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Reportaje:

Montserrat Caballé, medio siglo en escena

La soprano conmemora en Basilea los 50 años de profesión

Había estado esperando ese momento desde la adolescencia y no lo desperdició. Contaba 23 años y había cantado ya pequeños papeles en la Ópera de Basilea. Aquel 17 de noviembre de 1956 tuvo la suerte de cara. Irene Salemka, la Mimí titular de La bohème, había tenido que viajar a Londres para una grabación, la primera cover se hallaba enferma y la segunda disfrutaba de un permiso fuera de la ciudad suiza. Ahí estaba Montserrat Caballé, con unas ganas de comerse el mundo que todavía no se le han pasado. Triunfó. Fue el primer papel mayor de una vida dedicada por entero a la música.

Esta noche, la soprano subirá a ese mismo escenario, acompañada por su hija Montserrat Martí y otros dos jóvenes cantantes (Nikolai Baskov y Oleg Romashyn), para recordar sus inicios. Durante la pausa, será entrevistada por la televisión suiza -en el área germánica es una auténtica estrella mediática- y recibirá el agasajo de colegas y directores de teatro. Pero la nostalgia no es lo suyo: sigue al pie del cañón, con la mirada puesta en el futuro. "Quiero enseñar a los jóvenes el teatro donde empecé. Lo más importante para quien está en fase de formación es encontrar el lugar donde aprender de verdad, no importa si se trata de un teatro grande o pequeño. Hoy se tiene demasiado en cuenta esto. Yo encontré mi lugar en un teatro pequeño como el de Basilea", explica en conversación telefónica con este diario.

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Jesús López-Cobos: "Es capaz de frasear sin que parezca que respire"

Tendría motivos para la nostalgia. Aquel otoño de 1955 llegó a la ciudad suiza acompañada por su madre. Ninguna de las dos hablaba alemán. Ocuparon una modestísima buhardilla de la Bachlettenstrasse y ella empezó preparar papeles pequeños en el teatro, mientras su madre se empleaba como cosedora. Las estrecheces por las que pasaron no eran menores que las de la Mimí operística. El primer contrato que tuvo Montserrat, por el que cobraba 100 francos suizos, le aseguraba actuar una vez al mes. Hasta que llegó aquella Bohème y las condiciones mejoraron algo: entró en la plantilla estable del teatro, con un sueldo de 500 francos. Eso permitió a su padre y su hermano Carlos, que ha sido su agente durante todos estos años, instalarse en Suiza. "No viajamos en patera porque no se podía, pero sí sin papeles", rememora Carlos, con el clásico humor de los Caballé. "Yo tenía 14 años, me matricularon en la escuela y me sacaba dos francos extras por hora descargando trenes de mercancías. Mi padre se puso a trabajar en una fábrica de muebles. La típica historia de emigrantes españoles de la década de los cincuenta".

Pese a los planes iniciales, los ingresos no les permitieron mudarse de la buhardilla, en la que permanecieron durante los siguientes tres años, hasta que se instalaron en Bremen, siguiendo la formación de la cantante en sus anni di galera, por utilizar la terminología verdiana. Todo lo que Basilea podía darle, la soprano lo había absorbido con avidez. "Yo sabía que iba a ser cantante. Basilea y Bremen me dieron disciplina", afirma la diva. La voz la tenía ya muy formada gracias a sus estudios en el Conservatorio del Liceo de Barcelona, donde tuvo por profesores a Eugenia Kemmeny, Conchita Badía y Napoleone Annovazzi, nombres que nunca ha dejado de recordar: "Me formaron como músico, no sólo como cantante". Como tampoco ha olvidado la recomendación de Eusebio Bertrand, el gran patricio del textil que le subvencionó la carrera: "No te olvides nunca del Liceo".

"No lo ha olvidado jamás, el teatro tiene una deuda con ella que nunca podrá saldar", opina Santi Vela, caballista del quinto piso del coliseo barcelonés desde el debut liceísta de la cantante, el 7 de enero de 1962, con el estreno español de Arabella, de Richard Strauss. "Ha actuado gratis, ha llevado a Barcelona cantantes que jamás habrían venido de no haber sido invitados por ella", abunda. En eso, Montserrat Caballé siguió el consejo del director de la Ópera de Viena, Josef Krips, quien en 1955, antes de instalarse en Bremen, le dijo: "Recuerde, no es un gran teatro el que hace grande a un cantante, sino los grandes cantantes los que hacen grande a un teatro".

La fidelidad al Liceo se mantiene a día de hoy. El domingo 26 de noviembre volverá a renovarla con un recital en el que cantará obras de Haendel, Cherubini, Brahms, Saint-Saëns y Gounod, entre otros autores. Joan Matabosch, director artístico del teatro, considera a la soprano como "la espina dorsal" de la institución. "Lo más increíble de su carrera es la longevidad. ¡50 años! Hoy las carreras suelen durar un tercio de este tiempo o menos. Hay mucha prisa por debutar, luego las voces se queman. La generación de la Caballé o de Joan Sutherland debutaba tras haber acumulado un bagaje musical impresionante. De ahí que esas voces hayan durado tanto".

"Conoce su instrumento como nadie. A parte de la belleza del timbre y de la técnica extraordinaria, hay algo que ella ha destacado siempre: no ha forzado nunca la voz", opina el agente de artistas líricos Miguel Lerín. Es cierto: Caballé ha sabido decir que no en muchas ocasiones en su etapa de formación, porque consideraba que se le ofrecían papeles demasiado pesados para su tesitura de soprano lírica piena.

"Es capaz de frasear sin que parezca que respire. Su capacidad para colorear la voz en función de la situación dramática, del personaje y de la palabra es antológica", destaca Jesús López-Cobos, director del Teatro Real de Madrid, que, entre otras ocasiones, empuñó la batuta en la aclamada Semiramide, de Rossini, del Festival de Aix-en-Provence de 1980. Caballé cantó junto a Marylin Horne, su gran compañera de carrera a quien sustituyó en el Carnegie Hall de Nueva York el 15 de abril de 1965 en Lucrezia Borgia y que le valió el célebre titular del New York Times del día siguiente: "Callas + Tebaldi = Caballé". Por cierto, Montserrat Caballé estará el lunes próximo en Madrid, en la sede de la SGAE (12.30) para presentar su último disco, La canción romántica española, acompañada por el pianista Manuel Burgueras.

Nadie ha conocido su voz como ella misma. En su último recital en el Liceo, durante la temporada 1993-94, una forofa le pidió en la tanda de propinas que cantara el Vissi d'arte de Tosca. Sin despeinarse, Montserrat Caballé le contestó: "¡Ay, nena, que más quisiera yo que poderla cantar todavía!". Ese desparpajo, buen humor y un punto de mala baba encandilaban al gran Terenci Moix.

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