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EL CÓRNER INGLÉS | Internacional
Columna
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El misterio de las mariposas

- "¿No observáis que somos gusanos nacidos para formar la angelical mariposa?"

-Dante Alighieri

Un jugador vulgar cambia de equipo y se convierte en un futbolista fabuloso; otro no hace nada durante un par de temporadas y de repente, sin cambiar de equipo, brilla. Estos misterios, tan frecuentes en el fútbol, se repiten al revés: jugadores pasan, sin explicación visible, de la brillantez a la vulgaridad.

Alex Ferguson, el veteranísimo entrenador del Manchester United, lo sabe mejor que nadie. Lo ha sufrido, entre otros muchos, con Diego Forlán; y lo ha acabado gozando, como ahora, con Dimitar Berbatov.

Ferguson fichó a Berbatov del Tottenham en el verano de 2008 por 35 millones de euros convencido de que el hábil delantero búlgaro haría para el Manchester lo que había hecho una década antes Eric Cantona: contagiar electricidad a sus compañeros, marcar goles gloriosos. Ocurrió todo lo contrario. Destellos hubo; pero constancia, ninguna. Berbatov se convirtió en un jugador cansino cuya aparente apatía escondía, como él mismo llegó a reconocer, una casi enfermiza crisis de confianza. Ferguson lo mandó al banquillo y la afición del United cayó en la resignación. "Otro pésimo fichaje. ¿Qué le vamos a hacer? Así es el fútbol".

Algunos jugadores pasan de la vulgaridad a la brillantez, o al revés. Ferguson lo sufrió con Forlán y lo disfruta con Berbatov
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Desde el comienzo de esta temporada la transformación ha sido total. Berbatov ha marcado seis goles en cinco partidos, incluyendo tres el fin de semana pasado contra el Liverpool, uno de ellos de chilena desde el borde del área. Nadie que estuvo en el estadio de Old Trafford ese día jamás olvidará aquel gol. El agrio Ferguson, un romántico del fútbol en el fondo, declaró que el búlgaro era "un genio".

Forlán, en cambio, sigue siendo motivo de pesar para Ferguson y la afición. El uruguayo llegó de Independiente en 2002 por lo que en aquel entonces fue la apreciable suma de 10 millones de euros, pero tardó ocho meses en marcar su primer gol y Ferguson no tuvo más remedio que reconocer -tras el catastrófico fichaje el año anterior de Juan Verón- que había cometido otro error. Lo vendió al Villarreal y lo demás es historia: máquina de goles tanto en el Villarreal como, ahora, en el Atlético de Madrid, Forlán es candidato este año, tras un excelente Mundial, al Balón de Oro. Sería una burrada que lo ganara, claro, ya que ahí están Xavi Hernández y un tal Leo Messi, pero lo que está claro es que el uruguayo ha experimentado una metamorfosis desde que cambió Inglaterra por España.

La metamorfosis es algo que se da en las mariposas pero no es tan habitual en los seres humanos, salvo que sean futbolistas, en cuyo caso se da la peculiaridad de que también son capaces de dar marcha atrás: ir de mariposas a gusanos. En el Real Madrid, por ejemplo, lo hemos visto con Nicolás Anelka (cambiar de la Liga inglesa a la española no es ninguna garantía de éxito) y, más recientemente, con Kaká, e incluso con Karim Benzema. Tampoco Cristiano Ronaldo ha volado a la altura soñada si se considera lo que costó y la avalancha de goles que generaba en el Manchester United.

En cuanto a jugadores que se han ido de España a Inglaterra, ha habido algunos que han cumplido con las expectativas, como Fernando Torres y Xabi Alonso, pero también otros -Marcelino, Gaizka Mendieta y José Antonio Reyes- que cayeron en el vacío. Reyes, paradigma de la inestabilidad futbolera, es, como diría Churchill, un misterio envuelto en un enigma. Enorme en el Sevilla, poca cosa en el Arsenal, casi nada en el Real Madrid, menos en el Atlético, cedido al Benfica, reaparece hoy en el mejor Atleti que se recuerda en muchos años como una de las figuras del equipo.

La lección es frustrante, pero también alentadora. Aquellos futbolistas que juegan hoy paralizados por la ansiedad, que dudan si volverán a rendir a la altura de su talento, solo tiene que mirar a Berbatov, o a Forlán, para recordar una gran verdad: las cosas cambian. El partido siguiente siempre, siempre ofrece la posibilidad de redención.

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