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Entrevista:ÁLVARO GIL-ROBLES | Comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa

"Europa vive un momento de miedo y de pobreza de espíritu"

Pilar Bonet

"La ola de emigrantes que llega a la valla de Melilla se puso en movimiento hace años", afirma el comisario de los derechos humanos del Consejo de Europa, Álvaro Gil-Robles, en una entrevista a EL PAÍS, coincidiendo con la elección, a principios de mes, del sueco Thomas Hammarberg, que le sustituirá en 2006. Gil-Robles estrenó el cargo de ombudsman europeo en 1999 y lo ha desempeñado con cierto espíritu quijotesco y andarín. Desde Islandia a Jabarovsk, en el extremo oriente ruso, y desde Suecia a Melilla, ha recorrido cárceles, hospitales y cuarteles en 32 países. Ha denunciado abusos en las democracias jóvenes y en las vetustas adormecidas: transgresiones de los derechos de los niños díscolos en el Reino Unido, de los derechos de los emigrantes en Dinamarca, cárceles "repugnantes" en Francia y siniestras desapariciones en Chechenia y el norte del Cáucaso. "Intento transmitir que los derechos humanos no son un bla, bla, bla escrito en el aire, si no algo que debe hacerse real", subraya.

"Que la cárcel sea angustiosa en un país pobre está en consonancia con el entorno, pero en Francia o en España no es lo que debería ser"
"Hay que hacer planes para desarrollar África. Si no lo hacemos, mañana habrá 100.000 personas ante la valla de Melilla"

Pregunta. Su mandato, de 1999 a 2005, ha estado cargado de acontecimientos, ¿cómo ha influido esta época en la percepción de los derechos humanos?

Respuesta. Tras la caída del muro de Berlín comenzó la incorporación progresiva de nuevos países al mundo democrático, pero este proceso se vio distorsionado por el 11-S. Hasta entonces, el terrorismo se veía como acciones nacionales, pero no como una amenaza universal a la seguridad y a la libertad individual. La sensación de que necesitamos seguridad entra en conflicto con las garantías de las libertades fundamentales. En toda Europa existe una tendencia a endurecerse. Se prima la represión penal frente a la reinserción o la prevención. En algunos países se endurece la política de emigración y se es cada vez más severo en la concesión del asilo, llegándose a expulsar a extranjeros a países no seguros, tras pactar con ellos.

P. Usted etiquetó de "predemocráticos" a dirigentes regionales rusos, ¿podemos hablar también de dirigentes "posdemocráticos" en países occidentales?

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R. En Europa, no. No creo que estemos en una fase posdemocrática, sino en un proceso democrático en crisis, porque tenemos también una crisis de identidad. No sabemos cómo construir Europa. Sabemos que no podemos renunciar a los valores, pero queremos estar seguros. Europa busca, pero no ha encontrado aún, el equilibrio entre libertad y seguridad. Hay miedo y preocupación en la sociedad y, sobre todo, en la clase gobernante y eso es malo.

P. La ampliación de la UE, ¿suma o resta democracia?

R. Los nuevos socios llegan a la democracia con falta de experiencia y cultura de diálogo y de consenso. Es una cuestión de tiempo. Europa ha tardado mucho en forjar una cultura democrática. Recuerdo que un presidente de Francia llegó a decir que el ingreso de España en Europa era un peligro.

P. Algo parecido dicen ahora de Turquía, salvando las distancias.

R. Un discurso muy similar. Los miedos irracionales, la falta de coraje para afrontar e integrar lo valioso de la diferencia son característicos de este momento. Es un momento de miedo, de pobreza de espíritu, en el que falta energía para decir que Europa es una realidad y no un mito.

P. ¿Han introducido los nuevos socios un mayor recelo respecto a Rusia en la UE?

R. Rusia se integra en el mundo democrático con todas sus contradicciones, que su clase política no ha eliminado, sino todo lo contrario. En Rusia hay un lenguaje profundamente autoritario, una manera de actuar y unos reflejos que chocan mucho con la concepción democrática de Europa. Los tics de la época soviética siembran inquietud y producen la impresión de volver a prácticas inaceptables, pero también hay un profundo cambio generacional, político y económico, en gran parte desconocido. Entiendo que los nuevos miembros de la UE sean suspicaces, ya que han sufrido mucho y tienen una memoria histórica que no pueden cambiar en una generación. Para cambiarla, Rusia tiene que hacer un trabajo de apertura y de transformación democrática, que aún no ha hecho en serio.

P. ¿Se pueden comparar las desapariciones en Chechenia a las de Argentina?

R. Evidentemente. No hay población que pueda vivir tranquila ni tener un proyecto de futuro con las desapariciones, que son uno de los problemas más graves de Chechenia y parte del Cáucaso.

P. ¿Dónde están peor las cárceles en Europa?

R. He visto cárceles muy malas en Georgia y Moldavia. Hay que distinguir entre los países pobres, donde las cárceles son el reflejo de una sociedad que no tiene ni sábanas ni antibióticos en los hospitales, y las sociedades ricas, donde las cárceles no están a la altura de los medios. Eso es lo que más me irrita. Que la cárcel sea angustiosa en un país pobre está en consonancia con el entorno, pero en Francia o en España no es lo que debería ser.

P. ¿Qué le sugieren los asaltos a la valla de Melilla?

R. Es el testimonio de la desesperación absoluta de miles de personas que llegan ante lo que puede ser el paraíso y se encuentran con esta valla. No tengo nada contra ella, porque tiene que haber un control, pero para los emigrantes representa la diferencia de 10 metros entre la miseria y la posibilidad de vivir dignamente.

P. ¿Cuál es la alternativa?

R. Marruecos no puede permitir que miles de personas circulen hambrientas y desesperadas. Tiene que controlar sus fronteras y establecer unos centros de acogida. Eso cuesta, y Europa y España deben ayudar a construirlos. La emigración es un problema europeo y las alternativas no pueden ser sólo defensivas y policiales. Hay que hacer planes para desarrollar África. Si no lo hacemos, mañana habrá 100.000 ante la valla.

Álvaro Gil-Robles, en 2001.
Álvaro Gil-Robles, en 2001.REUTERS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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