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Columna
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En defensa de la Cope

Cosas veredes. Acaba el año y servidora va y escribe un artículo cuyo título nunca hubiera soñado -ni en pesadillas- escribir. Como buena catalana, formo parte del ejército de masoquistas que en las épocas gloriosas escuchaba a José María García para que le subiera la adrenalina culé, y que ahora, a dosis controladas, oye las invectivas matinales contra la maldad catalana, por parte de Jiménez Losantos y su alegre cuadrilla de obispos, ora pro nobis. Ciertamente, no es necesario tomar nada más para despertarse de golpe y funcionar todo el día, y si yo fuera el chico éste que lleva la prensa de Esquerra, le aconsejaría que enchufara la Cope en los mitines del partido, y vería como quiere proclamar la república catalana hasta el paquistaní que limpia el local. Sin ninguna duda, el programa de Jiménez Losantos es el invento más eficaz que se ha creado para fabricar almogávares catalanes. Carod Rovira tendría que enviarle un fuet de Vic y una caja de cava como agradecimiento. Es cierto que ni en fin de año podemos tomarnos a broma algunos de los epítetos que el radiopredicador nos ha dedicado, y cuyos dardos envenenados atacan directamente al corazón de la convivencia. Es cierto, también, que todos nosotros hemos levantado micrófonos para denunciar esa gramática de la intolerancia que se camufla bajo el lenguaje de la libre expresión. Y aún es más cierto, como escribió el hombre que más reflexiona sobre periodismo en este país, Josep Cuní, que no se puede confundir la libertad de expresión con la libertad de insulto.

Siendo, pues, todo cierto, el solemne informe que ha elaborado el Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC) me parece una solemne sandez. Y quiero considerarlo una sandez para no considerarlo un síntoma inquietante, lo cual elevaría excesivamente la trascendencia en este día de alegre fiesta sandunguera. No saben ustedes lo que cuesta ponerse seria en fin de año, sobre todo si una milita en el malvado relativismo hedonista que combate sabiamente maese Ratzinger.

Veamos. Si la Cope no nos gusta, lo mejor que podemos hacer es no escucharla. Si nos ofende, tenemos la opción de combatirla dialécticamente, y en eso estamos. Si creemos que vulnera el Código Penal, ahí está el susodicho para amparar los derechos de los sufrientes ciudadanos del reino. Y si el Código Penal la sentenciara, cosa que aún no ha pasado, habría que negarle la licencia no por antipática, sino por delictiva. Ese es el juego democrático, el único posible, un juego tan tiránico que incluso defiende a los que no nos gustan. Meter en calzador, en medio de esas reglas de juego democráticas, organismos paracaidistas que aterrizan desde lo político sobre lo periodístico, es algo difícil de digerir y más difícil de justificar.

Ya sé que el informe del CAC nos ha dejado el cuerpo un poco arreglado, y como todos estamos enfadados con la Cope, pues alegría que son dos días. Sin embargo, si desnudamos al rey, lo que observamos es un organismo creado por el poder político, cuyos miembros no son los periodistas más reputados del país, sino gente más o menos notable con carnet de identidad partidista y cuyos objetivos están mucho más vinculados a las ideologías que representan que al código deontológico del periodismo. Esto del CAC no es la BBC y su mitificada independencia del poder político, ni en absoluto es el fuerte periodismo norteamericano, auténtico puntal democrático de Estados Unidos. Este es un invento que se sacó de la manga Convergència para poder perseguir el culito del Shin Chan y las bromas sobre religión que se colaban en los programas algo gamberros. Después, el tiempo trajo nuevos tiempos y sus nuevos gobiernos, y el CAC se consolidó como un organismo aparentemente necesario. Personalmente nunca he entendido su necesidad, porque ese aire de comisariado mediático que respira me resulta preocupante. Sin ser un organismo censor, tiene una naturaleza que se le parece.

Lo peor es la sensación de profunda inmadurez que nos queda, como si nuestra sociedad necesitara tutelaje, como si las reglas de juego democráticas no fueran del todo fiables, y tuviéramos que inventarnos organismos que las vigilaran de cerca. Lo que ha ocurrido con el informe del CAC me parece altamente significativo. Tenemos una radio que dice cosas, en el marco de la opinión libre. Ejerce de oposición dura y, en muchos casos, de oposición hiriente. Algunos de sus opinadores rozan el insulto y el mal gusto y, escuchadas con lupa sus opiniones, podríamos tipificarlas de intolerantes. Pero ello no es óbice para que un grupo de ciudadanos, puestos a dedo por unos partidos que gobiernan, decidan lo que es ideológicamente pertinente. En democracia todo es pertinente menos aquello que atenta a las leyes. Y si atenta a las leyes, que actúen los tribunales. ¿O es que el CAC es un tribunal que tutela a los tribunales?

Miren ustedes, servidora quiere vivir en un país donde la Cope pueda existir, y una pueda ejercer el libre albedrío de apagarla. Un país cuya madurez social no la convierta en una radio escuchada. Y, sobre todo, un país donde las leyes actúen si son vulneradas. Pero ahórrenme ustedes organismos censores, cuya eficacia es tan nula que no sólo no resuelve un problema, sino que lo multiplica. Con el informe del CAC, hoy la Cope es más fuerte, va más de víctima y probablemente tiene más oyentes. Y encima, no sólo no estamos los ciudadanos más protegidos de los abusos, sino que ahora tenemos que protegernos también de los que quieren protegernos. No sé, pero alguien la jodió cuando hizo el invento.

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Por supuesto, acabo aterrizando en la fecha del calendario. Les deseo un fin de año lleno de buena comida, diversión y sexo seguro. Que ya lo saben ustedes, mi gente sabia: todo lo que es pecado, es divino.

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