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LOS PROBLEMAS DE LOS INMIGRANTES

Un ingente esfuerzo malgastado por una gestión desastrosa

Las deportaciones de emigrantes al desierto han eclipsado la colaboración marroquí para frenar la presión sobre Ceuta y Melilla

"Bastó con un fin de semana para que Marruecos diera la impresión de ser un país de bárbaros inhumanos." "Se puede hacer una primera constatación: no solo el Gobierno no supo gestionar la crisis migratoria sino que, además, tampoco hizo nada para atenuar su impacto mediático". El editorial que recoge estas reflexiones no ha sido publicado en los semanarios independientes que se imprimen en Casablanca. Es el de La Vie Économique, una revista nada beligerante con las autoridades y que, sin embargo, se indignaba el pasado fin de semana, como tantas otras publicaciones, de lo sucedido desde finales de septiembre.

Fue entonces, cuando se multiplicaban los asaltos de subsaharianos a Melilla y Ceuta, cuando Rabat puso toda la carne en el asador para "defender la frontera de dos enclaves sobre los que no reconoce la soberanía española porque los reivindica", como recuerda un diplomático marroquí. Envió refuerzos, movilizó al Ejército, construyó un pasillo a lo largo de la verja, incrementó las redadas, etcétera.

La publicación de lo que ocurría llevó a Rabat a recoger a los abandonados y a dividirlos en dos grupos
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Alivió la presión migratoria pero cometió una serie de desaguisados. El 29 de septiembre cayeron muertos, del lado marroquí de la verja de Ceuta, al menos dos asaltantes. Sus cadáveres fueron trasladados a Casablanca para hacerles la autopsia pero 18 días después sigue sin conocerse su resultado ni el de la investigación abierta del lado marroquí sobre las circunstancias de su defunción.

El 6 de octubre otros seis subsaharianos murieron tiroteados en Rostrogordo, frente a Melilla, por las fuerzas del orden que dispararon en "legítima defensa". Rabat tardó 14 horas en informar del suceso.

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Si los caídos de Ceuta y, sobre todo, Melilla pueden ser achacados a la contundencia de la represión, lo sucedido después es más difícil de entender. Buena parte de los detenidos en las redadas fueron reagrupados en Oujda, en el este del país, a tan sólo 13 kilómetros de la frontera argelina.

Pero en lugar de expulsarles a Argelia a través de Oujda, por dónde la mayoría entró en Marruecos, se les trasladó, a partir del 3 de octubre, a Bouafra, una zona fronteriza y desértica a 250 kilómetros al sur. Se trataba de disuadirles de que regresaran.

ONG y medios de comunicación no tardaron en encontrarles, gracias a los móviles que poseían. Las imágenes de subsaharianos sedientos y hambrientos deambulando en medio de un inmenso pedregal dieron la vuelta al mundo. "El Reino respeta la dignidad humana y las reglas internacionales de inmigración clandestina", repetía Nabil Benadbalá, portavoz del Gobierno, a quienes le hacían preguntas en esos días.

El impacto mediático hizo, no obstante, rectificar a Rabat. A partir del 8 de octubre otros autobuses recogieron a los abandonados -algunos se habían alejado y no pudieron ser localizados- y les dividió en dos grupos. El primero, compuesto por senegaleses y malienses, regresó a Oujda. Un acuerdo concluido con sus embajadas en Rabat permitió repatriarlos, en buenas condiciones, mediante un puente aéreo.

Los demás, acaso unos 2.000, empezaron entonces una interminable peregrinación por el sur y el Sáhara que condujo a un grupo, con una fuerte proporción de mujeres, hasta la remota Dajla, cerca de la frontera con Mauritania, adónde iban a ser expulsados.

El rey Mohamed VI paró esta "decisión equivocada" para no envenenar las buenas relaciones con el vecino del sur, según reveló un alto cargo. Se les subió a Guleimim, donde estaban concentrados cientos se emigrantes. En la madrugada del sábado empezó un segundo puente aéreo para repatriarles.

Testimonios de subsaharianos recogidos por teléfono por ONG y periodistas y el anuncio del Polisario, el miércoles 12, hacen sospechar que, a menor escala, Rabat repitió cerca de Smara (Sáhara Occidental) la operación de Bouafra. Dejó tirados, en una zona aún más inhóspita y minada, a más de un centenar de "clandestinos".

En 72 horas las autoridades marroquíes lo han desmentido cuatro veces pero el portavoz del Gobierno reconoció en Le Monde del domingo que "la hipótesis fue examinada" pese a que ponía en riesgo las vidas de los subsaharianos.

La gestión marroquí de la crisis da la impresión de ser una constante improvisación salpicada de errores mayúsculos como los de Bouafra, Dajla y, acaso, Smara que han dañado la imagen de Marruecos en Europa y África subsahariana. En un esfuerzo insólito las autoridades marroquíes han multiplicado cenas y charlas para justificarse pero no han explicado cómo y quién está detrás de tantos desaguisados.

Algunas ONG marroquíes, como la Asociación de Familiares y Amigos de las Víctimas de la Inmigración Clandestina (AFAVI), y algunas publicaciones, como el semanario Le Journal, han solicitado que se abra una investigación para establecer responsabilidades y sancionar a los culpables. Su petición es un brindis al sol.

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