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Columna
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Inquisición

Mientras los obispos y el PP se manifestaban en Madrid contra el Gobierno con la excusa de la Ley Orgánica de la Educación, un grupo de sacerdotes y simpatizantes de lo que antiguamente se llamaba organizaciones cristianas de base de Cádiz desarrollaban en Tetuán una parte de su ya larga campaña contra la inmigración ilegal, dirigida de manera especial a los menores. De la misma forma que las organizaciones progresistas de la Iglesia católica sirven de contrapunto a todas las sectas radicales tipo Legionarios de Cristo, Opus Dei, Camino Neocatecumenal y ese movimiento fundamentalista que son las cofradías, la actuación de la Asociación Cardjin y de la Asociación Nivel de Cádiz pueden llevarnos al error de que la Iglesia es una comunidad plural de creyentes. Por mucho ánimo que ponga esta extraordinaria gente para la integración de los inmigrantes y en los barrios marginales, la realidad de la Iglesia es Rouco Varela y demás prelados. Alguien puede ver sutiles diferencias entre Carlos Amigo y Cañizares, entre Dorado Soto y Ceballos. Pero todo es lo mismo, la misma organización que impide el divorcio, el aborto, los anticonceptivos, la investigación con células madre, la igualdad entre hombres y mujeres y el progreso, aunque luego la mayoría de los que dicen practicar esa religión contravienen sus preceptos. No sirven de nada los extraordinarios ejemplos de la HOAC, de Diamantino García, de Pepe Chamizo o de Gabriel Delgado. El catolicismo hoy día en España es la llamada al odio y la exigencia de privilegios. Por no decir que en Andalucía es la adoración de todo tipo de ídolos que son sacados en procesión durante unos días para que el hedonismo popular y el folclorismo andalusí puedan dar rienda suelta a una suerte de fanatismo idólatra. La Iglesia católica es una rémora para el desarrollo de las naciones. A más catolicismo, más subdesarrollo e intransigencia. Los ejemplos van de Giordano Bruno a los casos de curas pederastas. Hay algunos más cercanos a nosotros. Por citar sólo uno: un colegio católico concertado de Cádiz, de esos que ahora levantan la voz, expulsó a unos niños por escribir en una web y hace años escondió el caso de un sacerdote condenado en firme por corrupción de menores. De casos así podríamos llenar libros que no cabrían en Google.

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