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DON DE GENTES
Columna
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Gambas-plancha

Elvira Lindo

ESPAÑOLA A MI PESAR. Es lo que soy. Eso tendrían que poner nuestros pasaportes. Nacionalidad: español a su pesar. Hay momentos del día, momentos-limbo, en que uno se olvida de que es español, pero la felicidad acaba pronto, o bien miras el periódico, o bien te escribe un amigo y te pone la cabeza como un biombo. Al español que se queda en España le da una rabia tremenda que el español que se marcha esté tranquilo, y entonces le escribe y le recuerda que, aunque esté lejos, siempre hay alguien en cualquier tertulia poniéndote a parir. De España es imposible irse. España es como un chicle pegado en el culo. Tú te pones estupendo y les dices a los amigos que aquí estás supertranquilo, te haces el ecuánime, el que ha aprendido a tomarse las cosas con distancia. Ja, ja. Basta que te encuentres a otro español por la Quinta Avenida y que superes los cinco minutos de conversación para que ya estés discutiendo del futuro de España, y da igual que la calle esté llena de taxis amarillos, que pase a tu lado la señora que pasea al loro en el hombro, o el tío que lleva enroscada una serpiente al cuello, da igual, porque tu encabronamiento, tu sangre están puestos al servicio de esa discusión con ese tío al que casi ni conoces ni vas a volver a ver. Yo una vez viajé más lejos todavía, fui a Etiopía, que es como irse a otro planeta, y recuerdo que en medio de la nada, al atardecer, se estropeó el coche, y mientras el chófer etíope, asustado, intentaba que alguien nos rescatara de la noche que se venía encima, del asalto de alguna tribu, del asalto de las hienas, el fotógrafo Santos Cirilo y yo nos sentamos en la tierra y, seguramente para matar el miedo, empezamos a charlar. Y vaya si lo matamos, no habían pasado diez minutos y ya estábamos hablando a gritos del plan Ibarretxe. Probablemente fue la primera vez y será la última que alguien habló a gritos de Ibarretxe en la llanura etíope, cosa que no sé si tendrá alguna influencia en el futuro de aquel país, porque las voces quedan flotando en el aire. La única forma para un español de librarse un poco de la carga de ser español es echarse un amigo de Cádiz en el extranjero. A un tío/a de Cádiz es difícil encabronarle. Yo sostengo que la gente de Cádiz es la menos española de los españoles. Una vez fuimos a Cádiz Fernando Delgado y yo, cuando él era como un padre para mí, y yo, el niño Lama del Grupo. Eso era lo que parecíamos realmente, porque él es enorme, y yo le llegaba a la altura del pezón. A veces me cogía de la mano para cruzar la calle porque a Fernando se le olvidaba con frecuencia que yo no era Manolito. Recuerdo que entramos en una taberna de esas donde beben los viejos gaditanos sin dientes que podrían organizar su propio centenario, uno de ellos reconoció a Fernando y le empezó a imitar como presentador de informativos, cantando además la sintonía del telediario. Era gracioso y patético. Fernando, harto de la gracia, quiso endilgármelo a mí y le preguntó al viejo si le gustaba escuchar a Manolito; el viejo dijo que mucho, y Fernando le dijo: "Pues aquí tiene a quien lo hace". Entonces el abuelo empezó a imitar la voz y con la copa en la mano improvisó una absurda historia manolitesca. Parecía de Faemino y Cansado. Nos fuimos del bar hartos de quedar en ridículo. Cuando vas a Cádiz tienes que asumirlo: eres un soso. Mientras España se encabrona, Cádiz se ríe. Yo tengo aquí una amiga de Cádiz y aprendo mucho. Además de pronunciar el inglés de forma extraordinaria (dicen Shinatón o el Soho como si fueran nombres de flamencos), los de Cádiz tienen la suerte de ser de un lugar ajeno a cualquier mal rollo. Mi gaditana y yo fuimos la otra noche a un restaurante del Village con ese toque de los cincuenta que ahora se lleva tanto, donde es fácil ver alguna celebridad en chanclas; es en esa zona en la que Nueva York se vuelve romántico, de calles estrechas y casas rojas con escalerillas de incendios, ese Nueva York de Annie Hall por el que paseaba Diane Keaton con esa ropa payasesca que creó todo un estilo y que ahora ella sigue exhibiendo ya un poquito pasada de rosca a los sesenta años. Mi gaditana y yo nos pedimos unas margaritas y hablamos de temas candentes: la diferencia entre el langostino de Chinatown y el langostino de Sanlúcar, a favor del de Sanlúcar, claro.

Son temas que te hacen creer que vienes de un país de cierto fuste, aunque sólo sea a nivel gamba-plancha. De pronto vimos salir de debajo de nuestra mesa un ratón que fue a refugiarse a la mesa de al lado. Es uno de esos momentos en que Nueva York se quita la careta divina y dice: "Aquí estoy yo, así de guarro soy". Hay muchas formas de comportarse como un cateto en Nueva York. Una de ellas es lo que hice yo, llamar al camarero y decirle: "Mire usted, he visto un ratón". El tío, con una sonrisa de suficiencia, dijo: "¿Uno sólo? Espérate a que apaguemos las luces". Efectivamente, a los cinco minutos pasó otro. No era el mismo, lo sé porque el segundo era más tipo rata, más negrillo. El camarero se fue como diciendo: "Esta cateta no sabe que está en Manhattan, la ratonera más cara del mundo". Al día siguiente, en el periódico gratuito que dan en el metro vi una lista de restaurantes con ratas en Manhattan, como la cosa más natural. Yo le dije a mi gaditana: "¿Llamamos al mánager?". "Mujer, déjalo, dijo, si es que parece que aquí lo de los ratones es como costumbre". Lo dicho, no son españoles, son mejores.

La actriz Diane Keaton.
La actriz Diane Keaton.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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