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Razón e interés político de la eurorregión

El próximo 29 de octubre cumplirá un año la eurorregión Pirineos-Mediterráneo, una iniciativa del gobierno Maragall que agrupa las comunidades autónomas de Aragón, Baleares y Cataluña y las regiones francesas Midi-Pyrénées y Languedoc-Roussillon. Desde un primer momento, el Consell rechazó formar parte del proyecto, una decisión tan previsible desde la lógica partidista como estratégicamente discutible.

Uno de los principales objetivos de la eurorregión es el impulso tecnológico de sus industrias mediante la creación de una red de know how que implique también a las universidades. La industria valenciana ya no dispone del arma salarial y la única forma de competir en un mercado globalizado es la excelencia, es decir, la calidad, el diseño, la marca, el desarrollo tecnológico y su incorporación al proceso de producción. La integración en esta red de innovación podría ser clave para la supervivencia de la industria valenciana, sin cuya aportación nuestra economía dependerá casi exclusivamente de la construcción y el turismo.

La Comunidad Valenciana dejará de ser Objetivo 1 de la Unión Europea en enero de 2007, por lo que ya no percibirá buena parte de los fondos estructurales que le han correspondido hasta ahora y tendrá que buscar dinero comunitario por otras vías. La Comisión Europea premia la asociación entre regiones de diferentes países cofinanciando proyectos que éstas desarrollan en común. Formar parte de la eurorregión permitiría a la Comunidad disponer permanentemente de cinco regiones socias para aspirar a ese tipo de fondos.

Pertenecer a la misma eurorregión que Aragón y Cataluña mejoraría el diálogo con ambas comunidades y ayudaría a detener la guerra del agua, un combate que no lleva a ninguna parte. También podría ser útil para reclamar la construcción de las infraestructuras reivindicadas durante décadas por los agentes valencianos. Un lobby regional sólido que represente a 17 millones de habitantes tendrá más posibilidades de éxito que cada región actuando por su cuenta. Un buen ejemplo de oportunidad perdida lo encontramos en el reciente Plan Estratégico de Infraestructuras de Transporte, que aplaza sine die el ancho de vía europeo entre Castellón y Tarragona. Nunca sabremos si una presión coordinada con Cataluña habría fructificado en un plan más favorable para ambas comunidades.

Aunque a menudo camufle anhelos nacionalistas, la cooperación valenciano-catalana es una necesidad ineludible, como los grandes empresarios han recordado al Consell en los últimos meses. Lamentablemente, el asunto de la eurorregión se ha adentrado en un terreno pantanoso perjudicial para todos. Algunos la han planteado como lanzadera de los países catalanes y otros han reaccionado movidos por la utilidad política de una rivalidad anticuada.

Con un mensaje más parecido a un lema propagandístico que a una opción estratégica seria, el Consell habla de la Comunidad Valenciana como región líder de ejes imaginarios. En cambio, las integrantes de la eurorregión saben que el futuro económico será mucho menos piramidal y han apostado por un modelo de cooperación en red.

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Todo apunta a que la eurorregión será una estructura estable, en contraste con las reuniones esporádicas que celebra el Gobierno de la Generalitat con algunas comunidades vecinas. Siendo importantes, estos encuentros no constituyen por sí mismos ninguna eurorregión, arco, eje o como quiera llamársele. Por tanto, puede debatirse si Pirineos-Mediterráneo es la eurorregión ideal para los intereses valencianos, pero lo que no tiene discusión es que hasta el momento es la única seria.

La eurorregión no puede adquirir un peso político notable debido a las enormes diferencias entre las regiones españolas y francesas y porque la Constitución prohíbe la federación entre comunidades autónomas. No obstante, aun en el caso de que Cataluña pretendiera politizar y gobernar la eurorregión, a la Comunidad Valenciana le interesaría participar en ella como el "socio británico" de la misma, es decir, con voluntad pragmática y rechazando ir más allá de lo que considere principios innegociables. El Reino Unido se integró en la Unión Europea y no por ello pasó a depender de Francia, promotora de la idea. El temor a la supremacía catalana sólo puede entenderse desde la creencia en una debilidad propia que no refleja las posibilidades de nuestra comunidad.

Gestionar las relaciones valenciano-catalanas desde una mentalidad electoral es una estrategia que a la larga perjudicará nuestra economía, necesitada de una buena conexión con Cataluña hacia Europa. Cuando en muchos aspectos las fronteras internacionales han dejado de tener sentido, es una sinrazón mantener una frontera psicológica dentro del mismo Estado. A pocas semanas de su primer aniversario, la eurorregión avanza lentamente y sus ventajas son todavía más potenciales que reales. Pero rechazarla sin ninguna razón objetiva significa dejar pasar una gran oportunidad. Es momento para una política externa valenciana más de "Estado" y menos de partido.

José A. Díez Verdejo es licenciado en Periodismo y máster en Política Europea por la Universidad Libre de Bruselas.

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