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Reportaje:EL GRAN CLÁSICO | Falta un día: los entrenadores

Cuando Guardiola no se sintió Guardiola

El factor emocional y la presencia de Ibrahimovic y Figo condicionaron el Inter-Barça ganado por Mourinho

Ramon Besa

Al Barcelona de Pep Guardiola le interesa llevar el clásico por el camino opuesto al que pretende el Real Madrid de José Mourinho, prueba del carácter antagónico de los dos entrenadores, del estilo de los equipos y del comportamiento de las figuras de ambos, Messi y Cristiano Ronaldo, el argentino con una zamarra de Unicef y el portugués con el logotipo de una casa de apuestas. Los azulgrana aspiran a mantener la normalidad. Como si no pasara nada y el de mañana fuera un partido corriente, pretenden evitar cualquier sobresalto, remitirse al juego a fin de que gane el mejor, como así ha sido en los últimos enfrentamientos, en los que los blancos han asumido su condición de inferioridad en el Camp Nou y el Bernabéu. Los cuatro encuentros de las dos temporadas pasadas los ha ganado el equipo de Guardiola.

Pep, inconsecuente consigo mismo, acabó siendo víctima de su propia confusión
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Al Madrid, por el contrario, le conviene revertir el estado actual de las cosas. Buscará que el partido tenga picos; discutirá que el rival sea mejor; jamás se plegará a las circunstancias del juego si le son adversas; no se lo dejará hacer todo como ocurría últimamente, sino que será capaz de generar la tensión necesaria para alterar el orden natural de la Liga. No es una cuestión de antideportividad, sino de rebeldía, representada en Mourinho, figura del cambio, el antídoto elegido por el madridismo para combatir el discurso pedagógico de Guardiola, el hombre que cae bien a todo el mundo; tan ejemplar, fiable y rentable que ha calado como propaganda de una entidad bancaria.

Desde que Guardiola es el entrenador, el Barça ha ganado ocho de los 10 títulos en liza. Perdió en los octavos de final de la Copa del Rey de la temporada pasada ante el Sevilla, derrota que se atribuyó a los caprichos del fútbol, y camino de Madrid fue batido en las semifinales de la Champions por el Inter en una eliminatoria que alineó las fuerzas del mal contra un equipo redondo entrenado por un técnico perfecto, una situación que remite al barcelonismo al enfrentamiento con el Madrid. Al Barça no le van los partidos que se decantan por la vía emocional, pasados de excitación, como los derbis con el Espanyol, los choques de ida y vuelta con el Atlético o las afrentas con los equipos de Mourinho.

Los azulgrana fueron eliminados por el Inter porque tuvieron que viajar en autocar a Milán por culpa de un volcán islandés, porque salieron desfondados del estadio de Cornellà-El Prat y porque Mourinho diseñó un encuentro de ida a medida de los neroazzurri, muy solventes en una cancha árida y desagradable. Arbitró un portugués llamado Olegario Benquerença, que concedió un gol en fuera de juego al equipo local; Luis Figo ejerció de delegado del Inter para intentar sonsacar a su amigo Guardiola la alineación del Barça y dirigir el cotarro desde la banda, y el técnico barcelonista confió en Zlatan Ibrahimovic, que apenas jugó una hora tanto en el estadio Giuseppe Meazza como en el Camp Nou.

Aunque un cúmulo de adversidades jugaron en contra del Barça, Guardiola ha confesado que en el duelo con el Inter de Mourinho, y muy especialmente en Milán, no fue Guardiola. Dejó de ser consecuente con su manera de pensar y de proceder y acabó siendo víctima de su propia confusión y de la irracionalidad y perversidad del fútbol, expresada en el comportamiento de Figo, en el proceder de Mourinho. En el partido de ida le faltó juego al Barça y en el de vuelta, obcecado en la remontada, le sobró adrenalina. El actual equipo azulgrana se edificó a partir de la derrota contra el Inter y Guardiola se prometió que no se traicionaría nunca más y, por tanto, que actuaría de acuerdo a sus creencias: hay que hacer lo que uno siente, no lo que presiente.

Tras aquella ronda con el Inter, Guardiola decidió prescindir a corto plazo de Ibrahimovic para encomendarse a Messi como delantero centro y no como extremo derecho, creyó entender cómo hay que enfrentarse a Mourinho y supo medir la distancia que le une y separa de Figo. Una vez escarmentado, comprendió que para el equilibrio emocional es muy importante evitar la contaminación futbolística que acostumbra a rodear partidos como el clásico y ser fiel al propio ideario. Guardiola está hoy a gusto consigo mismo, circunstancia que le permite afrontar el envite con la misma confianza que pueda tener Mourinho por más que nunca haya ganado en el Camp Nou.

Ambos entrenadores llegan muy bien al partido, igual que los futbolistas, los equipos, los presidentes, los clubes y las aficiones. Nadie diría que la última vez en el Camp Nou ganó el Barça con un gol de Ibrahimovic.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.
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