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La tercera cultura en Kosmopolis

"Aquí tienes un libro".

El compositor John Cage se inclinó desde el otro lado de la mesa y me entregó una copia de Cybernetics, de Norbert Wiener. Era 1966. Estábamos en una cena semanal de jóvenes artistas en casa del pionero del grupo Fluxus, Dick Higgins. Cage solía preparar la comida -un plato de champiñones- y debatíamos sus últimas ideas. Me habían invitado a conocer a Cage por mi trabajo en el Expanded Cinema Festival de la Film-maker's Cinematheque de Nueva York, un programa de actuaciones a finales de 1965 presentadas por artistas, bailarines, poetas, cineastas e intérpretes de happenings, en las que el hilo conductor era la incorporación del cine en su trabajo.

El pintor Robert Rauschenberg montó un collage cinético, una versión viviente de sus famosas piezas artísticas de la década de 1960. El escultor Claes Oldenburg presentó un proyector de cine de curioso diseño que parecía una esfinge. El videoartista Nam June Paik, subido en una escalera detrás de una gran pantalla opaca durante horas, fue cortando lentamente un cuadrado que le iba dejando al descubierto ante el público. Yo estaba sentado junto a Joan Miró, que se encontraba en la ciudad por una cena en su honor aquella noche en el Museo de Arte Moderno. A pesar de los ruegos del director del museo, no hubo quien moviese a Miró y se quedó durante toda la actuación.

Tenemos las herramientas y la voluntad para emprender el estudio científico de la naturaleza humana Nace de la tercera cultura una nueva filosofía basada en la comprensión de la importancia de la evolución

Fue durante ese periodo cuando por primera vez tuve conocimiento de la ciencia. Los artistas, a diferencia de sus homólogos literarios, sentían un ávido interés por los científicos, y les leían. Empecé a leer a los físicos Jeans, Eddington, Einstein y poetas como Wallace Stevens, que manifestaban una profunda comprensión de las ideas científicas. Recibí una invitación para conocer a Marshall McLuhan. Recuerdo que hablamos mucho sobre su tema de que el arte puede servir como faro: un distante y temprano sistema de aviso que puede decir a la vieja cultura lo qué está empezando a ocurrir, interpretar lo que los científicos están haciendo. El valor no estaba en la explicación o en la popularización de la ciencia; más bien residía en la descripción, en hacer visibles las preguntas que formulaban los científicos.

En la primavera de 1966 organicé el que quizá fuera el primer encuentro entre arte y ciencia, cuando A. K. Soloman, presidente del departamento de Biofísica de Harvard, me pidió que llevara a un grupo de artistas, que habían sido colegas de Wiener, fallecido en 1964, a Cambridge para reunirlos con científicos de Harvard y del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Entre los participantes estaban Walter Rosenblith, Anthony Oettinger y Harold Edgerton. Conservo dos vivos recuerdos del acontecimiento. Primero, que la reunión fue un completo desastre, ya que artistas y científicos tenían pocos puntos en común sobre los que mantener un debate. Segundo, nos condujeron a un edificio en el que nos vimos enfrentados a un recinto elevado unos 30 centímetros, detrás del cual había científicos y técnicos con bata y guantes blancos. Iban de acá para allá con el ordenador. En ese preciso momento supe adónde me encaminaba.

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En 1992, en un ensayo titulado The Emerging third culture, expuse el siguiente argumento: "La tercera cultura consiste en aquellos científicos y otros pensadores del mundo empírico que, a través de su trabajo y de sus escritos expositivos, ocupan el lugar de los intelectuales tradicionales al hacer visibles los significados más profundos de nuestra vida y redefinir quién y qué somos. Durante los últimos años, el terreno de juego de la vida intelectual estadounidense ha cambiado, y los intelectuales tradicionales han quedado cada vez más marginados. Una educación de la década de 1950 en Freud, Marx y el modernismo no es una cualificación suficiente para un pensador de la de 1990. De hecho, los intelectuales estadounidenses tradicionales son, en cierto sentido, cada vez más reaccionarios, y orgullosamente (y perversamente) ajenos a muchos de los logros intelectuales verdaderamente importantes de nuestro tiempo. Su cultura, que desdeña la ciencia, a menudo no es empírica. Utiliza su propia jerga y lava sus propios trapos sucios. Se caracteriza fundamentalmente por el comentario sobre comentarios, la fuerte espiral de observaciones que acaba llegando a un punto en el que se pierde el mundo real".

Actualmente, esa cultura fósil sigue en declive, sustituida por la incipiente "tercera cultura" del título del ensayo, una referencia a la celebrada división que planteó C. P. Snow del mundo del pensamiento en dos culturas: la del intelectual literario y la del científico. Lo que presenciamos en 1992 fue la entrega del testigo de un grupo de pensadores, los intelectuales literarios tradicionales, a un nuevo grupo, los intelectuales de la nueva tercera cultura. Desde entonces, lo que tradicionalmente se había denominado "ciencia" se ha convertido en "cultura pública". Como ha señalado Stewart Brand: "La ciencia es la única noticia".

Hoy tenemos nuevas y radicales formas de entender los sistemas físicos, y de pensar en el pensamiento que ponen en duda muchas de nuestras suposiciones básicas. Una biología realista de la mente, los avances en la física, la tecnología de la información, la neurobiología y la química de los materiales cuestionan supuestos básicos sobre lo que significa ser humano. Por primera vez, tenemos las herramientas y la voluntad para emprender el estudio científico de la naturaleza humana. Algo nuevo flota en el aire: nuevas formas de comprender los sistemas físicos, nuevos intereses que nos llevan a cuestionar muchos de nuestros fundamentos. Una biología realista de la mente, los avances en la física, la tecnología de la información, la genética, la neurobiología, la ingeniería, la química de los materiales: todas son cuestiones de importancia capital con respecto a lo que representa ser humano.

En 2005, la tercera cultura está viva y en buen estado, e impulsa el reconocimiento de esta evolución. Pueden encontrarse pruebas de ello. En el mercado, la gente vota con la cartera. Los libros de Richard Dawkins, Daniel C. Dennett, Jared Diamond, Brian Greene, Stephen Pinker, Roger Penrose, Martin Rees y E. O. Wilson no sólo son lecturas indispensables, sino también grandes ventas. En lo relativo a la ciencia, la tercera cultura es de alto relieve: el genetista J. Craig Venter intenta crear genes sintéticos como respuesta a nuestras necesidades energéticas; el biólogo Robert Trivers explora la base evolutiva del engaño y el autoengaño en la naturaleza humana; el biólogo Ian Wilmut, que clonó a la oveja Dolly, utiliza la transferencia nuclear para producir células madre embrionarias para investigar; el cosmólogo Lee investiga la evolución darwiniana del universo; el físico cuántico Seth Lloyd intenta crear ordenadores cuánticos; el psicólogo D. Hauser examina nuestra moralidad, y los informáticos Sergey Brin y Larry Page, de Google, alteran tanto el modo en que buscamos información como nuestra forma de pensar.

La tercera cultura es un concepto con mentalidad científica; no es propiedad de nadie. Otros parten de estos fundamentos y aplican su propia visión. Éste ha sido el caso de Kosmopolis, el Festival Internacional de Literatura de Barcelona, que ayer se clausuró, en el que la ciencia se sentó a la mesa con Marc D. Hauser, Lee Smolin y Robert Trivers, que presentaron sus ideas como parte de un programa global "que va desde la luz duradera de Cervantes a la (ambigua) crisis del formato libro, desde un trazado literario del barrio barcelonés del Raval hasta el dilema planteado por la influencia de Internet en la cocina de la escritura, y desde la aparición de un nuevo humanismo de la tercera cultura hasta las prácticas que sitúan a la literatura en el centro de la creatividad".

Está naciendo de la tercera cultura una nueva filosofía natural, cimentada en la comprensión de la importancia de la complejidad, de la evolución. Los sistemas muy complejos -ya sean organismos, cerebros, la biosfera o el propio universo- no se construyeron siguiendo un diseño; todos han evolucionado. Existe una nueva serie de metáforas para describirnos, a nuestra mente, al universo y a todas las cosas que conocemos, y son los intelectuales con estas nuevas ideas e imágenes los que impulsan nuestros tiempos.

John Brockman es editor y director de Edge (www.edge.org), página web en la que los pensadores, líderes de lo que ha bautizado como tercera cultura, exploran la ciencia de vanguardia.

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