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Columna
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El síndrome del pato listo

A diferencia de muchos, ¡tantos!, que necesitan despreciar a los norteamericanos un ratito al día para sentirse bien, yo nunca he practicado ese estúpido tiro al plato. Deporte, por cierto, muy concurrente en una Europa que padece, respecto a los norteamericanos, su doble complejo ancestral: primero, un gran complejo de superioridad, que nos lleva a mirarlos desde la altura de nuestros castillos alemanes, nuestra pintura italiana, nuestros vinos mediterráneos, con esa cara de dónde van estos tipos vulgares, que ni saben leer, ni saben comer, ni saben vestir. Al mismo tiempo, sin embargo, padecemos un notable complejo de inferioridad, no en vano nos han salvado el trasero en varias guerras, todos los avances científicos que nos mejoran la vida son suyos, y encima, la mayoría de los grandes movimientos del XX, como el feminismo, la lucha antirracial, los derechos civiles, vienen de sus lares. Estados Unidos es una democracia sólida, dinámica y, en muchos aspectos, visiblemente superior a la nuestra. Por supuesto, el revolcón, notable y preciso, que le acaban de dar a Bush, nos deja el cuerpo con un humor considerable, y más si cabe un análisis crítico de todo el lío de Irak. Aunque yo no abriría el chamán tan rápidamente porque existe en Estados Unidos el famoso síndrome del pato mareado, que coloca, en el centro de la diana, a todos los presidentes en final de mandato para poder, así, salvar al partido de los dardos. Bush no repetirá, pero que no repitan los republicanos está por ver. En cualquier caso, algunas noticias son notablemente buenas. Una, que Hillary está más cerca de la Casa Blanca, y yo me declaro una entusiasta convencida de esta portentosa mujer. Dos, que preside el Congreso otra notable mujer. Y tres, que la mayoría de referendos han sido ganados por las posiciones más progresistas, incluyendo una mayoría a favor de la investigación con células madre, y a favor de las bodas entre homosexuales. De todo ello, sin embargo, lo que más me ha gustado ha sido el espíritu institucional que rige los destinos de ese gran país. Bush no nos gusta nada, pero ha tenido la grandeza que muchos no tienen por estas tierras, y no sólo ha reconocido su severa derrota, sino que inmediatamente ha tendido la mano a los demócratas, ha invitado a Nancy Pelosi a la Casa Blanca y ha garantizado una relación estrecha con las dos cámaras. Algunos del PP, que tanto admiran a Bush, y que, años después, aún no han aceptado la derrota electoral, podrían aprender algo de ello. También Artur Mas, cuando le dio por hablar de "merma democrática" al referirse al nuevo Gobierno. Los hay que juegan con los conceptos serios con una alegría flamenca que da miedo.

Aterrizando en las Cataluñas, las muchas, las todas que han surgido después del 1-N, me preguntaba si el síndrome del pato mareado sería aplicable a nuestro Gobierno. La primera imagen de Pepe Montilla podría engañar. Parece un hombre al que pueden lloverle todos los chuscos, incapaz de controlar la jauría de vanidades de su bonita Entesa y con una dificultad notoria para el poder, en el sentido tarradellesco del término. Sin embargo, después de escucharlo atentamente en la entrevista de Cuní en TV-3, de superar el tonito anticonceptivo que gasta el hombre en sus respuestas y de capear estoicamente su catalán para iniciados, me atrevo a asegurar que Montilla va a ser un presidente fuerte, con claro dominio institucional, sin concesiones a la improvisación y con una capacidad notable de administrar el poder. Puede que sea el anti-Maragall, para malo, pero también lo será... para bueno. Hombre de pocas palabras, usó tres verbos distintos para definir el papel de un presidente, y los tres no dejaban dudas: "mandaré, corregiré y decidiré". ¡Manda plátanos!, que diríamos en versión menos trillesca. Los que hoy se friegan las manos, desde las áridas tierras de los micrófonos episcopales, hasta las verdes praderas convergentes, que no se las prometan tan felices. Creo, y creer es gratis, que José Montilla puede ser un presidente de la Generalitat más que notable. De él me gusta lo que no me gusta: habla poco, filosofa menos, es alérgico a la metafísica, no sirve para alegrar la huerta, pero este tipo sabe lo que quiere. Y, si lo que quiere coincide con las necesidades básicas de este país, no tengo dudas de que va a conseguirlo.

Tiempo al tiempo, pero no creo que se cometa ni uno solo de los errores del anterior mandato. Los del actual, si los hay, serán de otra naturaleza. Con dos apuntes: ¿es maldad o sabiduría el reparto de poder de Saura y Carod? A Carod lo envía a hacer discursos al extranjero y le regala las fotos institucionales, ¡con lo que le gustan los flashes al bueno de Carod! Lo va a tener contento y entretenido. Y a Saura, nada, a reprimir a sus amigos okupas y demás fuerzas solidarias, y ésto hay que verlo, pido primera fila. Este Montilla, de tan gris acabará siendo un sabio. No. Pepe Montilla no es Pasqual Maragall. Esa mala noticia, resultará ser muy buena.

No me voy sin el gusto de dejar escritas un par de maldades más. La primera, un consejo para Convergència, cuyo ataque de cuernos se nota tanto que empieza a ser ridículo. Entiendo su desconcierto, su cabreo monumental y hasta su indignación. Pero intentar convertir una derrota política (ganaron, pero no vencieron) en una fractura social me parece de una enorme imprudencia. Como decía Andreu Mayayo en la TVE de Joan Tapia, tendrían que estar contentos: el PSC no ha sido sucursalista, ha enviado a freír a ZP y ha hecho un acto de soberanía nacional. Y todo sin jurar pleitesía a Guifré el Pilós. La segunda maldad, para el nuevo Gobierno. Me han gustado las formas del pacto, la escenificación, la poca arrogancia, incluso la sólida imagen de unidad. Pero hacer todo esto antes de haber conformado el Parlament, es una deslegitimación del mismo bastante antipática. Cuando el hemiciclo abra sus puertas y el presidente de la Cámara le diga al vencedor de las elecciones que forme Gobierno, ¿qué hará Artur Mas con el mandato? ¿Bailar sardanas? Será un acto tan ficticio y tan extraño que nos dirá algo más de nuestra peculiar alma catalana, tan seria ella, y sin embargo, tan frívola.

Con todo, la mayoría de lo dicho parecen buenas noticias. Un Gobierno con memoria crítica, una voluntad unitaria y un presidente que quiere mandar. ¿Síndrome del pato mareado, por tanto? En absoluto. Más bien parece que este pato Montilla es un pato bien listo.

www.pilarrahola.com

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