_
_
_
_
_
Reportaje:

El lujo de trabajar y vivir libre

Jacobo Fitz-James Stuart creó la editorial Siruela, y la presentó con una colección de libros medievales. Veinte años después, con éxitos de venta y calidad, decidió venderla. Ahora, cumplidos los 50, presenta Atalanta, una editorial que mezcla lo rural con lo cibernético.

Ángel S. Harguindey

Jacobo Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, conde de Siruela, de la casa de Alba, se ha instalado hace ya un par de años en un espléndido paraje del alto Ampurdán. En una rehabilitada y muy amplia masía comparte su placentera vida cotidiana con Inka Martí, su segunda mujer, y con unos caballos, unos perros, unas gallinas y un gallo que cumple sobradamente todos los requisitos exigibles a su condición: grande, prepotente, dominador y protector. El terreno y la casa son fruto de su esfuerzo durante 20 años al frente de una editorial, Siruela, que fundó, dirigió, triunfó y finalmente vendió; un proceso que se describe en un par de líneas, pero que encubre mucho trabajo bien hecho, desde una cuidada selección de colaboradores hasta un diseño gráfico excelente. Cuando surgió Siruela lo hizo de una forma radicalmente insólita: una colección de libros artúricos por la que nadie del gremio, todo hay que decirlo, daba un duro. Al cabo de los años, y con éxitos tan espectaculares como El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, la modesta editorial facturaba unos mil millones anuales de las antiguas pesetas. Decidió cerrar la tienda, venderla y afincarse lejos del mundanal ruido.

"Recuerdo a Borges en Sevilla rechazando a las palomas del parque como si fueran la peste"
"Decidí dejarlo todo atrás, incluso a mis autores, y eso me resultó sumamente penoso"
"Siendo un artesano me encuentro totalmente libre y al margen de todo lo que detesto"
"Buscar belleza, armonía de formas y colores frente a las estéticas imperantes"

"Fundé una editorial porque me gustaba leer, y más tarde vendí mi empresa, en parte, por la misma razón. Porque ya no podía leer todo lo que yo quería y de la manera como quería. Estaba condenado casi exclusivamente a leer toda la ingente información libresca que me mandaba todo tipo de personas, cada vez más ajenas a mi proyecto editorial. Y esto me parecía pobre y poco estimulante. Había logrado tener una empresa que llegó a facturar mil millones de pesetas al año, pero, en el fondo, yo no encajaba en este esquema. Tras la venta total pacté con el nuevo propietario de la compañía, Germán Sánchez Ruipérez, la posibilidad de trabajar, la mayoría del tiempo, desde la casa que acababa de comprarme en el Ampurdán. Desde allí dirigía una editorial que, en el fondo, cada vez se volvía para mí más ajena y fantasmal. Aunque respetaron siempre mis criterios, y mi situación pareciese de lo más ideal, no me sentía motivado, y cuando Siruela ganó el Premio Nacional de Edición, en noviembre de 2003, decidí que ése era el mejor momento para cerrar una etapa de mi vida y empezar otra. La experiencia de trabajar en el campo con un teléfono y un ordenador me había enseñado que en el siglo XXI es posible tener una editorial en el campo, y como tenía bastantes ideas en la cabeza decidí con Inka que haríamos una nueva editorial que llevaríamos los dos con una asistente, y que la llamaría con el nombre de un mito mediterráneo. Así nació Atalanta".

Jacobo Fitz-James es tan insólito como lo fueron sus comienzos editoriales. Tercer hijo de una familia a la que siempre se describe con un problema protocolario de un ascensor y la reina de Inglaterra, criado y crecido en espléndidos palacios, con una educación cosmopolita, hippy de oro en la década de la contestación, amigo de artistas y compañero de farras plebeyas, podría ser un perfecto invitado de las mejores fiestas de Barbara Hutton y compartir mesa con Truman Capote, Peggy Gunggenheim y Andy Warhol, por ejemplo. Quizá la primera duda surge sobre el cambio de apellidos, pues si originalmente era Martínez de Irujo Fitz-James Stuart, ahora es a la inversa.

"Cuando nací me llamaba Jacobo Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart, y así siguió siendo hasta que un día mi madre -yo tendría alrededor de 23 años- reunió a toda la familia para decirnos que para que no se perdiera nuestro apellido familiar en las próximas generaciones, el apellido proveniente de nuestro ilustre antepasado bastardo Jacobo Fitz-James Stuart, hijo ilegítimo de Jacobo II de Estuardo, mi hermano mayor debía de cambiarse legalmente el orden de los apellidos, y, de paso, también podía hacerlo quien quisiera. Yo me apunté inmediatamente a esta película sin saber en el lío en que me metía, porque en esa época en que todavía no existía la telebasura pasaba cómodamente a ser el anónimo señor Fistss o Fis James, lo cual me parecía sumamente cómodo… Más tarde, mi madre me dio el título de conde de Siruela, y desde entonces empecé a jugar con heterónimos, como si quisiera multiplicar incomprensiblemente mi propia identidad. Como editor firmaba ahora Jacobo Fitz-James Stuart, y como diseñador, J. Siruela. Solamente he firmado como conde de Siruela, en calidad de vampirólogo, cuando publiqué mi libro sobre vampiros. ¡Cómo no utilizar mi título en esta ocasión!… En fin, después de tantos años y heterónimos, finalmente he decidido firmar como Jacobo Siruela; de una manera pronunciable y escueta. Me da igual que sea una marca registrada. Yo no tengo ningún problema con eso. Y tampoco reniego de nada de mi pasado".

Sus años al frente de la editorial y sus peculiaridades genealógicas le habrán reportado una buena dosis de anécdotas. En cierta ocasión me habló de Calvino y de su asistencia al entierro de Paquirri, por ejemplo. También sé de una cierta etapa en su vida en la que de alguna manera asumió el nomadeo hippy como estilo de vida. ¿Podría recordar alguna de ellas?

"Conocí a Borges y a Calvino durante un curso sobre literatura fantástica que organicé con Carlos Maier para la Universidad Menéndez Pelayo de Sevilla, en 1983. Recuerdo a Borges rechazando a las palomas del parque como si fueran la peste, mientras que recitaba en alemán unos versos en los que sólo pude reconocer la palabra vampir. Con Calvino tuve una relación más próxima; digamos que nació una especie de amistad, que se truncó desgraciadamente con su muerte tan prematura, pero que ha continuado con su viuda, Chichita, hasta el día de hoy. Sin embargo, cuando le conocí por primera vez, la cosa fue complicada. Había perdido las maletas y no abrió la boca en toda la cena, ni siquiera cuando se le hacían preguntas directas. Yo tenía 29 años y estaba aterrado. Pero no es que fuera antipático, sino una persona muy tímida y reconcentrada, como pude ver después. Cuando acabó su conferencia y le llevé a nuestra casa familiar en Sevilla, el palacio de las Dueñas, y entró en ese maravilloso patio mozárabe, con la fuente en medio, las palmeras y las flores, se emocionó y empezó a hablar por los codos. Recuerdo que se habló sobre las diferencias culturales entre Italia y España, y él dijo, proféticamente: 'La diferencia entre nuestros dos países es que si en España alguien roba, lo hace con sentimiento de culpa, mientras que en Italia se roba sin ninguna culpa. Tal vez, dentro de unos años seamos iguales'. Durante esa semana murió Paquirri, y Calvino asistió a su emotivo entierro. Iba en medio de una muchedumbre que gritaba fuera de sí '¡torero, torero, torero!'. Sí, allí iba entre ellos, el más silencioso de los escritores que he conocido, gritando también '¡torero, torero!' entre esa desgarrada y vociferante masa humana".

"Es verdad que estuve un tiempo en Tánger, entre otros sitios, donde conocí a gente interesantísima. Paul Bowles, por ejemplo. Solía recibir en su casa a las ocho de la tarde, y acudía todo tipo de gente. Ofrecía té marroquí a todo el mundo, y solía tener puesta una música extraña, entre chinesca y vanguardista, compuesta por él. El ambiente de esa casa era único. La mayoría de las personas eran musulmanes que venían desde Damasco, Beirut o Marraquech y contaban sus experiencias. No se bebía alcohol ni se fumaba hachís. Pregunté por qué. Un marroquí me contestó que había que fumar quif, pero 'no hachís, demasiada música en la cabeza'. Además, eso había que fumarlo a partir de los 30 años, me dijo, y en ocasiones especiales. Así que todos fumábamos en pipa quif y contábamos historias. De pronto se abrió la puerta y apareció un individuo muy vivaz y simpático con dos putas despampanantes y arrabaleras cogidas a cada uno de sus brazos. Era Mohammed Mrabet, un personaje que se comprende que fascinara a Bowles, que fue su amante durante muchos años".

Lo cierto es que, cuestiones nominales al margen y anécdotas sugerentes, tras demostrar su habilidad para sobrevivir con éxito en un mundo tan competitivo y árido como es el gremio editorial decide comenzar de nuevo. Volver a un tajo que nunca es fácil ni siempre agradecido.

"Empezar de nuevo a los 50 años comporta un ejercicio de humildad considerable. Ya no tienes secretarias ni una empresa asentada a tus espaldas. Pero, por otro lado, ¡rejuveneces tanto! Mi decisión fue radical. Decidí dejarlo todo atrás, incluso a mis autores, y eso, en algunos casos, me resultó muy penoso. Pero creo que esto era lo más limpio y responsable de cara a todos ellos. Además, si quería empezar algo nuevo no podía hacer una Siruela 2. Resultaría un poco aburrido. Por eso pensé en hacer una editorial que inaugurara un nuevo proyecto, totalmente independiente y alejado del mundanal ruido; un proyecto basado en la investigación cultural y no en una lucha ajetreada por meter en el saco a cualquier autor de venta. De manera que empezaré por hacer pocos libros, no más de 12 al año; pero, eso sí, muy cuidados. La diferencia ahora es sustancial: si antes apenas tenía tiempo para leer, ahora no solamente leo todo lo que quiero, sino que además soy un especialista de cada uno de los libros y autores que publico. Cada uno de estos libros es fruto de una larga y gozosa investigación".

Es curioso comprobar su proclividad hacia los textos antiguos. Siruela la inicia con una colección de libros artúricos, y Atalanta la presenta con un texto chino del siglo XI y una evidente reivindicación de la mitología griega. Habla de la memoria y la imaginación. ¿Supone todo ello un cierto desinterés por el presente?

"En absoluto. Lo que ocurre es que todo el mundo está dándose de bofetadas por publicar lo actual, y yo no quiero hacer lo mismo desde mi casa de campo. Creo que cada editor que se precie debe buscar su propio hueco en el mercado, y a partir de ahí desarrollar su propia idea. Pero eso no quiere decir que no publique contemporáneos. Uno de los primeros cuatro libros de Atalanta es de Patrick Harpur, un autor inglés, sumamente inteligente y culto, que ha escrito una increíble y provocadora historia de la imaginación, en la cual, además de dar cuenta de todo lo imaginable en este campo desde la antigüedad hasta hoy, al final nos hace dudar de nuestro esquema racionalista del mundo. Su ataque, pleno de ironía inglesa, a ciertos esquemas clásicos de la modernidad, ya lo sitúa en una posición distinta de la modernidad, es decir, en esa especie de ultramodernidad en la que estamos entrando casi sin darnos cuenta. Me refiero a esa nueva forma de pensar que no necesariamente tiene que ser rabiosamente novedosa, sino que recoge y reelabora globalmente muchas ideas culturales diferentes de tiempos y culturas distintas, entre las cuales se encuentran también muchas de las cosas que llamamos modernas, pero que, en realidad, ya forman parte de nuestra tradición".

"Si tuviera que buscar un maestro en mi vida", añade, "alguien al que he seguido siendo fiel a lo largo de los años, éste sería Borges. De él aprendí que la cultura no se limita a un siglo o a unos pocos países limítrofes, sino a todo el mundo en todas sus épocas. Esto ha producido en mí la circunstancia poco compartida de que solamente me encuentro cómodo andando todos los meses por 25 siglos. Esto me ha costado muchos años de lectura, de hábito, pero ahora esta visión no la cambio por nada, pues limitarse solamente a los dos últimos siglos es como ver la imagen de la cultura o la literatura en dos dimensiones. En cuanto uno va añadiendo diferentes perspectivas surgidas de tiempos y culturas diferentes, esa misma imagen, al menos para mí, va cobrando más profundidad, más relieves, más matices…, hasta volverse tridimensional".

Y puesto que habla de maestros, viene a cuento el que comente su relación con otro de los grandes pensadores del pasado siglo, Cioran, con el que mantuvo una cierta relación de amistad.

"Cioran vivía en un ático, en París, al que había que subir andando, muy cerca del cementerio de Montparnasse. Le visitaba mucha gente desesperada que le decía que querían suicidarse. Él los escuchaba atentamente, y les sugería que bajasen al cementerio y que se sentaran allí durante una hora, y que después volvieran a subir otra vez. Lo curioso, decía, es que nadie después de eso quería suicidarse. Al principio se interesó por mí -me lo confesó más tarde- porque le encantaba charlar con gente de la aristocracia. Sobre todo con mujeres ya de cierta edad, pues había descubierto que sus vidas eran de lo más profundas y filosóficas que había podido encontrar, por una razón esencial: todas ellas conocían mejor que nadie el tédium vitae, es decir, la dimensión más sutilmente terrible de la existencia humana. Cada vez que iba a París, le llamaba y le decía: monsieur Cioran, siento decirle que no podrá evitar en los próximos días la visita de un editor en su casa… Y a partir de ahí nos lo pasábamos en grande".

La nueva editorial, que tiene previsto su lanzamiento en los primeros días de octubre, comienza con tres colecciones: Ars Brevis (obras breves de textos literarios de todas las épocas con prólogos largos de especialistas en el autor; El copartícipe secreto, de Joseph Conrad, y Sin mañana, de Vivant Denon, serán sus primeros títulos), Memoria Mundi (recuperación de la memoria del mundo, grandes libros asiáticos, civilizaciones perdidas o pequeñas joyas olvidadas de los últimos 25 siglos de la humanidad; se inaugura con una de sus grandes apuestas: La historia de Genji, de Murasaki Shikibu) e Imaginatio Vera (una nueva perspectiva sobre una larga y continuada cadena de obras espirituales: mitos, antiguas experiencias metafísicas y experiencias visionarias; el primer volumen, Una historia secreta de la imaginación, lo firma Patrick Harpur). En cuanto al modo de proceder para conseguir lo deseado, su artífice lo explica con claridad.

"Deseo intervenir en todos los procesos de elaboración de los libros. Reunirme de un buenísimo equipo e intentar hacer las cosas de la mejor manera posible, vindicando la buena labor artesanal por encima de todo. Quiero tener un excelente taller artesanal de este nuevo siglo. He dicho que Atalanta se basa en una investigación cultural. Pero ¿en qué se basa ésta? De alguna manera, Atalanta reacciona contra el provincianismo secular que ahoga nuestra cultura. Desde que la cultura se dirige desde los medios de comunicación, y sigue los dictados del mercado, todo lo que no es noticia o consumo tiende a ser apartado de las vías públicas. De ahí que estemos viviendo un olvido que puede llegar a ser aterrador. La memoria tendría que ser uno de los valores para el siglo XXI. Aún vivimos bajo el tic de la innovación, que fue la bandera del siglo pasado, sin darnos cuenta de que las cosas ya no son nuevas, como quieren aparentar, sino terriblemente viejas. Todo nuestro arte es puro manierismo. Necesitamos hacer una reflexión, es decir, un buen ejercicio de memoria. Sólo de ahí volverá a surgir lo nuevo. Por eso me interesa la investigación cultural, y por eso he elegido esta luminosa frase del escritor checo Gustav Meyrink para definir la filosofía de Atalanta, en la que dice que quiere aprender a maravillarse de nuevo y 'aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos, en lugar de mirar, como hasta ahora, las formas nuevas con ojos viejos', porque tal vez de esta manera 'adquieran la juventud eterna".

Esa apuesta por lo artesanal, por la obra bien hecha, bien editada y presentada, ¿no es también una respuesta inteligente para la supervivencia? Es decir, puesto que no aspiro a competir con quienes aceptan o estimulan las leyes del libre mercado, busco un territorio menos competitivo, más amable y, sin duda, con menos riesgos económicos.

"La idea básica es la de una empresa de nuestra época, sin empleados ni seguridad social, compuesta por excelentes trabajadores autónomos y responsables. Algunos están en Madrid, Barcelona, incluso una de mis colaboradoras está en la frontera con Laos, o bien en los pueblos cercanos a donde vivo. Esta época es increíble. Y por supuesto, esta idea de supervivencia a la que alude me interesa mucho, pues en realidad el mundo se ha vuelto tan inhóspito y voraz que uno ha de tener una filosofía propia para poder sobrevivir en él; una manera de conducirse por el mundo que esté lo más en consonancia posible con tus ideas y tu carácter. Y yo lo he encontrado, por el momento, en la investigación cultural y en lo artesanal. Siendo un artesano me encuentro totalmente libre y al margen de todo aquello que detesto. Hay una especie de felicidad, de tranquilidad de espíritu, en el trabajo artesanal que me encanta".

Supongo que su anhelo de leer y controlar todo el proceso de los libros que edite no es incompatible con la posibilidad de que alguno se convierta en un gran éxito de ventas. El caso de Gaarder es ejemplar. ¿Cuál sería su respuesta? Dicho de otra manera: ¿el éxito espectacular de algunos de los títulos de Siruela modificó sus planteamientos editoriales, o, parafraseando al líder político, se puede morir de éxito?

"Sí es algo cada vez más frecuente en estos días, y que espero que nunca me pase, pues es una de las muertes en vida más idiotas que existen. En cuanto a Atalanta, desde luego no puedo negar que me encantaría que todos nuestros libros fueran lectura obligatoria en bibliotecas, universidades, albergues bohemios, casas burguesas o lupanares…, pero este proyecto no nació con fines comerciales. Yo ya gané mi dinero al vender Siruela, y eso me permite ahora ser un liberto acomodado. Una persona liberada de la oficina convencional. Para mí, lo más importante, el mayor lujo, es vivir y trabajar de la manera más libre posible. El triunfo con letras mayúsculas es, en muchas ocasiones, irónicamente, una forma de fracaso, pues comporta demasiadas obligaciones añadidas, demasiados comportamientos artificiales a tu alrededor y, lo peor de todo, demasiados odios sordos y gratuitos que pueden acabar machacándote. Una lata. En realidad, casi todo es una lata. Mi propósito es, por tanto, modesto; es llegar a tener como esas pequeñas tiendas que te encuentras casualmente de viaje, en donde te venden una miel o un pan, fabricado por ellos, que resulta ser sorprendentemente extraordinario. Son lugares que siempre permanecen fieles a su tamaño y a su filosofía, pero que se convierten en una parada obligada en ese camino".

Siempre es posible una nueva vuelta de tuerca, un paso más en cualquier dirección. La fidelidad al tamaño y a la filosofía del negocio, y más si, como explica, se lo encuentra uno casualmente en un viaje, nos remite directamente a citar a otro clásico vivo: Rafael Azcona, quien cuenta que en los años cincuenta se pararon en una venta entre Madrid y Zaragoza por indicación de uno de los viajeros: "Aquí hacen y venden unas magdalenas extraordinarias". Y efectivamente, al parecer eran extraordinarias. Años más tarde, y alardeando de conocimientos gastronómicos, el guionista y escritor recomendó a sus nuevos acompañantes que pararan en dicha venta para comprar las muy recomendables magdalenas. "Pues no tenemos. Ya no las fabricamos", les contestó el ventero. Su explicación ante la insistencia de los clientes por conocer los detalles fue impecable e implacable: "Las pedían mucho". Una forma peculiar de entender el negocio. En estos días, en el Instituto Cervantes de Nueva York se está celebrando una exposición sobre el libro español, con especial atención al diseño gráfico. Jacobo Siruela redactó un texto para su catálogo del que entresacamos algunas notas:

"Lo único estimulante hoy es tener la suficiente libertad como para hacer todo lo contrario de lo que marcan los hábitos y pautas editoriales del último cuarto del siglo pasado. Es decir:

- Hacer pocos libros en lugar de muchos. Se trata de elegir, no de abarcar.

- Dedicar todo el tiempo que requiera cada uno de los libros en su realización, en lugar del menos posible 'porque es más rentable'.

- No seguir las pautas del mercado, sino intentar adecuar al mercado tus propias propuestas.

- No buscar nada nuevo ni 'original' en el diseño, sino algo auténtico y perdurable. Lo nuevo es lo que antes envejece.

- Tratar de buscar belleza -es decir, armonía de formas y colores- frente al relativismo (un poco gregario) de las estéticas instantáneas.

- ¡Guerra al plástico! Es un material anticuado y desagradable. Las encuadernaciones plastificadas son una rémora del siglo pasado. El plástico representa el triunfo de lo funcional frente a lo sensual. Y la sensualidad es el mejor acompañante de lo intelectual.

- Revindicar la encuadernación en papel, un material más acorde con el sentido del tacto. Estudiar a fondo todos los problemas que esto puede producir para la durabilidad del libro.

- Estudiar que el libro pueda abrirse perfectamente en las manos. (Lo contrario es una descortesía elemental con el lector).

- Cuidar al máximo las tipografías, interlineados, espacios blancos para los dedos, tamaño de la letra, etcétera. Son los fundamentos para un buen uso del diseño".

Revalorización de lo artesanal y utilización de las nuevas tecnologías. Esa mezcla se ha tratado de aplicar también a la comercialización y venta de los libros a través de la Red. ¿Qué conclusiones saca de las, al parecer, inicialmente fallidas experiencias?

"Soy un gran defensor de Internet. Creo que es lo único verdaderamente nuevo que ha sucedido en los últimos 20 años. Sin Internet, Atalanta no existiría como es. Esto es una prueba contundente de que la tecnología es lo que hoy transforma nuestras vidas y no la cultura humanista. De esto no me alegro, por supuesto, pero es así, y no hay espacio para lloriqueos. Quizá es mejor ver su parte positiva, que la tecnología es un medio y, como tal, algo también fundamental para el desarrollo de la cultura. Pienso que la alta cultura no será definitivamente engullida por la cultura de masas gracias a la existencia de dos mundos antitéticos: por un lado, los buenos libreros que seleccionan y mantienen la calidad de la oferta editorial, y por otro lado, Internet, que permite a cada usuario informarse adecuadamente desde su casa de los libros que le apetece comprar. Lo novedoso de Internet es que todos los libros, desde Píndaro hasta Zafón, se encuentran en el mismo nivel. No hay mesas de novedades, y cualquiera de estos dos libros tienen la misma facilidad o dificultad para encontrarse. Amazon, Abebooks, Chapitre son hoy día las mejores librerías del mundo, y esto da que pensar. Las pequeñas editoriales independientes necesitan tanto de los libreros, de los buenos libreros, como de Internet para su supervivencia. Por eso, la página web es fundamental. Espero recibir muchas visitas, entre otras cosas porque, aunque es una editorial completamente campestre, también es profundamente cibernética".

Tradición y alta tecnología, reivindicación de la sabiduría antigua y utilización de la informática. Jacobo Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, de la casa de Alba y conde de Siruela, con residencia en el Ampurdán y un indiscutible amor por los libros, anuncia su vuelta a los ruedos sin preocuparse en absoluto de quién tiene más derecho a entrar antes en un ascensor. Sin duda, los lectores se lo agradeceremos.

Jacobo Fitz-James Stuart, cumplidos los 50, presenta Atalanta, una editorial que mezcla lo rural con lo cibernético.
Jacobo Fitz-James Stuart, cumplidos los 50, presenta Atalanta, una editorial que mezcla lo rural con lo cibernético.JORDI SOCÍAS

El mito de Atalanta

Atalanta, célebre por sus pies veloces y su belleza salvaje, vivía y cazaba sola en los bosques. Un día, al consultar el oráculo de Apolo, el dios le indica que se abstenga de tomar esposo, ya que le traerá la desdicha. Desde entonces, Atalanta ahuyenta a sus pretendientes con un reto despiadado: nadie la podrá poseer a menos de ser vencida en la carrera; de este modo, el más veloz obtendrá las delicias del tálamo, pero el más lento, la muerte. Aunque su regla es implacable, tanta es la atracción que ejerce su belleza que a menudo logra reunir a un tropel de pretendientes, que acaban traspasados por sus flechas. En cierta ocasión, entre ellos se encuentra como espectador el joven Hipómenes, que la observa atentamente correr airosa con su pálida espalda al aire y su largo cabello al viento.

Hipómenes se enamora de ella y, sin pensarlo más, la reta. Pero antes de la carrera suplica a Afrodita que le conceda un don para vencer en la prueba, y como al decidido ayudan los dioses, Afrodita le da tres manzanas de oro del jardín de las Hespérides.

Cuando empiezan a correr, Atalanta consigue una fácil ventaja sobre su pretendiente, y éste le arroja el primero de sus valiosos frutos. La doncella queda sorprendida, intrigada, y descuida unos momentos la carrera para detenerse un instante y recogerla. Poco después vuelve a dejarle de nuevo a sus espaldas, y éste repite y arroja al suelo otra de sus manzanas doradas. Atalanta la ve caer y se gira para tomar otra vez entre sus blancos dedos la fruta que resplandece en la arena. Cuando ya sólo queda el último tramo, y el público anima con voces a cada uno de los corredores, Hipómenes lanza su última manzana. Atalanta duda un momento si detenerse, pero Afrodita la induce a ello y pierde la carrera, o quizá se ha dejado ganar porque también le gusta Hipómenes.

Más tarde encuentran en el bosque un templo consagrado a Zeus (otros dicen que a Cibeles). Secretamente, Afrodita los impulsa a entrar, disgustada al no haber sido honrada con sacrificios por su ayuda. En el templo sacian su amor. Y Zeus, según dicen (o acaso la misma Cibeles), los transforma en león y leona por haber profanado el templo. Algunas imágenes posteriores los representan tirando del carro de Cibeles.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_