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Columna
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El verdugo

Manuel Rivas

El cambio democrático en Galicia, gracias a las elecciones del mes de junio, nos ha evitado la vergüenza de un presidente enalteciendo la dictadura, treinta años después de la muerte del dictador. Y tal vez el espectáculo, increíble, pero no improbable, a la vista de las citas y los derroteros, de ver a Manuel Fraga entregando una medalla Castelao a Pío Moa, ex ideólogo de un grupo armado maoísta y actual revisor de la carrocería histórica del franquismo. En la larga distancia, incluso la nostalgia de lo terrible adquiere un aire cómico. En un reciente libro de memorias, el cineasta Berlanga recordaba que la censura, sorprendentemente, no puso demasiados reparos a la película El verdugo, tan natural resultaba el oficio en el paisaje de la época. La única exigencia de la censura fue que no se oyeran los ruidos de las herramientas de matar, pues resultaban algo desagradables al oído. Fue el premio en Venecia, lo que espabiló la atención hacia el extraordinario filme con guión de Azcona. Además, algunos críticos extranjeros habían encontrado un biselado parecido fisonómico entre Amadeo, el verdugo interpretado por Pepe Isbert, y Franco. ¡Pobre y genial Isbert! Parte de la edulcoración del franquismo consiste en intentar eliminar de la banda sonora los desagradables sonidos de las herramientas de matar. De ahí la insistencia en caracterizar la dictadura como un flemático "autoritarismo", diferente del ruidoso y brutal "fascismo". Pero no es necesaria la historia crítica para desmontar ese hurto. El franquismo tuvo un carácter sincrético. Es decir, fue fascista, nazi, absolutista y autárquico, integrista y antisemita, embutido en populismo reaccionario y fundamentalismo religioso, y hasta imperialista si le hubiesen dejado. Aznar podría encontrar en la Fundación Franco el diseño perfecto del Mal que tanto anda buscando para combatir. Ese ser mutante no se consideró nunca transitorio ni jamás tuvo la pretensión de adquirir una naturaleza democrática. Los jerarcas apelaban siempre al "mandato vitalicio del caudillo Franco". Lo más fácil para definir al franquismo es oír su verdadera banda sonora. Según la propaganda, el dictador estaba dotado de "una broncínea voz con diamantinos armónicos". Cómico y terrible. Así suenan, aunque parezca mentira, las herramientas de matar.

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