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Reportaje:

Superdotados, admirados e incomprendidos

Las nuevas técnicas de neuroimagen revelan diferencias cualitativas en la organización cerebral

Si un niño muestra desde muy corta edad un apetito voraz por la lectura, si al año y medio puede permanecer sentado viendo entera una película de dibujos, si con 24 meses realiza correctamente sencillas operaciones aritméticas, si a los dos años y medio sigue con interés los partidos de fútbol hasta su fin, o si a los tres es capaz de construir puzzles de hasta 300 piezas o de tocar el violín, será seguramente un niño superdotado.

La mayoría de los especialistas coinciden en que el mejor momento para evaluar y diagnosticar a los superdotados (o niños con altas capacidades, como también se les denomina ahora) es entre los cuatro y los ocho años. Estos pequeños se caracterizan, básicamente, por poseer un amplio vocabulario y un uso óptimo de él para su edad; tienen una gran capacidad para el pensamiento y el razonamiento complejos; son inusitadamente hábiles para el pensamiento simbólico (habilidades matemáticas) y también tienen una gran capacidad de análisis y de síntesis para ver relaciones entre cosas y situaciones diferentes.

Las dificultades emocionales y sociales crecen con un cociente intelectual superior a 150
Las áreas frontales del cerebro de los niños superdotados son más activas

Son niños "muy... todo", resume Marta García-Sancho, madre de Rodrigo, de ocho años, y Pelayo, de siete, dos pequeños superdotados de Madrid. Al año hablaban un perfecto castellano y jugaba con ellos a decir palabras esdrújulas. "Nunca han tenido lengua de trapo, como la gran mayoría de los niños, y ni siquiera han dicho mal los participios de los verbos irregulares", afirma Marta, que es directora de un gabinete de orientación familiar. "Por lo demás", añade, "son niños normales, con mucha sensibilidad y una gran capacidad de empatía, esto es, de ponerse en la piel del otro. Sin embargo, al no encajar en el molde de su entorno ordinario, que se les queda pequeño, se perciben a sí mismos como distintos, se ven incomprendidos. En realidad, es como pretender que un Ferrari o un Porsche vaya despacio por las angostas calles de un pueblo".

Con tres años y medio, Rodrigo se levantó una noche de la cama y le dijo a su madre: "Mamá, no puedo dormir. Es que mi cabeza no para de pensar". Y a los seis años le pidió: "Llévame al médico, porque yo estoy turulato". Se veía tan distinto de los demás que pensaba que "algo fallaba en él", cuenta Marta. En el servicio de neurología del hospital La Paz le hicieron un correcto diagnóstico de altas capacidades y la propia Marta sintió un gran alivio y comprendió muchas de las experiencias de su infancia. Ella y su marido nunca han sido evaluados, pero son académicamente brillantes. Marta aboga por que el niño esté diagnosticado, "para que pueda integrarse en su propio entorno salvando las diferencias con las medidas o actitudes que requiera".

Las avanzadas técnicas de neuroimagen revelan diferencias cualitativas en su organización cerebral. Algunos de estos trabajos muestran que el cerebro humano dispone de áreas para el funcionamiento intelectual de alto nivel y estas regiones están especialmente desarrolladas en los superdotados. Se observa que la parte más importante es la corteza cerebral: los lóbulos parietales y temporales, y sobre todo la corteza prefrontal. Los mismos estudios de neuroimagen evidencian que las áreas frontales de los chicos y chicas superdotados son más activas que en los muchachos normales. Algunos autores apuntan que los grupos neuronales de la corteza prefrontal de los superdotados son mucho más flexibles en su funcionamiento, lo que les ayuda a ser capaces de ejecutar supervisión, recuperación de memoria, comparación o lógica, así como otras muchas tareas impropias de los niños de su edad.

Para María Jesús Mardomingo, presidenta de la Sociedad Española de Psiquiatría Infanto-Juvenil y primera responsable de esta especialidad en el hospital Gregorio Marañón de Madrid, la sobredotación intelectual va ligada íntimamente a la inteligencia y a la precocidad, y debe manifestarse durante la etapa de desarrollo, es decir, desde el nacimiento hasta los 18 años.

"Si un niño demuestra desde muy pronto fluidez verbal y lectura temprana", explica, "no se debe a una presión por parte de sus padres y educadores, sino a que despliega la precocidad natural asociada a su superdotación intelectual genética".

Fue a principios del siglo XX cuando la superdotación empezó a acaparar el interés de los expertos. Aunque desde principios de la década de 1990 se desarrollaron ciertas normativas en España en esta materia, la Ley Orgánica de Calidad de la Educación, de diciembre de 2002, se configura como el instrumento legal para programar y generalizar las actividades de atención a los alumnos superdotados.

Madrid ha sido pionera. La comunidad madrileña, que asume en 1999 competencias plenas en educación, dispone de un Programa de Enriquecimiento Educativo para Alumnos con Altas Capacidades, voluntario y gratuito, en el que participan la Consejería de Educación, el Ministerio de Educación y Ciencia y la Fundación CEIM (Confederación Empresarial de Madrid). En este proyecto ha colaborado la experta reconocida internacionalmente en esta materia Erika Landau.

Esta iniciativa, que tiene diversas vertientes, pretende que el alumno superdotado se eduque en un centro ordinario del sistema, aunque sea atendido con acciones complementarias (medidas específicas en el colegio, según las necesidades del niño superdotado), de flexibilización (adelantando un curso) y otras actividades extracurriculares, como reuniones dos sábados al mes en cinco centros prefijados, que acogen durante toda la mañana a educadores especializados, padres y niños (de 6 a 16 años).

Recientemente, se ha creado para todo el territorio nacional la Confederación Española de Asociaciones de Superdotados, que integra a las agrupaciones locales o regionales.

A juicio de los expertos, es curioso observar cómo a veces se producen las llamadas disincronías, en las que las altas capacidades intelectuales no se corresponden con la madurez emocional o el desarrollo psicomotriz. De hecho, se comprueba que las dificultades emocionales y sociales se incrementan con un cociente intelectual superior a 150 puntos (la mayoría de las personas inteligentes se sitúan entre 100 y 130, y a partir de esta puntuación son consideradas superdotadas).

Thomas Edison, la madre Teresa de Calcuta y Albert Einstein son algunos de los superdotados más renombrados de la reciente historia. Pero no llegan a ser genios, como Leonardo da Vinci, Cervantes, Shakespeare, Mozart y Picasso, cuyo cociente intelectual estaba en torno a 170 y 180.

Marta García Sancho y sus hijos Rodrigo (izquierda) y Pelayo, superdotados.
Marta García Sancho y sus hijos Rodrigo (izquierda) y Pelayo, superdotados.LUIS MAGÁN

Alta inteligencia con bajas notas

En el Manual internacional de superdotación, el único en lengua española, elaborado a partir del XIV Congreso Mundial para la Educación de Alumnos Superdotados y con Talento, que se celebró en Barcelona en 2001, la experta Yolanda Benito señala que "el niño con necesidades educativas especiales es aquel que muestra desviaciones en comparación con el niño promedio".

La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que el 4% se encuentra entre dos y tres desviaciones estándar por debajo del promedio (cociente intelectual entre 55 y 70 puntos) y por encima (entre 130 y 145).

Según Benito, delegada en España del Consejo Mundial para Niños Superdotados, aunque la mayoría de las investigaciones sugieren que los estudiantes con un alto cociente intelectual son los que tienen mejores notas en el colegio, no siempre ocurre así. Einstein es un claro ejemplo de superdotado y genio con mal rendimiento escolar.

"Hay muchachos con bajo rendimiento académico y un cociente intelectual superior a 130. Las razones pueden ser múltiples, pero la predominante es que el sistema educativo en el que están inmersos no se ajusta a sus necesidades. El niño se aburre, desconecta y puede llegar al fracaso escolar", aclara Benito. Y subraya: "No se trata de hacer adultos excepcionales, sino niños felices".

La psiquiatra María Jesús Mardomingo explica que hay pruebas estandarizadas fiables para diagnosticar la superdotación. Todos los expertos coinciden en que deben ser realizadas por especialistas. La más reconocida para medir la inteligencia es el test Stanford-Binet, que evalúa habilidades en áreas como el lenguaje, la memoria, el pensamiento conceptual, el razonamiento verbal y el numérico, la actuación visual motora y la cognición social.

"En una completa y correcta evaluación", añade Mardomingo, "no debemos olvidar las características de personalidad del pequeño. Un niño con estabilidad emocional, tolerancia a la frustración, sensible a los sentimientos ajenos y con una visión compleja de la realidad empleará mucho más positivamente sus altas capacidades que otro con el mismo cociente intelectual y que no reúna esas cualidades. Además, la superdotación es un conjunto de capacidades emergentes que se desarrollan y que requieren una evaluación repetida según vaya madurando el pequeño".

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