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Una red senegalesa introduce en Italia a más de mil inmigrantes llegados a Canarias

Los subsaharianos son embarcados en un tren directo desde Barcelona hasta Milán

Una red de senegaleses ha introducido en Italia a más de un millar de subsaharianos llegados en cayucos a Canarias y trasladados después por el Ministerio del Interior a varias ciudades de la Península. Los inmigrantes, sobre los que pesa una orden de expulsión que el Gobierno no ha podido cumplir, son trasladados por la red hasta la estación de Francia, en el centro de Barcelona, y embarcados en el tren que, tres veces por semana, hace el recorrido directo hasta Milán. Hace 15 días, la policía italiana devolvió a España a 54 de ellos que fueron detenidos al bajar de un convoy.

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Los subsaharianos llegan a la estación de Francia hacia las siete y media de la tarde, una hora antes de la partida del tren que cada martes, jueves y domingo hace el recorrido entre Barcelona y Milán. Al poco rato, son ya unos 200. Todos llevan el mismo atuendo: chándal, gorra de béisbol y mochila a la espalda. Agentes de policía se acercan a pedirles la documentación y, poco a poco, los van espantando.

En un banco, 15 jóvenes senegaleses, malienses, gambianos y mauritanos se apiñan en torno a un compatriota visiblemente mayor. "Nada de nombres", advierte el hombre a EL PAÍS. Más tarde revelará que se llama M. y que tiene 48 años. También mostrará un pasaporte de Senegal con visado del Reino Unido.

M. dice que posee una "oficina de inmigración" en Senegal y que está en la estación para ayudar a sus compatriotas a embarcar en el tren. Él no subirá al convoy: un compañero suyo velará por los jóvenes durante el trayecto y otro les recibirá en Milán y les llevará "a casas de amigos y familiares" en Italia, en Austria, en Alemania... M. no quiere hablar del dinero que deberán pagar los inmigrantes.

"Todos estos chicos son pescadores, estudiantes y granjeros, y llegaron a Canarias en cayuco", cuenta. Ante la imposibilidad de repatriarlos, el Ministerio del Interior los trasladó a la Península y los puso en manos de ONG. Sus órdenes de expulsión demuestran que han llegado a Barcelona desde Málaga, Murcia y Madrid. Algunos, directamente desde Canarias. Los que no habían contactado con la red de M. en Senegal, lo hicieron en los centros de internamiento del archipiélago o en las casas de acogida de las ONG.

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Las ONG -"sobre todo Cruz Roja", afirma M.- les han proporcionado ropa, les han pagado un billete de autobús hasta Barcelona, donde ellos han asegurado tener familiares o amigos dispuestos a acogerles, y les han entregado 50 euros para gastos de bolsillo. "Pero ellos se han dado cuenta de que en España no pueden conseguir trabajo. Los empresarios tienen miedo de contratarlos porque carecen de papeles", explica M. "Por eso van a Italia. Allí todo es más fácil. También es más fácil en Alemania o en Austria".

El negocio de M. y sus amigos ha funcionado bien hasta ahora. Tal vez, demasiado bien. En los últimos meses, la red ha trasladado a más de un millar de subsaharianos en tren hasta Milán. Hubo convoyes en los que viajaron entre 50 y 100 inmigrantes. Semejante avalancha acabó llamando la atención de las autoridades italianas, que hace 15 días devolvieron a 54 de ellos en un autobús hasta la frontera española. Un portavoz del Ministerio del Interior declara que "fueron trasladados al centro de internamiento de Barcelona y, una vez comprobadas sus órdenes de expulsión, quedaron en libertad".

Pero el aviso de Italia a España no cayó en saco roto. La semana pasada, la policía instaló en la estación de Francia un control de documentación por el que son obligados a pasar todos los negros que intentan subir al tren de Milán. "Son órdenes de arriba", dice uno de los agentes. "A los rumanos y a los búlgaros sin papeles los dejamos pasar, porque entrarán en la Unión Europea dentro de dos meses. Pero a éstos", hace un gesto hacia los subsaharianos, "a éstos no los quiere nadie".

Efectivamente, los 15 senegaleses a los que acompaña M. son rechazados. M., que durante el control ha permanecido en un discreto segundo plano, masculla: "Este control es una tontería. Si tomábamos este tren era sólo porque va directo a Milán, pero si la policía pone problemas, los muchachos pasarán en coche hasta alguna estación francesa, donde subirán a otro convoy que les llevará al mismo destino". Los inmigrantes se dirigen hacia las taquillas para devolver sus billetes. Recuperarán el dinero, menos una comisión de cancelación del 10%.

No obstante, varios subsaharianos han logrado subir al Barcelona-Milán. Entre ellos figuran dos senegaleses: uno de ellos era el amigo de M., que debía acompañarlos hasta Italia. El otro va vestido con una túnica africana y babuchas, y arrastra una pequeña maleta. Cuando, ya a bordo del tren, intentamos abordarlo, el revisor nos detiene: "Ese señor es un diplomático senegalés que viaja en Gran Clase. Me ha pedido que le haga la cama y que no se le moleste hasta Milán".

El viaje es una sucesión de controles. A las 5.15, varios policías franceses suben al tren. Estamos en la estación de Modane, localidad fronteriza con Italia. Los agentes revisan la documentación de los viajeros y se marchan con las manos vacías.

El convoy vuelve a detenerse a las 8.00 en la ciudad italiana de Bardonecchia. Ahora son italianos los policías que suben a bordo. Al cabo de un rato se oyen voces y golpes. Los agentes aporrean la puerta de un camarote de Gran Clase. El inquilino se resiste a salir. Cuando lo hace, ¡es el "diplomático" senegalés! Al parecer, no era quien decía. No es el único sin papeles que han descubierto los italianos. En la oscura estación se quedan detenidos con él otros dos subsaharianos y un marroquí.

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