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Reportaje:

'Piques' de lujo en Marbella

La Policía Local refuerza su despliegue para evitar carreras ilegales de coches tras el accidente en el que murió un conductor ajeno a ellas

Fernando J. Pérez

Carmelo A. S., de 19 años, no imaginaba que el último viaje de sus vacaciones lo iba a realizar en un furgón policial entre los juzgados de Marbella y la prisión provincial de Alhaurín de la Torre. Este joven italiano de Torre Annunziata, cerca de Nápoles, acostumbrado al lujo y al dinero, conducía el Ferrari negro que el jueves, sobre las cinco de la madrugada, embistió a 150 kilómetros por hora a un humilde Citroën Saxo en una carrera ilegal contra dos amigos suyos por las calles de Marbella. Ajeno a la competición, el portugués Bruno A. D. R., de 26 años, conductor del utilitario, falleció en el acto y sus tres acompañantes resultaron heridas, una de ellas grave.

Los contrincantes de Carmelo en el trágico pique, Mario C. y Raffaele I., italianos de 32 años, conducían un Ferrari Rojo y un Lamborghini negro de su propiedad. Ambos huyeron del lugar del siniestro y fueron detenidos pocas horas después en el hotel de lujo de Estepona en el que se alojaban, gracias a la colaboración de varios taxistas. En el interior de los vehículos de alta gama que conducían los jóvenes, los agentes encontraron 18.000 euros en metálico y los resguardos de varias multas que les impuso el martes 15 la Guardia Civil en Sevilla y Guadix (Granada) por participar en "competiciones de velocidad clandestinas", según fuentes policiales. Los amigos de Carmelo fueron puestos en libertad bajo fianza de 80.000 euros acusados de un delito contra la seguridad del tráfico.

El Ayuntamiento dice que los sucesos de la semana pasada son "incidentes aislados"

Las alarmas policiales saltaron otra vez el sábado sobre las 20.00. Dos ciudadanos de origen árabe fueron detenidos en la conocida Milla de Oro marbellí nada más iniciar una carrera ilegal. Uno de ellos, que conducía un Ferrari, "incitó" al piloto de un Porsche a lanzarse a tumba abierta por la avenida, que tiene limitada su velocidad a 50 kilómetros por hora. Los agentes se percataron rápidamente y pudieron abortar la carrera. El juez impuso a los temerarios una multa de 2.800 euros.

Tanto el vocal de Seguridad del Ayuntamiento de Marbella, Carlos Rubio, como el jefe de la Policía Local, Rafael Mora, aseguran que las carreras clandestinas "no son habituales" en la ciudad y que los dos sucesos de la semana pasada son "incidentes aislados". No obstante, el cuerpo de seguridad ha reforzado las medidas de vigilancia, sobre todo en la travesía de la N-340, para evitar que las calles de Marbella se conviertan en un circuito para piques de deportivos de lujo de toda Europa.

En el resto de carreteras malagueñas tampoco es frecuente encontrar carreras ilegales organizadas. Fuentes de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil apuntan que "a veces" hay "piques improvisados" entre "niñatos", pero es "muy rara" la competición entre vehículos.

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En Málaga capital, el Ayuntamiento reforzó el pasado enero la vigilancia de las carreras ilegales en el paseo marítimo y en los polígonos industriales que se celebran las madrugadas de los fines de semana. Algunos de los participantes, sin duda orgullosos de su comportamiento al volante, se autodenominan Homer, como el personaje de la serie televisiva Los Simpsons. Y lo hacen para distinguirse de los Flanders, como el vecino pacato de la familia de dibujos animados, término con el que definen a los "torpes" conductores que respetan las normas.

Restos del vehículo que fue embestido por otro coche que participaba en una carrera ilegal el jueves en Marbella.
Restos del vehículo que fue embestido por otro coche que participaba en una carrera ilegal el jueves en Marbella.

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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