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Columna
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La princesa hembra y el príncipe macho

Soledad Gallego-Díaz

Durante muchos meses, el proyecto de Constitución dijo que la Corona de España era hereditaria en los sucesores de Juan Carlos I, "siendo preferido, en el mismo grado, el varón a la hembra". Nadie se dio cuenta, hasta el 31 de agosto de 1978, de que "hembra", en español, es, prioritariamente, un animal de sexo femenino, y que si se hablaba de princesas hembra habría que hablar también de príncipes macho. Fue Camilo José Cela, senador por designación real, quien presentó, ya casi en los últimos trámites, la correspondiente enmienda: "Lo opuesto a varón", dijo, "no es hembra, sino mujer, así que el artículo 57 debería decir... siendo preferido, en el mismo grado, el varón a la mujer". "Porque lo uso con frecuencia, sé distinguir inmediatamente un lenguaje que apesta a desprecio", bromeó el escritor.

Lamentablemente, a veces parece que para combatir la discriminación de la mujer hace falta ser mujer

Muchos de quienes ahora defienden que se modifique este artículo de la Constitución, para suprimir la discriminación de la mujer en la sucesión de la Corona, creen que son los primeros en asumir la defensa de la igualdad. Pero ya en 1978 estaba claro que la preferencia del varón era una discriminación y que, muy probablemente, ese artículo sería imposible de cumplir con los sucesores del príncipe Felipe. No se modificó por el expreso deseo de la monarquía de conservar el mayor número posible de rasgos tradicionales, pero a la hora de la verdad ese apartado se aprobó en el Congreso con 132 votos a favor (UCD y Alianza Popular), 123 abstenciones (PSOE, PCE y minorías nacionalistas) y 15 noes.

Los 15 votos negativos procedieron en su mayoría de diputadas de distintas procedencias ideológicas, que no respetaron la disciplina de sus grupos y dejaron constancia de su desacuerdo: Soledad Becerril, Esther Tellado y María Teresa Revilla, de UCD; Carlota Bustelo y Asunción Cruañez, del PSOE; Dolores Ibarruri y Pilar Brabo, del PCE, y Dolores Calvet, del PSUC. Junto a ellas votaron "no" el joven abogado Javier Sáenz de Cosculluela, el viejo agricultor valenciano Antonio Bisbal y el mecánico aragonés Benito Rodrigo, del PSOE; el catedrático Juan Echevarría, de UCD; dos liberales catalanes, Ramón Trías Fargas y Joaquín Arana, y un republicano de Esquerra, Heribert Barrera. En el Senado, donde sólo había seis mujeres, la discriminación fue combatida con entusiasmo por el senador independiente Manuel Villar Arregui, quien advirtió de lo que iba a suceder: se aceptarán los derechos del príncipe Felipe pero si éste tiene una hija primogénita, no habrá nadie capaz de negarle su derecho a la sucesión. Habrá que cambiar esta Constitución, auguró.

Incluso el senador Ricardo de la Cierva, que defendió el artículo actual, consideró que no existían razones "sociológicas o humanas" que justificaran la discriminación, sino una simple "tradición secular". A nadie se le ocurrió, hace 27 años, esgrimir argumentos en contra como los que sugirió el pasado lunes, en este periódico, el escritor Eduardo Mendoza: la posible incapacidad de una reina para hacer frente a situaciones de emergencia militar o para cumplir "el papel fundamental que desempeña el Rey de España en las relaciones con América Latina". Quizás los diputados y senadores de entonces tenían no sólo una mejor opinión de las mujeres, sino también una opinión menos trágica de los hombres: no creían que en 40 ó 50 años siguieran existiendo en España militares (todos hombres, por supuesto) capaces de dar un golpe de Estado. Incluso se negaban a creer que los políticos y ciudadanos latinoamericanos sufrieran un machismo tan insuperable que prefirieran siempre relacionarse con un hombre (¿aunque sea el presidente Bush?) que con una mujer.

Para combatir el antisemitismo no hace falta ser judío, como para luchar contra el racismo no hace falta ser negro. Lamentablemente, a veces parece que para combatir la discriminación de la mujer hace falta ser mujer. Así sea: dejemos constancia, hasta el aburrimiento, de que la discriminación se nutre de quienes aseguran que están de acuerdo con la igualdad de sexos pero, a continuación, sugieren que las mujeres no son capaces de asumir determinadas responsabilidades ni cumplir determinadas funciones que sí son capaces de realizar los varones por su mera condición de tales. Y todo esto no tiene nada que ver con proclamarse republicano o monárquico. solg@elpais.es

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