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Acoso escolar con castigo pactado

Los menores que agredieron a otro en Valencia aceptan seis meses de libertad vigilada sin llegar a juicio

Era su secreto y se lo guardó mientras fue capaz. El chaval, de 14 años, no deseaba hacerse famoso porque durante tres días de noviembre, huyendo de la luz de las farolas y sin saber exactamente por qué, otros muchachos de su edad y aun mayores lo rodearan, le pegaran, grabaran con un teléfono móvil su angustia y quizá su llanto y luego se marcharan. Por eso, el día 7 de diciembre, cuando alguien tocó el timbre de su casa y él observó por la mirilla que varias cámaras de televisión estaban dispuestas a brindarle ese tipo de fama, no abrió.

La historia sucedió en Patraix, al sur geográfico y económico de Valencia. Se trata de uno de esos barrios pacíficos, trabajadores y feos que enmarcan todas las ciudades y que nunca son noticia. Sus vecinos ya se han acostumbrado a vivir aprisionados entre un hospital, un cementerio, el depósito de la grúa y unas naves en ruina que no hace tanto alojaron la esperanza de Sintel y ahora acogen a las ratas siempre y al fuego de vez en cuando. También en su momento aceptaron sin alzar la voz -gente solidaria y con principios- que, justo enfrente y al lado de donde estudian sus hijos, el ayuntamiento instalara un centro psiquiátrico y un dispensario de metadona. De lo que sí se sienten orgullosos los vecinos de Patraix es de su instituto de secundaria, el Juan de Garay.

Los padres de los agresores censuraron a sus hijos, a diferencia de los del 'caso Jokin'
Teresa Gisbert: "No hay brote de violencia entre menores. Es que la sociedad es violenta"

"¡No me vaciles! ¿Por qué me miras mal? Quieres que te pegue?". La tarde del 6 de noviembre, el chaval de 14 años volvía precisamente del instituto, donde estudia tercero de secundaria, cuando fue increpado así por un muchacho dos años mayor que él. El que actuaba de matón iba acompañado de tres o cuatro más -de entre 14 y 15 años- que lo ayudaron a arrinconar a la víctima mientras que otro, teléfono móvil en mano, los apremiaba diciéndoles: "¡Venga, daros prisa, que tengo poca batería!".

El 16 de noviembre, el asalto se repitió a las siete y media de la tarde. El chaval fue acorralado en el aparcamiento del hospital universitario Doctor Peset. Uno de los agresores lo emplazó: "¡Venga, pégate con nosotros!". El muchacho se negó en redondo y fue golpeado con fuerza en la cara, sufriendo una contusión en la nariz. Al igual que la primera vez, uno de ellos lo registró todo con su teléfono móvil. El botín en forma de grabación fue exhibido entre amigos del barrio y compañeros del instituto.

Sólo un día después -el 17 de noviembre-, el ataque volvió a producirse. La víctima consiguió zafarse en un primer momento pero fue cazada al volver del instituto. Otro puñetazo y una advertencia: "¡No te chives!". Sin embargo, ya era demasiado tarde para seguir manteniendo el secreto. Sus padres, que lo habían llevado el día anterior al hospital para que le curasen la nariz, ya tenían decidido presentar una denuncia ante la policía y entrevistarse con el director del instituto, Joaquín Carrión.

"Lo primero", explicó Carrión, "era atender a la víctima". Todo se hizo en silencio. El chaval y su familia fueron atendidos por el psicólogo y el director del instituto, quienes después convocaron a los presuntos agresores y a sus padres, si bien sólo pudieron tomar medidas con respecto a los tres que estudian en el Juan de Garay. El que actuó como líder y otro más pertenecían a otros centros. La policía también empezó a investigar. El grupo de menores (GRUME) cotejó sus datos con los que ya disponía el instituto y detuvo a cinco menores. Después de interrogarlos, se los entregaron a sus padres. Antes del puente de la Constitución y la Inmaculada, todo estaba encauzado y en calma en el Juan de Garay sin que apenas nadie se hubiera dado cuenta. La víctima de las agresiones recobró la confianza en sí mismo y regresó a clase. Se abrió un expediente disciplinario y los tres presuntos responsables fueron expulsados temporalmente. "Notamos que algunos no venían a clase", explica un representante de los alumnos, "pero pensamos que estarían enfermos".

El día 7, a través de la mirilla primero y de los informativos enseguida, el chaval se percató de que su secreto había sido desvelado. La tarde anterior, la Jefatura Superior de Policía de Valencia distribuyó una nota de prensa en la que se anunciaba la detención de cinco menores de un instituto de Valencia por un caso de "acoso escolar", si bien después precisaba que todas las agresiones se habían producido fuera del centro.

Tomás Merlos enseña filosofía en el Juan de Garay desde hace 25 años. Tiene puntos suficientes para elegir plaza en cualquier otro centro. Sin embargo, sigue trabajando aquí, aunque para venir de su casa tenga que cruzar la ciudad. "Me gusta estar aquí", dijo el jueves por la noche con un nudo en la garganta, "por la calidad del alumnado, por la implicación de los profesores, porque Patraix es un barrio bueno, digno, amable...".

Merlos, y con él la mayoría de los profesores del instituto, tienen la sensación de que buena parte del esfuerzo y los resultados conseguidos en 40 años se perdieron el 7 de diciembre. "La nota de la policía, primero, y la información de los medios, después, dieron a entender que el Juan de Garay era un nido de violencia, cuando es justamente todo lo contrario. Desde que, el día 17, el director tuvo noticia de lo sucedido y tomó medidas, no se produjo ningún incidente más. El alumno afectado asistía a clase con normalidad y su familia estaba satisfecha de cómo se había actuado. ¿Por qué entonces las cámaras se acercaron a grabar a nuestros alumnos, que huían de ellas como si fueran famosos? ¿Cómo se podía denunciar micrófono en mano, con cámaras y en directo, las agresiones a un adolescente en un lugar -el instituto- donde no se había producido? ¿Cómo se le pudo ofrecer a un menor de edad, compañero del agredido, la posibilidad de salir en televisión, con peluca y voz distorsionada, para que narrara los hechos como fuente directa?".

Hay otra cuestión que estos días está provocando una tristeza honda en el barrio de Patraix. En un intento apresurado por explicar la agresión, algunos medios han distribuido opiniones de supuestos expertos en los que se habla de la violencia de los alumnos, de la dejadez de padres y profesores, de "la consecuencia lógica de inmigración y pobreza".

Nada más lejos de lo que sucede en el Juan de Garay. Todos los años hay más peticiones que plazas para entrar en el instituto. Ningún profesor está quemado o quiere irse. Los padres de los menores agresores, lejos de buscarles justificación o culpar a la víctima como en el caso Jokin -lo que les deparó un severo correctivo de la Justicia-, se han mostrado avergonzados por la actuación de sus hijos y dispuestos a ponerles remedio. "Pero ya estamos bajo sospecha", dice Merlos, "y es que nos hemos convertido en una metáfora perfecta de lo que sucede en España. Los tertulianos hablan de una fractura social que es pura ficción. Se tergiversa continuamente y ahora nos ha tocado a nosotros".

El viernes pasado, apenas 10 días después de que la fiscalía de menores de Valencia tuviera conocimiento de los hechos, ya había una sentencia aceptada por todas las partes. Los cinco menores han sido condenados por un delito de trato degradante, dos faltas de lesiones, tres faltas de malos tratos y una falta de amenazas. Se les ha impuesto una pena de seis meses de libertad vigilada a cada uno, con seguimiento y apoyo psicológico, prohibición de acercamiento a la víctima y expresa manifestación de arrepentimiento. Tendrán que solicitar el perdón del chaval de 14 años y de otros tres a los que también habían acosado en alguna ocasión.

Según Teresa Gisbert, la fiscal de menores de Valencia, una resolución tan rápida y satisfactoria para todas las partes ha sido posible gracias a la colaboración de los muchachos, de los padres y de los abogados especialistas en menores. Dice que si la información sobre la muerte de Jokin sirvió para sensibilizar sobre el acoso escolar, la difusión exagerada de ciertas noticias reúne el riesgo de crear modas muy peligrosas. "No hay brote de violencia entre los menores, es que vivimos en una sociedad muy violenta. Y algunos chavales, la imitan".

Patio donde juegan los alumnos del instituto Juan de Garay.
Patio donde juegan los alumnos del instituto Juan de Garay.JESÚS CISCAR

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