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Chile: se acabó la tregua

La detención de Pinochet pone a prueba lo 'atado y bien atado' por el ex dictador, y abre la posibilidad de una verdadera transición a la democracia

Pegados al televisor o a la radio, el miércoles 25, los chilenos esperaron la decisión de los lores con el alma en vilo, tal como lo hicieron hace diez años frente al histórico plebiscito que derrotó al general Augusto Pinochet. Igual que entonces, pinochetistas y demócratas sentían que la vida entera dependía de esa noticia por llegar. Conteniendo la respiración, escucharon el veredicto: Pinochet no tiene inmunidad.Todos quedaron atónitos, no podían creer lo que pasaba. Unos y otros se habían acostumbrado a la omnipotencia del ex dictador. Pasado el impacto inicial, brotaron sin ningún control las emociones más profundas. Unos y otros lloraban.

En las filas del pinochetismo resulta inconcebible que el hombre todopoderoso que los salvó del comunismo (es así como perciben al gobierno socialista de Salvador Allende) esté hoy indefenso, detenido en un hospital londinense, sin que nadie pueda hacer algo por él. La compasión se mezcla con el miedo. "Si a mi general lo tratan así", dicen con angustia, "qué puede pasar con nosotros". Es la misma sensación que tuvieron cuando Pinochet perdió el plebiscito y se vio obligado a entregar el gobierno.

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Con igual intensidad estalló el júbilo entre los adversarios de Pinochet, especialmente entre las víctimas de violaciones a los derechos humanos. Abrazos, gritos, sonrisas y el descorchar de botellas de champán fue la tónica de una alegría que se reflejaba en público pero, sobre todo, en privado. Así también ocurrió hace diez años. Antes y ahora, las esperanzas se fundieron con el miedo y con un sentido de la responsabilidad. La polarización política es innegable. La división de la sociedad chilena se mantiene inalterable desde hace dos décadas.

Más que un proceso de transición, que significa ir cerrando heridas y construir democracia, desde que Pinochet dejó el gobierno, los chilenos han vivido una especie de tregua. Una tregua que parece estar llegando a su fin, para dar paso a una verdadera transición o, como quisiera la ultraderecha, a un retroceso autoritario. Todo indica que nada volverá a ser igual después del rotundo fallo de los lores británicos.

Chile intentó lo imposible: transitar a la democracia con dictador incluido. Es cierto que, el 11 de marzo de 1990, Pinochet entregó pacíficamente el mando a los civiles, pero no entregó el poder. Se instaló en la Comandancia en Jefe del Ejército y desde allí fue manejando los hilos para que nada de lo que había dejado atado, y bien atado, pudiera modificarse.

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Quizás el peor error de la Concertación [coalición de gobierno] fue creerlo caído cuando abandonó el palacio de La Moneda. Demoró menos de un mes en legitimarse como un protagonista válido en la naciente democracia. En una de sus sibilinas operaciones políticas, se hizo recibir en el Parlamento por uno de sus principales adversarios, el entonces presidente del Senado y ex presidente de la Democracia Cristiana, Gabriel Valdés. El objetivo se había cumplido: todos los fotógrafos captaron la amplia sonrisa del senador recibiendo al general.

Por primera vez desde aquel episodio, el senador Valdés contó a EL PAÍS que fue burlado por el general. Había organizado un almuerzo con los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, luego de que el Ejército le garantizara que no asistiría Pinochet. "Llegó sin aviso previo", recuerda. "Fue un golpe de audacia brutal. No me quedó más remedio que saludarlo, y caí en la trampa de sonreír para la foto".

Su última jugada, antes de partir hacia Londres, fue una maniobra similar en la que envolvió al presidente del Senado y candidato presidencial de la Democracia Cristiana, Andrés Zaldívar. Pero no basta la astucia de Pinochet para entender la peculiar democracia chilena. Hay otro factor determinante: una derecha absolutamente fiel al dictador.

Los intentos por construir una derecha más liberal y democrática, que siguiera el modelo de Adolfo Suárez, fracasaron de manera estrepitosa. El líder de esa corriente, el ex diputado Andrés Allamand, fue derrotado tan rotundamente en las últimas elecciones parlamentarias que prefirió autoexiliarse y vive actualmente en Washington. Lo sorprendente es que una derecha apegada al dictador, que ha torpedeado todos los intentos democratizadores y se ha negado a reconocer los horrores de la dictadura, logra mantener un sólido respaldo popular de aproximadamente un 35%.

Con este porcentaje y un sistema electoral binominal, la derecha controla buena parte de la Cámara de Diputados y prácticamente la mitad del Senado, donde hace mayoría con varios senadores designados y el vitalicio senador Pinochet.

El rey desnudo

En este cuadro, los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei han tenido poca capacidad de maniobra para transitar hacia una verdadera democracia. Si bien los dirigentes de la Concertación subrayan sus éxitos económicos y destacan la convivencia pacífica, lo cierto es que sólo se ha avanzado allí donde la derecha lo ha permitido.La tregua permitió terminar definitivamente con las violaciones de los derechos humanos y establecer un clima de libertades básicas. Pero la mayoría de los problemas se escondieron bajo la alfombra. Los chilenos se acostumbraron a vivir ignorando la realidad, como en la vieja fábula del rey desnudo que nadie nota.

Esta práctica tuvo visos dramáticos y grotescos el pasado miércoles 25, en el palacio de La Moneda. Los funcionarios de gobierno -todos demócratas, adversarios de Pinochet- debían mostrarse acongojados por la decisión de los lores, ya que el presidente Frei se la había jugado por la liberación del general. Tras las máscaras, la alegría afloraba por todos los poros. Una alta autoridad comentó que necesitaba "un cuello ortopédico para disimular la sonrisa".

Chile parece ser un país acostumbrado a enmascarar sus problemas no sólo en el ámbito político. No sólo escasea la verdad en materia de derechos humanos. Aquí no existe ley de divorcio, pero los chilenos se divorcian tanto o más que en otros países gracias a un resquicio legal llamado nulidad matrimonial. En la televisión se prohíben las escenas subidas de tono, pero existe una próspera industria de hoteles parejeros. No hay censura de prensa, pero opera una misteriosa ley del silencio en múltiples temas. Durante el último mes, de los cientos de artículos sobre el caso Pinochet publicados en la prensa mundial prácticamente ninguno ha sido reproducido en los medios nacionales.

Muchos chilenos -especial-mente en la derecha- se creyeron el mundo de fantasía que habían construido. Por eso les cuesta tanto entender que la comunidad internacional desprecie a Pinochet. Durante años se les dijo que los ataques contra el general eran producto del comunismo internacional. Ni siquiera la caída del muro de Berlín sirvió para cambiar el discurso.

La detención de Pinochet está desintegrando las máscaras. Cada día es más difícil no ver la realidad y las cosas comienzan a llamarse por su nombre. El senador socialista Carlos Ominami es muy gráfico: "No podemos seguir siendo una Albania neoliberal, abierta en lo económico y cerrada en lo político, lo cultural y lo jurídico".

El gobierno tiene dos objetivos: lograr que el ministro del Interior británico, Jack Straw, devuelva a Pinochet y mantener el orden interno. Esto último se hace cada vez más importante, en la medida que cunde la idea de que Pinochet no volverá pronto y aumenta la preocupación de lo que pueda hacer una ultraderecha desesperada.

La quema de banderas y los ataques a las embajadas de España e Inglaterra en nada ayudan a las gestiones gubernamentales. El diputado socialista Juan Pablo Letelier, hijo del ex canciller Orlando Letelier, asesinado en Washington, afirma que "el ministro Straw tendría que estar loco si mandara de vuelta a Pinochet viendo una derecha exaltada que hace el saludo nazi en sus manifestaciones".

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Lo cierto es que la desesperación de la derecha venía gestándose antes de la detención del general. Porque, curiosamente, a pesar de sus amarres e imperfecciones, esta democracia podría tener un presidente socialista en diciembre del próximo año.

Todos los estudios de opinión pública favorecen ampliamente la candidatura presidencial de Ricardo Lagos, el líder de la izquierda dentro de la Concertación de gobierno. Un hombre que se enfrentó valientemente a Pinochet en plena dictadura y que, como ministro de los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei, sumó fama de eficiente a su prestigio político.

Nadie sabe qué porcentaje del descontrol que mostró la derecha en los últimos días se debe al general Pinochet y cuánto al factor Lagos. La derecha está empeñada en destruir la coalición de gobierno para evitar el triunfo del líder socialista. Muchos de sus dirigentes están dispuestos a desbancar a sus propios candidatos y a apoyar al de la Concertación, el democratacristiano Andrés Zaldívar.

Lagos y Zaldívar deberán enfrentarse en una elección primaria en mayo próximo pero, hasta ahora, el socialista lleva una ventaja de más de 25 puntos. Situación que inquieta no sólo a la derecha sino también a la Democracia Cristiana, el principal partido de gobierno.

Sentimientos encontrados

En el trasfondo de las tensiones, ronda la idea de que quien sea capaz de solucionar esta crisis puede llevarse un triunfo electoral. Lagos, quien se encuentra actualmente en México, dijo estar dispuesto a viajar a Londres para apoyar el regreso de Pinochet. Agregó, claro, que Chile debía comprometerse a juzgarlo, "porque de lo contrario, estaríamos pidiendo el retorno de Pinochet para volver a la impunidad".Los partidarios de Lagos tienen sentimientos encontrados. Si bien están felices con la detención del dictador y la posibilidad de que se haga justicia, temen que su inmejorable condición electoral se vea mermada. Por eso quieren al general en Santiago lo antes posible. El senador Ominami, brazo derecho del líder socialista explica que, "con Pinochet fuera de Chile, la atención del país se centra en la soberanía nacional y los socialistas corren el riesgo de ser aislados. Por el contrario, con Pinochet dentro de Chile la atención se centra en la justicia y los socialistas podemos encabezar activamente la demanda por justicia y democracia".

Aunque suena espurio y no se reconoce abiertamente, la negociación de un gran paquete con Pinochet, los derechos humanos y una serie reformas democratizadoras marcó el debate político durante los dos días que siguieron al fallo de los lores.

Todos dicen que no se trata de crear monedas de cambio, pero los dirigentes de la Concertación reconocen que a Pinochet le ayudaría un acuerdo democratizador.

Jaime Ravinet, alcalde de Santiago y jefe de la campaña electoral de Andrés Zaldívar es claro al respecto: "Si la apuesta de la derecha es traer a Pinochet, debiera abrirse y permitir que se avance en los temas pendientes de derechos humanos y en la eliminación de los enclaves autoritarios que hoy cuestionan la imagen de Chile en el extranjero. La culpa de que Pinochet esté preso no es de la Concertación, ni de Frei, ni de la democracia chilena. Si la derecha no está dispuesta a abrirse, lo más probable es que Pinochet se quede en Europa".

Tal como ha ocurrido en coyunturas anteriores, la posibilidad de democratizar divide a la derecha. Por un lado, están los ex funcionarios del gobierno militar que no quieren oír nada de reformas. Por el otro, los sectores más liberales, unidos al entorno del candidato presidencial Joaquín Lavín, que se muestran abiertos a la negociación.

Si bien Lavín viajó a Londres para ayudar a Pinochet, antes de esta crisis se había alejado del general con miras a conquistar al electorado de centro. Su candidatura se impuso sobre otros líderes derechistas al ser elegido alcalde de Las Condes, la comuna más rica de Chile, con el 77,73% de los votos. De acuerdo a las encuestas, es el candidato que más se acerca a Ricardo Lagos.

Uno de sus hombres más cercanos, el senador Andrés Chadwick reconoce la disposición "a entrar al próximo siglo con los problemas del pasado ya superados". Asegura que la derecha está dispuesta a avanzar en mecanismos que permitan saber dónde están los detenidos desaparecidos y también a discutir reformas constitucionales, pero siempre que Pinochet esté en casa.

"Rendición incondicional"

Distinta es, sin embargo, la posición de quienes trabajaron en el gobierno militar. Ellos no están dispuestos a ceder nada y, por el contrario, endurecerán sus posiciones como "un acto de sobrevivencia".Así lo expresó el diputado Alberto Cardemil, ex subsecretario del Interior del gobierno militar. "Hoy las reformas no tienen sentido porque equivaldrían a una rendición incondicional. Primero tenemos que recuperar la legitimidad de la derecha que apoyó al gobierno militar y que hizo la transición. Sin esa legitimidad no vamos a ceder nada. Yo he ganado dos elecciones populares como ex colaborador del general Pinochet. ¿Le parece que puedo aceptar que el 11 de septiembre fue un acto inmoral, antiético y antidemocrático? No voy a aguantar más que digan que nosotros fuimos autores, encubridores o cómplices de violaciones a los derechos humanos. El día que aceptemos eso se acabaron todas nuestras posibilidades políticas. Ante eso, uno se defiende como fiera".

Hay consenso en que si Pinochet no regresa pronto, es decir antes de que se inicie el proceso de extradición solicitado por el juez Baltasar Garzón, en la derecha primarán las posiciones más irreductibles. Pero nadie teme un golpe de Estado y, al parecer, los militares tampoco enfocan en esa dirección.

Lo cierto es que la nueva situación política ya se instaló y Chile no volverá a ser el mismo. La ilusión de construir una democracia vigilada por el dictador se está diluyendo. Quizás ahora, tras esta muerte simbólica que afecta a Pinochet, la tregua pueda dar paso a una transición real.

Patricia Politzer es periodista chilena.

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