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Crónica:Tenis | Masters Series de Roma
Crónica
Texto informativo con interpretación

La leyenda Nadal

El español derrota a Federer tras un partido increíble e iguala el récord de Vilas de 53 victorias seguidas sobre tierra

Carlos Arribas

Hay, decididamente, algo de engañoso en la placidez con que Roger Federer habla, se mueve, actúa. "Jugar contra Nadal me ayuda a mejorar mi juego en tierra batida", dijo, por ejemplo, el suizo, el número uno del mundo, el jugador más completo de la historia según la mayoría de los especialistas, minutos después de perder con Rafa Nadal la final del torneo de Montecarlo hace tres semanas, su tercera derrota consecutiva ante el español en el último año. Sí, lo dijo así, como si fuera un alumno aplicado, un joven ávido de conocimiento.

Hay, evidentemente, algo engañoso, en la humildad, en la buena educación, con que Rafa Nadal se manifiesta antes y después de los partidos con Federer. "Él es el favorito", suele decir el número dos del mundo, el tenista imbatido sobre la roja tierra batida desde hace más de un año. "Él es el número uno". Sí, habla así Nadal, como si la victoria o la derrota fueran un asunto secundario.

Fueron casi cinco horas de tenis sublime, sudado, trabajado, sufrido; de tenis increíble
La suya es una rivalidad histórica, que huele a la de Borg con McEnroe, o a Nastase contra Vilas
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El "uomo incredibile"

Si ambos, los dos mejores tenistas del mundo, fueran lo que quieren aparentar, que no lo son, el partido de ayer en el Foro Itálico de Roma, habría sido no más que un enfrentamiento entre dos, por ejemplo, geómetras, más atentos a los ángulos que trazan las bolas en los rectángulos de juego, al bote alto, molesto, producido por la raqueta envolviendo la pelota al contactar con ella, a asuntos secundarios, seguramente.

Pero ni geometría, ni ángulos, ni botes, ni sangre fría, ni educación, ni resignación. Federer y Nadal son, en realidad, dos gladiadores que saltan a la pista dispuestos a no perder ni un punto, a no dejar de luchar tras una pelota mientras el aliento lo permita; dispuestos a no dejar nunca al otro creer que puede dominar, que puede ganar. Y por eso, precisamente, el partido de ayer, las poco más de cinco horas de juego, de tenis sublime, de tenis sudado, trabajado, sufrido, de tenis increíble, la final del torneo de Roma no fue, directamente, un frío choque de funcionarios, sino el comienzo de dos leyendas. Las dos ya se intuían, se veían llegar. Una, la leyenda Nadal, la presunta invencibilidad del español sobre tierra batida. Otra, la leyenda Nadal-Federer, un duelo con aroma a rivalidad histórica, una rivalidad que huele a la de Borg con McEnroe, por ejemplo, o a Nastase contra Vilas.

"En ningún momento pensé que no iba a perder", dijo Nadal al final, con absoluta sinceridad. Y ninguno de los millones de aficionados que gozó del partido levantaría ahora la mano para llevarle la contraria. Y tampoco Federer, claro.

El tenista suizo es como uno de esos magos que prefiere adecuar la realidad a sus necesidades antes que cambiar él. Y así, en vez de someterse a los mandamientos de la tierra batida, al juego de fondo de pista, a la estrategia de la paciencia, al liftado exagerado, a los juegos de movimintos, parece decidido a teñir la tierra de hierba, a inventar una nueva forma de moverse, de mover al rival, de ejecutar el tenis.

Federer jugó de una manera perfecta, un tenis nunca visto en tierra. Fue una muralla en la red, un maestro del saque, de la volea, del juego rápido, expeditivo. Y pese a eso, perdió. Nadal jugó como siempre, pero ante Federer, o sea, a la rastra. Sometido, desplazado, a la contra. Chocando una y otra vez con la presencia imponente de Federer en la red. Forzando una y otra vez golpes imposibles para superarlo. Paralelos, cruzados. Nada. Persiguiendo bolas imposibles colocadas con maestría, velocidad y potencia en los vértices de la pista. Y pese a eso ganó. Nunca se rindió. Nunca, ni aún cuando servía con 15-40 en su contra en el duodécimo juego del quinto set, y con 5-6 en contra. Dos bolas de partido, de campeonato, de felicidad, que tuvo Federer, que Federer no aprovechó. Y por eso ganó.

Humildemente, Nadal declaró después que había tenido suerte, que había ganado por centímetros. "A Roger le habría bastado con que un buen golpe de derechas le hubiera entrado. Y se le fue por centímetros", dijo el campeón de Manacor. Pero el fenómeno, siempre los pies en la tierra, siempre modesto, no explicó por qué. Por qué no sólo Federer sino cantidad de jugadores que aparentemente tienen un tenis más completo, más sabiduría táctica, más variedad de golpes, menos lagunas, llegados los momentos decisivos, siempre echan la bola fuera, aun por milímetros. Y, viceversa, por qué, llegado el momento, el instante en que todo se decide, él, Nadal, el joven de 19 años que no es sólo un brazo izquierdo hipertrofiado, unos glúteos increíbles, una melena morena, un grito y un gancho liftado de izquierdas, sino todo eso y una fuerza de carácter, un grito y un deseo de luchar siempre, solo contra todos, contra la lógica, llega y no falla, clava la bola donde él solo es capaz de arriesgarse a enviarla. Y gana el partido, el campeonato, los récords. La leyenda.

El primer set lo perdió con un rosco en el tie break. Pero llegó la muerte súbita del segundo y no se puso a jugarla pensando cómo había perdido antes, y la ganó. El qunto set lo iba perdiendo 4-1, el hiératico Tony Roche, el zurdo entrenador de Federer, ya se había relajado y empezado a reírse y, zas, en un plis plas, empate a cuatro. Va perdiendo 5-6 y 15-40, y ni por esas. Llega el desempate del último set,los puntos decisivos, va perdiendo 5-3, y ni por esas, en un plis, plas, dos carreras, dos bolas colocadas pcon toda la decisión y fuuerza, y zas, 7-5. Y el éxtasis.

Nadal ejecuta un golpe durante un partido.
Nadal ejecuta un golpe durante un partido.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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