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Reportaje:VUELTA 2006 | Decimosexta etapa

Relámpago Valverde, trueno Vinokúrov

Magnífica victoria del joven Igor Anton, mientras Kasheckin y Sastre muestran cierta debilidad

Carlos Arribas

A las seis de la mañana se rompió el cielo sobre Almería y en el desayuno nadie hablaba de otra cosa. Del sueño imposible, vueltas y más vueltas en la cama, las sábanas, empapadas en sudor, un lío blanco iluminado por el fulgor de los relámpagos, animado por el retumbar de los truenos, el ulular de las sirenas de los bomberos, el viento que doblaba las palmeras, el agua azotando los cristales. Pesadillas de ciclista con los ojos abiertos y el corazón palpitando: pocas horas después tendrían que subir a más de 2.000 metros, hasta casi el cielo, hasta tocar con las manos las nubes con ganas de tormenta. Qué miedo.

A las seis de la tarde Igor Anton, 23 años, rozó con los dedos el paraíso y en la meta, durante unos minutos, no se habló de otra cosa. De cómo la Vuelta ha dejado de ser la carrera de los fuegos artificiales, de los grandes despliegues de superproducción, para convertirse en la prueba de los pequeños detalles; de cómo las etapas son ahora como pequeños mecanismos de reloj, engranajes ajustándose a la perfección; relojes que se mueven al ritmo del corazón de los corredores. Impulsos del corazón, enorme, de Anton, por ejemplo. Todos aquellos, muchos, que llevaban toda la Vuelta contando maravillas del último prodigio del ciclismo vasco, daban palmadas, saltaban, bailaban. Repasaban una y otra vez en su memoria los últimos kilómetros de la subida al observatorio de Calar Alto, pero fijaban el recuerdo no en el duelo a tres Valverde-Vinokúrov-Sastre, sino en una menuda figura naranja que ataca una vez y se va, que hace pareja unos metros con otro joven muy bueno, Redondo, del Astana, 21 años, que es capturado y dejado atrás en uno de los impulsos destructores de Vinokúrov, pero que vuelve, que aprovecha un parón táctico para lanzarse de nuevo y, sacando fuerzas de no sabe dónde, esta vez sin vuelta atrás, hasta el final. "Pero sí que sé de dónde he sacado fuerzas", rectificó después Anton, que es de Galdakao, como Ramontxu González Arrieta. "Creo que he sacado fuerzas acordándome de Roberto Laiseka, de cómo mi compañero ganó el año pasado la etapa de Cerler".

Se habló de Anton en la meta, del símbolo del ciclismo que llega, pero, luego, se habló de Valverde, claro. De Valverde, de Vinokúrov y de Sastre. De los movimientos de los tres que armaron la etapa, y de Kasheckin, que no tuvo su día y pasó por encima de la barra de los dos minutos. De cómo los kazajos se quedan en uno, aunque qué uno, y de cómo las etapas de montaña se quedan en dos. De los ataques, cuatro, uno tras otro, bang, bang, bang, bang, truenos, relámpagos, fuerzas de la naturaleza, de Vinokúrov, rostro inescrutable bajo la lluvia, moral de acero; de la facilidad en la respuesta de Valverde, rostro impasible, boca cerrada, gas en el manillar; del sufrimiento de Sastre, el cazador agazapado, el ciclista valiente que lanza sus ataques aun cuando no puede más, que se resiste, que resiste, que resiste.

Se habló de Valverde, por supuesto. De cómo respondió al primer golpe de Vinokúrov, el más fuerte, a poco más de seis kilómetros de la meta. Después de dejarle ganar terreno al kazajo, el murciano poco a poco acelera y, con pasmosa facilidad, sin aparente esfuerzo sobre desniveles superiores al 8%, un relámpago amarillo, fulgurante y veloz, lo alcanza poco después.

Al segundo ataque de Vinokúrov, a cuatro kilómetros de la llegada, Valverde responde con facilidad y prontitud. Es un ataque sostenido que rompe a Sastre. El duelo esperado en la cabeza, Valverde-Vinokúrov mano a mano. Éste es el momento. Esto no es nada. Hablan los dos. "Le dije a Vino que tirara para adelante, que Sastre se quedaba, que nos íbamos los dos y ya está", cuenta Valverde, ligeramente decepcionado por la actitud del kazajo que no entró a su juego. "Pero el me dijo que no podía. Y luego va y se lía a atacarme". "Y eso es lo que yo lo dije", responde Vinokúrov, "que yo prefería atacar a subir a ritmo".

Se pararon, les alcanzó y les superó Anton, que voló hacia la victoria. Les alcanzó y se pegó a ellos Sastre, quien aguantó sólo hasta que se lanzó el sprint final, la caza de las bonificaciones. Valverde, el rayo, segundo, se cobró 12 segundos. Vinokúrov, el trueno, tercero, 8s, que le valen para superar, por décimas, a Sastre en la general, pero un poquito más lejos, a 1.42m, de Valverde, más cerca que nunca de la victoria final.

Alejandro Valverde, durante la etapa de ayer.
Alejandro Valverde, durante la etapa de ayer.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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