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El que no corre huye | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Muerte mortal

Un documental que he visto acababa con un señor que decía que el hombre que muera sin haber conseguido la inmortalidad, es como si no hubiera conseguido nada. Y se quedaba tan fresco que daba la vuelta a su chulísimo caballo, y pin pan, pin pan, se iba al trote. Y nos dejaba en la cabeza el eco de sus palabras, con su voz en inglés por lo bajinis y la del intérprete por encima, que parece que se queda todo más: inmortality, inmortalidad, inmortality, inmortalidad... sonaba. Resulta que él estaba encantado porque había decidido crionizarse, o sea, someterse a un proceso de ultracongelado en cuantito se muriera y así, cuando avance la ciencia, le descongelarán y le curarán. Como lo de la leyenda urbana de Walt Disney, pero en rural. De hecho, el tío estaba tan contento que parecía más el jefe del negocio que un paciente, como ellos los llamaban. Claro que esto nunca lo sabremos porque es lo que tienen los documentales, que enteros, enteros, nadie los ve.

Animan a la posible clientela contándonos que Franklin dijo que le encantaría que lo conservaran en un barril de no sé qué vino

Y yo no digo nada, pero después de lo que hemos visto sufrir a Drácula y otros vampiros por culpa de la inmortalidad, no sé cómo hay gente a la que todavía le quedan ganas de no morirse. Por otro lado, es normal, dada la imperfección del ser humano, intentar ser inmortal, porque mira que llevamos ya años existiendo, la muerte es nuestra única certeza y no nos cabe en la cabeza. Hablando de cabezas, había quien en lugar de crionizarse entero se pedía sólo la cabeza, por un exceso de confianza en la ciencia, creo. Porque decían que cuando puedan devolverles a la vida, de paso también podrán hacerles un cuerpo nuevo, clon del suyo, y enroscarle la cabeza y a vivir. Yo creo que es imposible ser tan crédulo, que más bien a éstos lo que les pasa es que son muy agarraos y se crionizan de saldo con tal de ahorrarse en los gastos de envío de un cadáver entero. Pero allá ellos. Desde luego, si el invento funciona, se van a reír, nosotros no lo veremos pero se van a partir el pecho, el suyo o el del clon, pero se lo parten. Ahora que si no funciona, o funciona mal, porque lo de revivir, a ver cómo, y si no que le pregunten al monstruo de Frankenstein, un cuajo de retales. O igual les pasa lo que a los de la película El cementerio de animales, que llevaban a los muertos a un antiguo cementerio indio y volvían vivos, pero asesinos perdidos. Que menudo miedo se pasaba, jodío Stephen King. Y, además, que si les colocan un cuerpo nuevo, ya que sea el de sus veinte años, y entonces las que pasarán miedo serán sus mujeres, porque, hecho un junco y recién resucitao, seguro que se va de picos pardos a contárselo a todo el mundo.

Lo que sí es verdad es que lo tienen muy bien montado. Animan a la posible clientela contándonos que el mismísimo Benjamín Franklin dijo que a él le encantaría que lo conservaran en un barril, de no sé qué vino, y salir cien años más tarde para ver qué había pasado. Y como los de Estados Unidos suelen ser tan mitómanos, a mí me sonó como si hubieran recibido una subvención de ultratumba. Por supuesto hay merchandising, o sea, que venden recuerdos. Lo tienen todo pensado. Si visitas las instalaciones te puedes llevar un termo, sí, un termo, para conservar fresco el gazpacho, por ejemplo, e invitar a los amigos.

Refresco del día: ver una de terror hasta que a uno se le hiele la sangre.

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