Dos ovaciones cierran la deslucida feria
¿Cuántos años lleva El Fundi toreando corridas que quitan el hipo a cualquiera, siempre animoso, cuando no sonriente? ¿Es eso un torero? No sólo. Pero también. Así iba Prados, encabezando la terna de espadas, a revalidar hechos singulares de arte y valor. Tocaba a su fin esta breve y deslucida feria de otoño y quedaban apenas un par de horas para que las luces heroicas brillasen sobre las sombras cárdenas de los albaserradas de Adolfo Martín. Y saltaron a la antigua usanza: escurridos, bien de pitones, musculados y ligeros, sin el ataque de kilos que ahora impera, prometiendo lucha y movilidad en la embestida. Sin embargo, no todo fue así.
Apareció Repollito -caray qué nombre-, muy veleto, y provocó aplausos. Rebrincaba tras el capote de Fundi, que ganó terreno. Pese a la flojera, le gustaba al matador: varas en lo alto, sin abusos, y el quite ajustado lo confirmaron. Ofreció palos a Encabo, que, como él, prendió sobrio y hábil. Allí se oyó un ole al río Henares que fue una exaltación de la humildad. En las rayas del tercio, sentó el toro los cuartos, y lo empezó a meter. Pero negó el bicho la ligereza de su estampa buscando la arena una y otra vez. También buscó al diestro, que muleteaba y se zafaba con valor y precisión. Cuando tomó la izquierda, el peligro provocó un rumor de admiración. Tras la estocada, murió en el centro, reacio a entregarse.
A. Martín, C. Segovia / Fundi, Encabo, Chaves
Toros de Adolfo Martín Andrés; encastados y flojos; 2º y 3º, peligrosos; 6º, bravo y extraordinario, fue aplaudido en el arrastre; 4º, de Carmen Segovia, distraído. El Fundi: pinchazo -aviso- y estocada algo trasera (ovación y saludos); estocada (palmas). Luis Miguel Encabo: media tendida y dos descabellos (silencio); tres pinchazos -uno en la paletilla- y estocada (silencio). Domingo López Chaves: pinchazo y estocada -aviso- (palmas y saludos); tres pinchazos hondos y descabello (ovación y saludos desde el tercio). Las Ventas, 8 de octubre. 4ª de feria. Lleno.
El cuarto, un grandullón de Carmen Segovia, trotaba desconfiado de capote en capote, hasta que recibió dos puyazos. Pareó José con desigual fortuna. Parecía el toro más dulce, y quiso torear, pero no se hizo con él hasta el estoconazo que lo derribó. Tiene la muleta Prados adiestrada en otras luchas.
Encabo tuvo en su primero una alimaña mansa y encastada. Salió distraído, perdió manos, se confundió de caballo, y Santa Rita lo desengañó. Barrenó el piquero en las dos varas y aún le enseñaba, amenazador, la tercera. Se devolvieron la oferta en garapullos, acertados de nuevo -el tercero por dentro, con peligro-. Los doblones en tablas no bastaron para fijarlo, y en el tercio no paró de hacer por él. Hábil, con medios pases, sorteaba el peligro ante el suspense de la mayoría y cuatro pitos de los sedientos.
Volando hacia tablas salió Madroño y tras los lances a poco lo descabella Da Silva, que en la segunda lo llamó como se debe, pero insistió en el cuello. Tomó los palos -¡Miguel, que se duerme la tarde!- y no hubo uno grande, según nos avisaron los noes pertinaces de un señor. En la franela, al bicho, que comenzó brincando, lo embebió el complutense con la tela muy pegada, pero -cuidadoso- no llegó a embraguetarse y perdió la ocasión.
A punto estuvo Chaves de tocar pelo. Al tercero, un flojo peligroso, lo recibió en respetuoso silencio, y al primer hachazo comenzaron los ¡uy! Se quedaba corto y las interjecciones se multiplicaban; le tocó una pierna, restableció el tipo, reclamó el estoque, pinchó en hueso y la enterró. Sonó un aviso mientras caía. Era para el toro, que no pudo engancharlo.
El sexto punteaba, estiraba el cuello cárdeno y cometió el error de acercarse a Herrero, que optó por destrozarlo. Pero no pudo. Y le quedaron ganas de ir a por la muleta del salmantino, que le citaba, enérgico, fuera de cacho; pero el burel, crecido y bravo, seguía la muleta, coreado por el respetable, que premiaba la decisión de torero y toro. Y así llegó una serie de naturales, largos y enteros, que despertaron el runrún. Tres pinchazos hondos y un descabello trocaron el trofeo en ovación.