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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Las modelos de Tichý

El artista checo Miroslav Tichý, introvertido y excéntrico, fue encarcelado y tomado por loco por el régimen comunista. Marginado por propia voluntad, se dedicó luego durante 30 años a retratar a las mujeres de su pueblo con cámaras artesanales. Su obra se expone hoy por el mundo.

Andrea Rizzi

Una lata de tomate usada. Un trozo de plexiglás abandonado. Un paquete de cigarrillos vacío. Que con desechos de ese tipo se puedan fabricar cámaras fotográficas es algo de por sí sorprendente. Que con el transcurrir del tiempo las imágenes capturadas -todas de mujeres de un pueblo perdido de Chequia- con semejantes cámaras acaben expuestas en museos y galerías de arte de Berlín, Zúrich y Nueva York, y estén cotizadas entre 4.000 y 8.000 euros cada una, parece algo imposible. Si a esto se añade que el autor se desinteresa del éxito y es una especie de eremita de la época moderna -un octogenario que en 1948 decidió aislarse de la represora sociedad comunista en el poder en su país, y que pagó por ello con una quincena de años de cárceles y hospitales psiquiátricos-, entonces la historia ya suena a ciencia-ficción. Sin embargo, es real. Se trata de la vida y el arte de Miroslav Tichý, un hombre considerado un demente sin techo por la gente de su pueblo de origen. En realidad, un hombre quizá menos loco que la sociedad que le rodeaba.

Su historia comienza el 24 de febrero de 1948. Ese día, el golpe de Estado de los comunistas checoslovacos derrumba el Gobierno democrático en el poder y, a la vez, cambia el rumbo de la inestable vida de Miroslav Tichý. En aquel entonces, Tichý era un excéntrico y dotado alumno de la Academia de Bellas Artes de Praga, y la pasión de su vida era la pintura. Esa fecha supone también el nacimiento de la barba y el pelo largos que envolverían su rostro durante medio siglo, el inicio de su marginación de una sociedad que le horrorizaba y de su alejamiento de los cánones de la normalidad burguesa.

Aunque la única ambición de este hombre extraño era, fundamentalmente, mantener su libertad, muy pronto su actitud fue interpretada como una forma de disidencia por las autoridades comunistas, que empezaron a controlarle, a impedirle ejercer la pintura y a acosarle hasta encerrarle en cárceles y hospitales psiquiátricos durante tres lustros, el tiempo que tardarían en enterarse de que se trataba de un hombre pacífico, sin intención de animar rebeliones. Una vez libre, Tichý se instaló en una infravivienda en su pueblo natal, Kyjov. Se trataba, sin embargo, de una libertad limitada, ya que le estaba prohibido pintar. Fue entonces, en los años sesenta, cuando decidió dedicarse a la fotografía. Así empezó el romántico e increíble recorrido de un hombre decidido no sólo a no depender de una sociedad represora, sino también a buscar y atrapar la belleza evidente o escondida de las mujeres que le rodeaban. El resultado es un sorprendente y conmovedor monumento a la elegancia y sensualidad femeninas.

Desde mitad de la década de los sesenta hasta la de los noventa, todos los días Miroslav Tichý se levantará pronto y deambulará por Kyjov, observará a las mujeres y disparará 100 instantáneas diarias. Con cámaras nacidas de la basura -y de su ingenio poderoso-, Tichý caza durante tres décadas la belleza más profunda de las mujeres del pueblo: en su vida cotidiana, en el mercado, en las paradas de los autobuses, en la piscina comunal… Cuando llega la noche vuelve a su agujero maloliente y amplía las mejores fotografías con instrumentos también fabricados con desechos. La gente del pueblo le considera un loco, un extraño y maniático clochard. Nadie sospecha que las imágenes cazadas por Tichý con sus objetivos de lata son arte puro, que lo que hace este hombre sucio y mal vestido es salvar en sus películas una belleza que resulta invisible para los demás; un mundo de armonía, sensualidad y gracia que sin su ojo se perdería para siempre. Nadie lo sospecha, salvo Roman Buxbaum.

Gracias a Buxbaum, la historia y el arte de Tichý no se han perdido en el olvido. La familia Buxbaum era amiga de la de Tichý desde cuatro generaciones atrás, y Roman -que hoy tiene 49 años, es psiquiatra y vive en Zúrich- conoció al excéntrico Tichý cuando era niño. Buxbaum es hoy, además, uno de los pocos que tienen acceso a él. "Miroslav es una persona introvertida, que no quiso adaptarse a las reglas establecidas. El choque con la sociedad le colocó en una espiral de la que surgió un hombre desinteresado por el mundo real y sus materialidades. Tichý empezó entonces a descuidar su aspecto, a romper sus relaciones, a construirse un universo propio", cuenta Buxbaum. "De ahí surge el equívoco. Por su aspecto descuidado, todos le consideraron un vagabundo, un demente. Sin embargo, es una persona sensible y culta. El mundo que se fabricó, en el que se encerró, estuvo siempre repleto de libros: de filosofía, historia, poesía…, y de óptica, lo que le servía para construir cámaras".

Dice Buxbaum que tiene recuerdos de Tichý desde su niñez, pero que fue en los años ochenta cuando descubrió su tesoro. "Su obra me provocó desde el principio emociones fuertes y contradictorias. Yo sabía que allí había un tesoro del que nadie conocía siquiera su existencia. Durante muchos años estuve preguntándome si era justo o no intentar sacarlo a la luz. Tichý hizo aquellas fotos para sí mismo, sin ninguna intención de publicarlas. Pero, a pesar de que no estuviera interesado, yo sentía un fuerte impulso: que la gente pudiera disfrutar de su obra. Y también que Tichý fuera reconocido públicamente como artista antes de morir. La gente del pueblo se rio de él durante décadas. Ahora no entienden muy bien cómo es posible que la obra de ese loco esté colgada en grandes museos ni comprenden qué es lo que tienen de especial sus fotografías, pero han tenido que asumir que es un artista. Espero que eso garantice a Tichý algo de respeto en los últimos años de su vida".

Consciente del valor de la obra de Tichý, Buxbaum empezó a recolectar y guardar sus fotos. "Él no da mucha importancia a su trabajo fotográfico. Se considera ante todo pintor. Por eso descuidaba, perdía, rompía su material. A veces lo regalaba. Mientras la duda sobre qué hacer seguía viva dentro de mí, fui recolectando mucho material".

Y la duda se disolvió hace cinco años. "Volví a Kyjov de vacaciones, y me di cuenta de que Tichý estaba envejeciendo rápidamente. Sentí, de repente, que debía hacer algo antes de que se muriera". Se llevó entonces parte del material a Zúrich para enseñarlo a los dueños de una galería. Y desde allí empezó a circular por el mundo. Pasó por la Bienal de Sevilla de 2004, por la Nolan / Eckman Gallery de Nueva York, por la Kunsthaus de Zúrich (justo tras una exposición de Henri Cartier-Bresson), por la galería Arndt de Berlín. Algunas de sus fotos alcanzaron una cotización de entre 4.000 y 8.000 euros en el mercado. Y un documental sobre su vida y obra, Tarzan in pension, que el propio Buxbaum dirigió y cuyo título está tomado de la respuesta que Tichý daba a la gente de Kyjov cuando le preguntaba si era un pintor, un fotógrafo o un filósofo. "¡Soy un Tarzán retirado!", contestaba.

"Yo descubrí sus fotografías en la galería de Zúrich a la que las había llevado Buxbaum", cuenta Tobia Bezzola, comisario de la exposición sobre Tichý en la Kunsthaus de la ciudad suiza. "Me quedé fascinado al instante. Al principio pensé que se trataba de la obra de un joven que reelaboraba viejo material fotográfico, porque Tichý no se limitaba a hacer fotos, sino que en muchos casos fabricaba también marcos que yo creía sobrepuestos posteriormente. Luego me contaron su increíble historia. Contacté con Buxbaum, fuimos a Kyjov. Allí pude conocer al autor y profundizar en su trabajo. Se trata de una obra con un tema único, obsesivo: cuerpos femeninos… La belleza de las mujeres de Tichý es sorprendente. La mayoría no son guapas, y, sin embargo, él sabe capturar su belleza. En ningún momento, Tichý aceptó hablar conmigo de la galería erótico-emocional que representa su obra. Se escondió tras comentarios filosóficos, enigmáticos; a veces interesantes, a veces banales. Mi impresión es que quería despistarme. Que el sentido profundo de las fotografías era algo demasiado íntimo como para que le apeteciera hablar de ello. La perspectiva de la exposición le dejó indiferente, lo que me pareció coherente con su filosofía".

A pesar del reconocimiento internacional que sus fotos están cosechando, Tichý sigue viviendo en el mismo agujero en Kyjov. "No podría ser de otra forma", dice Roman Buxbaum. "Yo cuido de él e intento que pueda disfrutar de los beneficios económicos que su obra produce, pero él no lo acepta. Entonces, el dinero que he recaudado con la venta de algunas fotos lo uso para promocionar su obra, financiar publicaciones y organizar un archivo a través de una fundación llamada Tichý Oceán. En todo caso, gran parte de sus fotos no se pondrá a la venta", explica. "Naturalmente, Tichý no ha venido a ninguna de las galerías en las que se ha expuesto su obra. Ni se lo pregunté", añade. "Pero cuando le enseñé el catálogo vi en sus ojos algo que se parecía a una especie de felicidad".

Ahora, los de Kyjov ya no se ríen tanto del extraño hombre de la barba larga que iba siempre cargado con objetivos de lata.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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