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Reportaje:

Roma sale en busca de su antiguo 'glamour'

La Fiesta del Cine comienza con un gran recibimiento a Sean Connery

Enric González

La nostalgia es un vicio corrosivo. Roma, sin embargo, puede permitírsela. Hace ya muchos siglos que la envuelve en cinismo, la adorna con un lacito ingenuo y la vende a los turistas. Nadie sabe cómo funcionará la Fiesta del Cine que comienza hoy, pero se sabe de dónde sale: de la nostalgia de un alcalde cinéfilo, Walter Veltroni, que añora los tiempos dorados de Via Veneto, de Fellini, del gran Albertone Sordi, de la Città aperta, de Vittorio de Sica, de Pasolini, de Anna Magnani, de La dolce vita. La idea consiste en recuperar por unos días aquel ambiente de felicidad creativa y, de paso, ver algunas películas.

Veltroni no aspira a competir con Venecia, ni mucho menos con Cannes. Insiste en que el evento no es un festival, sino una fiesta "protagonizada por los romanos". El asunto entraña peligro para el crítico que intente asistir a las proyecciones de las 16 películas en competición (con premio en metálico, como los concursos televisivos, concedido por un jurado con amas de casa, funcionarios, inmigrantes y otra gente romana) e intente, además, asomar la nariz fuera del Auditórium, el remoto centro neurálgico de la fiesta. Habrá exposiciones, jolgorios y copichuelas por toda la ciudad. Cuando Roma se vuelca en algo más vale no oponer resistencia. Hay que olvidarse del reloj, aceptar que no se llegará a tiempo a ninguna parte, sumarse a la multitud y gozar.

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El alcalde Veltroni quiere que los romanos sientan que Anita Ekberg puede volver a bañarse en la Fontana di Trevi. Quiere glamour. Y ha importado estrellas sin mirar el precio. Sean Connery llegó el miércoles y fue recibido casi como un jefe de Estado. Anoche se le otorgó un premio llamado Marco Aurelio de Oro y se le ofreció un concierto, con dirección de Riccardo Muti, y una cena de gala con 1.200 invitados.

Híbrido

También llegó Nicole Kidman, con una película, Fur, que se proyectará hoy en estreno mundial. Luego irán cayendo George Clooney, Harrison Ford, Leonardo di Caprio, Martin Scorsese, Richard Gere, Harvey Keitel y bastantes otros. En torno al híbrido de festival cinematográfico y fiesta mayor girarán actos de lo más variado. Ayer se congregaron en el parque Leonardo varias decenas de coches Lancia, modelo Aurelia B24, el descapotable de la película de Dino Risi Il sorpasso, e hicieron una carrera-recorrido por los parajes del filme. Frente a la estación Termini humea una gran chimenea de barco, gentileza de una compañía naviera, como homenaje a Amarcord. En Via Veneto hay pantallas gigantes y dentro de los hoteles se exponen vestuarios de películas famosas. La Mostra de Venecia, como detalle de buena voluntad, aporta los trajes de El último emperador. Incluso en el aeropuerto se ha instalado una exposición de fotografías.

El alcalde asegura que el transporte será fluido. Las razones de su optimismo son vagas. Quizá se base en la instalación de una línea especial de autobús entre Via Veneto y el Auditórium. O en una de esas cosas sutilmente surrealistas que ocurren en Roma con más frecuencia que en otros sitios: en ciertas zonas, unas líneas blancas pintadas en el suelo establecen una "ruta especial para invidentes".

La buena voluntad de los organizadores resulta casi emocionante. La recogida de credenciales por parte de industria, prensa y público suscitó en días pasados grandes confusiones y esperas de alcance bíblico, pero, en medio de aquel caos, una señorita muy simpática repartía café y sonrisas. Ése es el espíritu de la fiesta.

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