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CUMBRE EUROPEA EN LONDRES | La opinión de los expertos
Columna
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Tony Hamlet

Lluís Bassets

Era una excelente oportunidad para alcanzar al fin su histórico reto de situar al Reino Unido en el corazón de Europa. Contaba con no pocas bazas propias y con la ayuda impagable de las ajenas. Tenía a su favor su reciente victoria electoral en mayo, a pocas semanas de iniciar la presidencia semestral de turno del Consejo Europeo. Fue su tercera barrida electoral, insólita en el laborismo y sólo alcanzada recientemente por la señora Thatcher. Supuso una pérdida importante de escaños para el laborismo, como justo pago a su impopular e incondicional alianza con George W. Bush en la guerra de Irak, subrayada por las apuestas sobre su permanencia en Downing Street y su sustitución por el canciller del Exchequer, Gordon Brown. Pero fue victoria al fin, con el imperativo de dedicar las energías a preparar el relevo y la herencia. Y la Unión Europea, el objeto de permanente polémica y de definición contradictoria para el Reino Unido, venía como anillo al dedo.

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Muchas circunstancias le ayudaban. Los dos grandes vecinos continentales, Francia y Alemania, se hallaban en la peor situación para quitarle el protagonismo. Chirac acababa de dispararse un tiro en el pie con la idea genial de un referéndum popular sobre la Constitución. Schroeder no paraba de perder elecciones regionales una detrás de otra y se preparaba, aparentemente, para darse un batacazo. El rechazo francés a la Constitución constituyó para él un éxito adelantado, pues se había comprometido a convocar en el Reino Unido un difícil referéndum de ratificación durante el primer semestre de 2006. Fue así como llegó a la Cumbre de Bruselas, el día 16 de junio, preparado para acogotar a Chirac a propósito del presupuesto hasta 2013. Quienes deseaban una aprobación de las perspectivas financieras como bálsamo político ante el fracaso de la Constitución se quedaron con la sorpresa: ni Constitución ni presupuesto y una pelea descomunal entre París y Londres. Pocos días después, en un brillante discurso ante el Parlamento Europeo, donde mostró su mejor forma persuasiva, se metía a la opinión pública europea en el bolsillo. Nuevo engaño: fue el gesto vacío de un seductor, al que no le han seguido los actos.

El único éxito de la presidencia británica es el inicio formal y programado de las negociaciones de adhesión de Turquía el 3 de octubre. Será difícil que salgan las perspectivas financieras, algo realmente dramático para los nuevos socios, que verán mermada la llegada de fondos de solidaridad europeos si no se aprueban estos presupuestos plurianuales dentro de la presidencia británica. Para mayor inri, son los países amigos de Blair y de Bush, más proclives al atlantismo que al europeísmo, los que van a pagar los platos rotos. De ahí que sea lógico esperar un acuerdo en los cinco últimos minutos para salvar los muebles. Y la presidencia.

Tony Blair ha tenido que lidiar también con la obligada dosis de imprevistos, que cambian el paso y la agenda de toda presidencia. El luxemburgués Junker coronó la suya con el fracaso de la Cumbre en la que se enfrentaron el francés y el inglés por los dineros. El premier británico se encontró con el horror del terrorismo islamista en su propia casa. Y con la inesperada victoria corta de Merkel y el desvanecimiento del sueño de un nuevo eje liberal. El propio Sarkozy afila los cuchillos en defensa de la denostada política agraria común, algo en lo que le apoya el español Mariano Rajoy.

Casi nada ni nadie le ayuda. Y él está como ausente. O en otra parte, contemplándose a sí mismo desde la altura de la posteridad, pensando en cómo inscribir su nombre en la historia. Y a la vez viendo horrorizado cómo su amigo Bush, pato cojo también, se enreda en los múltiples líos en que se desmadeja su presidencia. De ahí esta extraña y breve cumbre de hoy, sin papeles ni conclusiones. No se sabe finalmente para qué. O para que los expertos, ellos sí, profundicen en el debate sobre los modelos sociales europeos. No es Hamlet porque se enfrente a un dilema. El primer ministro británico lo resolvió pronto, si es que se planteó alguno, y lo hizo como Alejandro con el nudo gordiano, sajándolo. Lo es porque a la pregunta de Polonio, "¿Qué estáis leyendo señor?", equivalente a "qué estáis haciendo durante esta presidencia", responde con las palabras del príncipe de Dinamarca: Words, words, words. Palabras. Discursos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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