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Columna
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Figo y su tiempo

Santiago Segurola

Se va Figo del fútbol español y deja una huella que trasciende a su enorme categoría como jugador. Su nombre siempre quedará asociado a su fichaje por el Madrid, uno de esos momentos que definen una época. Sólo hay un caso comparable: el que protagonizó Di Stéfano en el célebre contencioso que dio origen al despegue del Madrid como equipo y como club. Sin duda, la importancia de Di Stéfano como jugador es muy superior a la de Figo. Sobre su imponente figura, el Madrid saltó a la cima del fútbol mundial. Pudo jugar en el Barça, pero terminó en el Madrid, en el que marcó una divisoria histórica. Hay un tiempo antes de él y otro después.

En el plano futbolístico no existirá un antes y un después de Figo, aunque su relevancia es indiscutible. Figo pertenece a una estirpe muy escasa: se podía construir un equipo a su alrededor. No basta con la solvencia técnica para conseguirlo. Figo no ha sido el más exquisito de los jugadores, pero pocos han igualado su coraje. Con Figo cualquier batalla parecía más sencilla de ganar, en cualquier campo, en cualquier momento, especialmente durante su etapa en el Barça. Era el tipo de jugador que todos querían tener en su equipo. Y que todos los rivales temían. Nadie lo reflejaba mejor que Roberto Carlos, condenado a una pesadilla en sus duelos con Figo, que se imponía por carácter, persistencia y voluntad de victoria. Fue lógico que emergiera como capitán sentimental del Barça. Figo ofrecía el perfil exacto del líder: alguien que mejoraba a sus compañeros con su ejemplo. En sus partidos más discretos era un gran profesional. En sus mejores días se trataba de un futbolista arrollador.

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Figo ya es jugador del Inter

Lo que se recuerde de Figo como gran jugador se asociará esencialmente a su etapa en el Barça, en el que pudo discutir la corona del fútbol a cualquiera de las grandes figuras de la última década. En el Madrid tuvo un arranque magnífico, pero comenzó a dar señales declinantes en su segunda temporada. Posiblemente su estilo ha conspirado contra él en los últimos años. Por su necesidad de disponer de la pelota, sus tobillos sufrían un castigo excesivo. Cuando perdió la plenitud atlética, su juego se volvió mundano. Conducía demasiado el balón y tenía dificultades para desbordar a los laterales. Su admirable orgullo de futbolista acrecentaba sus dificultades. Lejos de resignarse al declive o de generar un tipo de juego más conveniente, Figo ha jugado cada encuentro con la voluntad de demostrar que no estaba en decadencia. Ese desafío imposible tenía a la vez un punto conmovedor y un lado dramático. La evidencia se imponía: el mejor Figo fue el del Barça.

Pero no es como jugador como se medirá su carrera, por importante que sea. Cuando abandonó el Barça para ingresar en el Madrid, el impacto de su decisión superó cualquier lectura estrictamente futbolística. Fue un seísmo de consecuencias enormes en el ámbito español y también en el mundial. Por una parte, entronizó a Florentino Pérez como nuevo referente del fútbol. Dio una credibilidad instantánea a su modelo. Para el Barça significó una catástrofe emocional que derivó en un desastre de gestión. Nunca se tomaron tantas decisiones y tan equivocadas, todas bajo el efecto de una conmoción que se prolongó durante cuatro años. Más que por sus cualidades futbolísticas, Figo alteró el viejo equilibrio de poderes del fútbol español por el lado simbólico. Si el fútbol tiene algo de depósito sentimental, Figo desacreditó esa idea con una decisión que, en el mejor de los casos, le convirtió en un apátrida. Se convirtió en un traidor para los aficionados del Barça y en un futbolista más respetado que querido por los hinchas del Madrid, que no parecen especialmente conmovidos por su marcha al Inter. ¿Pero se puede hablar de una vertiente sentimental en los tiempos que corren? Es difícil creerlo cuando los intereses de los grandes equipos están en el márketing, en los contratos en el oriente asiático, en los dividendos, en la creciente fidelidad de las figuras a sus compromisos comerciales en detrimento de sus obligaciones con sus clubes, en la plaga de agentes que comienza a devastar el fútbol desde las categorías infantiles, en la utilización que hacen los dirigentes de sus cargos como trampolín para otras actividades. En realidad, la parte más controvertida de Figo, su desinterés por los viejos valores sentimentales del fútbol, sólo es una metáfora de su tiempo.

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