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Columna
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Le hemos dejado solo

Uno de los deportes nacionales de la progresía catalana, en estos tiempos convulsos, ha sido quedar con los amigos para arreglar el mundo, degustar un buen japonés y sacarle la piel a Pasqual Maragall. A diferencia de otros presidentes de la Generalitat, que gozaron de una tremenda calma chicha en sus muchos defectos y sus más notables errores, el amigo Pasqual era tan amigo nuestro, que decidimos pasar su presidencia por el agujero de un alfiler. Debe de ser aquello de la autocrítica de la izquierda, o quizá una muy catalana tendencia saturniana a devorar a nuestros notables, pero lo cierto es que la crítica a Maragall ha sido descarnada, despiadada y tan militante que ha llegado a la pura asfixia. No. No pretendo construir un elogio desmesurado y acrítico, en el que no tengan cabida los defectos. Pasqual los tiene, y algunos son irritantes, como esa incapacidad suya para saltar a la yugular de sus enemigos, o ese perfil bajo en la adversidad, o esa autoridad que no acaba de saber mostrar. Y puestos a hacer literatura, está su gusto por la genialidad de bulto, sacada a bocajarro, generalmente con inoportunidad y alevosía. Iceta decía de él que era un sherpa, un guía que intuía el camino, pero que iba tan lanzado que a veces le perdían de vista. Y si ponemos la lupa pequeña, Maragall ha sido responsable, generalmente por pasiva, de algunos de los errores más importantes de esta legislatura depresiva. Lo resumiríamos en la frase que le hemos ido soltando, con éxito evidente, en algunas cenas cómplices: no ha sabido mandar, dicho el verbo en su sentido tarradelliano. De ahí que le hayan crecido los Vendrell, las coronas de espinas, la feria de vanidades de sus aliados estratégicos, los enanos de la polémica. Todo esto es cierto, o así nos lo parece a muchos, y forma parte de lo que Antonio Franco llamaba, en BTV, "la caída por el peso de la gravedad". Sin embargo, y como también es cierto que Maragall es un político excepcional, de una catadura intelectual, moral y humana muy considerable, capaz de tener una rara visión de estadista en el querido oasis de la mediocridad, tendremos que aceptar que sus defectos forman parte de la complejidad del personaje. Pero, en ningún caso, sobrepasan a sus formidables virtudes políticas. Pasqual Maragall continúa siendo, desde la perspectiva de muchos, el mejor político activo que tenemos en Cataluña, y desde luego, el mejor candidato socialista, a años luz de los experimentos que sueñan en Ferraz o en Nicaragua. Entonces, ¿qué ha pasado?

Hablemos de nosotros, con la excusa de él. Antoni Puigverd asegura que esta legislatura, con todos sus vaivenes, ha representado el momento de mayor libertad de expresión de la democracia. Coincido con él. Superada la trampa mortal del "això no toca" que contaminó las aguas de la información durante décadas, en esta legislatura ha tocado todo, y era tanta el hambre que teníamos, que hemos considerado normal confundir el tiro al plato con el pensamiento crítico. Hemos asistido, sin rasgarnos las vestiduras, a una erosión permanente de la imagen institucional de la Generalitat, con algunos ataques a su presidente que entraban en la categoría del insulto malvado. Ello, sumado a la guerra integral que nos ha declarado la Brunete mediática, ha creado un clima de descrédito que iba mucho más allá del que podían generar los errores cometidos, y así Maragall se ha encontrado en medio de un fuego cruzado insensato que en las Españas respondía a sórdidos intereses, y en las Cataluñas respondía a irresponsabilidades diversas. Lo más estridente -y muy triste- ha sido ver como el hombre que enseñó a Rodríguez Zapatero a entender otra España, se convertía -a ojos del socialismo español- en un obstáculo para poder construir esa otra España. Sin duda, la desafección de Zapatero a Pasqual ha calado hondo en su estado de ánimo y en su voluntad de persistir. Por supuesto que la foto de Zapatero con Artur Mas fue un estoque mortal al centro vital de Maragall. Y por supuesto que el presidente del Gobierno lo sabía.

Pero no sólo ha sido Zapatero. Sus aliados de gobierno, especialmente ERC, se han mostrado en su faceta más infantil, pancartera y baja de techo, y han traicionado la confianza que Maragall depositó en una unión progresista de sensibilidades diversas. Más que unión, esto ha parecido, a menudo, un patio de escuela. Escuchar estos días algunas teorías de la conspiración, como la que vendía el bueno de Ridao en todos los micrófonos que se zampaba, parece una broma pesada. Haría bien ERC en abandonar su tendencia obsesiva al victimismo y, sobre todo, en curarse su complejo de superioridad. Los problemas de ERC se los ha trabajado a pulso ella solita. También ha hecho ruido, y mucho, el propio PSC, tan sorprendentemente meticuloso que no le ha perdonado a Maragall ni una sola coma. Al contrario, ha exhibido, sin pudor, una notable desafección y hasta se ha permitido quebrar algunas decisiones que eran exclusivas del presidente. Sin duda, Pasqual ha pagado un Pacto del Tinell asfixiante que convertía a los partidos políticos en guardianes celosos de su presidencia. Mal planteamiento para un hombre que goza de sus mejores momentos cuando camina libre. Finalmente, y más allá del círculo político estricto, los otros, los que formamos parte del mundo de la opinión, los que teníamos micrófonos y plumas con las que construir gramáticas de la complicidad, los que creíamos en este proyecto y lo decíamos, ¿estamos libres de culpa? Con sinceridad, creo que hemos dejado muy solo a Maragall, quizá víctimas de un amor tan desaforado por la autocrítica que hemos sido víctimas de nosotros mismos. Y así, cual gota malaya, hemos ido erosionando su credibilidad y seguramente su ánimo. Puede que los grandes líderes estén siempre solos. Puede que su categoría radique en su fortaleza en la soledad. Pero el hombre Maragall se parece tanto al político Maragall, que los dos finalmente se han sentido cansados. Lo dice Josep Cuní en una frase preciosa: le han sobrado fidelidades y le han faltado complicidades.

Tiempo tendremos de hablar del día siguiente, con sus Montillas y sus cosas. Pero hoy es el tiempo de Pasqual y, si me permiten, es un tiempo triste. De golpe se nos ha quedado cara de tontos, y toda esa gramática que acumulábamos en la garganta del sarcasmo nos ha dejado atragantados. Ese hombre notable, de mente sólida y moral grande, poseedor de una excepcional lejanía de miras, ese soñador de horizontes lejanos se va. Algunos se han apresurado a construirle puentes de plata y muchos han gritado ¡viva el rey!, pensando en el rey nuevo. Pero muchos otros nos sentimos abatidos, raramente lúcidos en la pérdida, conscientes del lujo insano que estamos permitiéndonos. País enfermo, éste, que desprecia la grandeza con la misma alegría que ama la mediocridad. Y así vamos, locos hacia ninguna parte, abandonando a los mejores en la cuneta.

www.pilarrahola.com

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