un articulista nacionalista que escribió recientemente en estas páginas de opinión que el Gobierno tripartito había sido un "fracaso" y "una de las experiencias más esperpénticas vividas en Cataluña en los últimos años", ha sacado a relucir la militancia comunista de Montilla en su pasado como prueba -a su juicio- de su escaso compromiso con Cataluña. Ni que decir tiene que cada articulista que alerta sobre la posible victoria de tal candidato aclara -a fin de ser políticamente correcto- que su negatividad hacia tal candidato no está basada en absoluto en el hecho de que naciera fuera de Cataluña.

La clase trabajadora inmigrante ha ejercido un papel clave en la construcción de Cataluña

En estas advertencias al electorado existe una concepción patrimonial de Cataluña que asume que ellos, y sólo ellos -los nacionalistas catalanes-, conocen, defienden o están comprometidos con Cataluña. Una vez más están dando carnets de catalanidad, mostrando una arrogancia profundamente ofensiva, basada en una ignorancia historiográfica y en una concepción clasista de lo que es Cataluña. En contra de lo que estos nacionalistas asumen, no hay una sola Cataluña. Al menos hay tantas Cataluñas como catalanes existen en este país. Ahora bien, independientemente de cómo se defina esta comunidad, creo que una manera razonable de medir el compromiso de un partido político con Cataluña es analizar el impacto de las políticas públicas que lleva a cabo cuando gobierna en la calidad de vida de la mayoría de la población catalana; es decir, de las clases populares. Pues bien, tal impacto puede medirse y evaluarse. Los datos existentes muestran claramente un sesgo clasista (es decir, que benefician a unas clases sociales más que a otras, y en muchas ocasiones, a costa de otras) de gran parte de las políticas públicas del Gobierno nacionalista conservador. Ejemplos hay muchos. Las escuelas privadas (gestionadas en su mayoría por la Iglesia, y a las que asisten, por lo general, los hijos de familias del 35% de la población de renta superior) recibieron de aquel Gobierno el subsidio más alto de España (y de la UE de los Quince) a costa de los fondos públicos a las escuelas públicas (las que atienden en su mayoría a los hijos de las clases populares). Tales subsidios (incluso a escuelas de élite del Opus Dei) se hicieron utilizando "trampas", como reconoció en su día el entonces presidente Jordi Pujol.

Otro ejemplo de políticas clasistas de los nacionalistas conservadores fue su apoyo a la reforma fiscal del Gobierno de José María Aznar, que significó -de acuerdo con el trabajo realizado por el catedrático de Economía Analítica Zenón Jiménez Ridruejo y su colaborador, el profesor Julio López Díaz, titulado El impacto de la reforma fiscal de 1998- una enorme redistribución de las rentas en Cataluña y en España, de manera tal que el 30% de contribuyentes de renta superior vieron sus rentas aumentar del 59,2% al 62,9% (durante el periodo 1998-2003), mientras que el 60% restante (las seis decilas de contribuyentes de renta inferior) disminuyeron del 31,16% al 27,8%.

Es comprensible que a las derechas catalanas y a las del resto de España les incomode la documentación y publicación de estas políticas clasistas. En una reciente intervención del portavoz de Convergència i Unió (CiU) en el Parlament, éste nos acusó a mí y a mis colegas universitarios de "estar reavivando la lucha de clases en Cataluña" al dar a conocer tales datos. Nosotros, sin embargo, no estamos reavivando, sino meramente fotografiando tal lucha de clases, que ellos están llevando a cabo exitosamente para sus intereses, realidad que fue ocultada por los medios públicos de persuasión (incluidas la televisión catalana y Catalunya Ràdio) que ellos controlaban. Ninguno de estos medios informó tampoco de que por muchos años Cataluña era una de las regiones europeas con mayores desigualdades por clase social. Un varón perteneciente a las clases más adineradas (de decila de renta superior del país) a mediados de los años noventa (en pleno periodo nacionalista conservador) vivía casi 10 años más que un trabajador no cualificado con más de cinco años en paro, una de las diferencias mayores de mortalidad por clase social en Europa, situación a la que contribuyeron las políticas clasistas del Gobierno nacionalista conservador, sobre las cuales hubo un silencio mediático ensordecedor. Ninguno de tales articulistas nacionalistas que continúan hoy dominando la cultura mediática del país hablaron de estos temas. Sus llamadas a la cohesión nacional ocultaron la enorme descohesión social.

Una última observación referente al pasado comunista de José Montilla. Luché en la resistencia antifranquista en los duros años cincuenta y sesenta, lo cual causó mi largo exilio, y pude apreciar el enorme compromiso por la libertad, la justicia social y la identidad catalana que tuvieron los comunistas, siendo merecedores de mi gran estima y respeto. Es resultado del vulgar anticomunismo dominante, ignorante de nuestra historia, que ahora se quiera presentar el hecho de que Montilla militara en su juventud en la resistencia antifascista dentro de las filas comunistas como prueba de su posible escaso compromiso con Cataluña. La clase trabajadora inmigrante ha ejercido un papel clave en la construcción de este país, y en la lucha antifascista que combinó en Cataluña la lucha por la democracia y la justicia social con la recuperación de la identidad nacional. Fue la burguesía la que apoyó y se benefició del franquismo. Artur Mas, dirigente del partido nacionalista conservador, antepuso, por cierto, su proyecto profesional (preparando oposiciones) a su compromiso con Cataluña (como también hizo otro superpatriota de signo contrario, José María Aznar). Es sorprendente ahora su osadía de dudar de la catalanidad de José Montilla, quien desde su juventud y en momentos muy difíciles para Cataluña, luchó por ella.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la UPF.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_