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Columna
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¿Existe el zapaterismo?

Josep Ramoneda

La primera visita de Blair a Zapatero llega cuando la tercera vía ya es historia. Blair, un día referente de la izquierda europea, está agotando sus últimos meses al frente del poder, desgastado sobre todo por su incondicional -e incluso irracional, en su vehemencia y pasión- apoyo a los errores de la Administración de Bush en la guerra de Irak. Hoy, la izquierda europea mira a Zapatero y se interroga sobre sus éxitos. ¿Existe el zapaterismo?

Cuando Zapatero llegó al poder no iba con un documento de estrategia preparado en las grandes escuelas, y envuelto con etiquetado mediático -tercera vía- como fue el caso de Blair. El discurso de Zapatero tiene la peculiaridad de poner las expectativas por delante de las respuestas concretas. De modo que hay pocos documentos que sirvan como fuente para definir el zapaterismo.

La acción -las maneras de hacer- dieron la etiqueta de partida: el talante, un estilo para diferenciarse de la arrogancia aznarista, que ya sólo sirve para chistes de la oposición. El talante ha quedado eclipsado por una considerable acumulación de poder. De modo que se ha pasado, con suma rapidez, de la imagen de bambi a la de killer, a la hora de caricaturizar al presidente.

El zapaterismo es, sobre todo, una ruptura generacional: por primera vez asume el poder en España un líder de izquierdas que no lleva a sus espaldas las mochilas acumuladas por los que estaban por encima de los dieciocho años en Mayo del 68. Tanto el mito de la revolución como las eternas querellas ideológicas de la izquierda le son completamente ajenos. Zapatero vive y asume, sin inquietud alguna, el paradigma liberal.

Como consecuencia de ello, Zapatero asume una gestión económica perfectamente ortodoxa. No quiere riesgos con el dinero, que tantas veces ha provocado el fracaso de la izquierda. Conservador en lo económico, las señas de identidad de izquierdas las busca en el terreno de los valores. Por esto, la derecha le llama radical. Podría decirse -y quizás es lo más característico del zapaterismo- que opera como si el ámbito económico y el ámbito político y simbólico fueran relativamente autónomos. De ahí que siendo muy pragmático aparezca en algunos casos como muy ideológico.

El conservadurismo económico se compensa con una gran ambición reformista en otros ámbitos: en materia de costumbres, en materia de derechos sociales y en la cuestión territorial. Esta apuesta reformista le permite conectar con las fibras más sensibles de la cultura española de izquierdas y con la tradición liberal, muy escasa en España. Por eso irrita tanto al PP, que se siente escorado a la derecha. En materia de costumbres, las reformas han cuajado sin mayores tensiones en la sociedad. Zapatero ha conseguido que el PP se aliara inútilmente con la Iglesia, subrayando su deriva conservadora. Los nuevos derechos sociales -la ley de dependencia y la ley de la igualdad- forman parte de aquellas cosas que se hacían ineludibles y que hasta ahora se habían retrasado sólo porque los Gobiernos han ido bastante rezagados en relación con la evolución de la sociedad.

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La panoplia de reformas estatutarias se entiende desde el principio zapaterista de que en política nada es imposible de antemano y desde el principio republicano de que la libertad se basa en la comunicación. Pero hay que verla sobre todo en relación con la gran apuesta de Zapatero: el proceso de fin de la violencia. Obviamente, es la gran ilusión de todo presidente, para la que Zapatero cuenta con una coyuntura mejor que sus antecesores, a pesar del juego desleal de una derecha despechada y sin liderazgo.

La salida inmediata de Irak después de su elección dio un caudal de confianza a Zapatero y gratificó a la conciencia de izquierdas, siempre afectada por esta enfermedad infantil que es el antiamericanismo. También en esta materia, Zapatero lleva menos mochila que sus antecesores. Y ha demostrado que se pueden marcar distancias respecto al Imperio sin que se hunda el mundo. Sin embargo, cuando ha querido liderar una alternativa se ha metido en una trampa: el discurso de las civilizaciones es un mellizo conceptual del conflicto de civilizaciones.

La clave del éxito del zapaterismo es simple: ha conectado con una sociedad cansada de caudillajes y de desplantes ideológicos. Si la conexión dura, el zapaterismo irá tomando cuerpo; si no, desaparecerá tan deprisa como llegó.

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