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Reportaje:

El maremoto de Lisboa y Cádiz

Portugal recuerda los 250 años del desastre natural que arrasó la capital

Las crónicas cuentan que el Día de Todos los Santos de 1755 amaneció espléndido en Lisboa. Que las familias pudientes se fueron a pasar la fiesta a Sintra; que los menos ricos tenían encendidas velas en memoria de sus muertos o estaban en los cementerios rezando. Los grabados enseñan los barcos que navegaban por el Tajo. Detrás se adivina una ciudad caótica, apretada y soberbia, reflejo del próspero emporio comercial que era la Lisboa imperial.

Junto a las infraviviendas de la parte baja, cercana al río, y sus calles estrechas de diseño medieval, había docenas de palacios, la gran Catedral Vieja, iglesias grandes, medianas y menores, hospitales, conventos fastuosos, elegantes casas del Chiado recubiertas de azulejos. Por haber, había hasta un Teatro de la Ópera, orgullo de la metrópolis.

El maremoto rompió las murallas de Cádiz, mientras que Conil quedó totalmente destruida

Hacia las 9.20 de aquella mañana, el Teatro Real do Paço da Ribeira, situado junto al actual Terreiro do Paço, quedó completamente destruido. Igual que el 85% de los edificios de Lisboa.En apenas dos minutos, la calma, la belleza y la riqueza de una de las ciudades más viejas y ricas de Occidente se convirtió en muerte, pánico y desolación.

El suelo tembló durante seis minutos y volvió a temblar dos veces más hasta un total de 17; la tierra se abrió en zanjas enormes; las velas produjeron incendios por toda la ciudad; los supervivientes bajaron hacia la Baixa, junto al Tajo, buscando refugio en los barcos. Un par de horas después, un maremoto con olas de entre 6 y 20 metros dejó a la vista el lecho del río e inundó la parte baja de la ciudad matando a muchos de los que se habían salvado.

Fredric Christian Sternleuw, un marino sueco, definió aquello como "el acontecimiento más trágico que hayan contemplado ojos humanos". Lo explicó así: "Unas horas antes de que la tierra se abriera, comenzó el mar a crecer con rapidez increíble. La mayor parte de los barcos se desprendió de las anclas y quedó a la deriva. Finalmente, el mar subió de tal modo que muchos barcos fueron arrastrados hasta tierra".

La memoria del desastre llena los periódicos e informativos en Portugal, que conmemora la fecha en plena crisis económica y de ánimo. Hay actos oficiales (algunos han sido retrasados por falta de liquidez), exposiciones como Tembló la tierra, tembló el pensamiento, conciertos...

Hoy, 250 años después, el célebre terremoto de Lisboa ha perdido quizá caché en el penoso ranking de desastres. Pero sigue teniendo una importancia mítica. El que fuera el primer maremoto de la historia moderna cambió para siempre el concepto de catástrofe. Fue un terremoto muy letal, se sintió en casi toda Europa y acabó trastocando la mentalidad de la época, convirtiéndose en la antesala del terremoto revolucionario que explotaría unos años después.

Sólo en Lisboa acabó con la vida de entre 50.000 y 90.000 habitantes de los 250.000 que tenía la ciudad; pero en España produjo al menos 1.275 muertos y cuantiosos daños. En Sevilla hubo nueve víctimas, dañó el 89% de las viviendas y afectó a la Giralda. En Madrid cayó una cruz de una fachada ocasionando la muerte de dos niños

El maremoto posterior destruyó numerosas poblaciones del Algarve y afectó gravemente a las costas de Marruecos, Huelva y Cádiz. Sólo en Ayamonte murieron 1.000 personas; en Cádiz el mar rompió las murallas, invadió la población tres veces y ocasionó numerosas víctimas. Conil fue destruida, Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María y Jerez de la Frontera sufrieron víctimas y desperfectos.

Las olas llegaron hasta Martinica, Barbados, América del Sur, Finlandia... Y la onda de choque hasta Voltaire, Kant y Rousseau. Los filósofos de la Ilustración se encargaron de subrayar que aquella desgracia que muchos atribuían a un castigo divino era un desastre natural que reflejaba la fragilidad humana ante la naturaleza.

Pero aquel pensamiento laico y escéptico olvidaba la capacidad del hombre para convertir la tragedia en motor de progreso. Arquitectos, ingenieros y urbanistas, a las órdenes de políticos como el marqués de Pombal, empezaron a reconstruir la ciudad. Lisboa organizó un plan de reconstrucción basado en la austeridad, la sobriedad y la resistencia a los seísmos.

Lejos de abandonar a los heridos, el Estado tomó conciencia de la palabra solidaridad. Pombal, ministro principal del rey José I, respondió a quien le preguntó qué hacer: "Cuidar de los vivos, enterrar a los muertos". Ni Dios ni el diablo tenían nada que ver con la tragedia que trajo la destrucción y, enseguida, la modernidad al país.

Un grabado del Museo Municipal de Lisboa que muestra las ruinas de la catedral tras el terremoto.
Un grabado del Museo Municipal de Lisboa que muestra las ruinas de la catedral tras el terremoto.REUTERS

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