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Reportaje:Guerra en Oriente Próximo

"Queremos volver a casa"

Las sensaciones que viven los soldados israelíes en el campo de batalla abarcan desde el temor hasta el pánico

Uno a uno suben al autobús a las puertas de Metula. Son casi niños y sus rostros pintados de verde denotan tensión. A alguno se le escapa una risa nerviosa. Impresiona tener la certeza de que van a traspasar la barrera buena, nombre de la última cerca metálica que separa Israel de Líbano.

Al otro lado, en las aldeas de Kefar Kila, Taibeh y Markaba, esperan los guerrilleros de la milicia chií Hezbolá en la más completa oscuridad. Desde Metula, en el extremo norte de Galilea, sólo se observan luces en los pueblos cristianos libaneses. En los musulmanes, tras los bombardeos de la aviación hebrea, el apagón es total.

Hacia esa boca del lobo se encaminó hace unos días Yair, que a sus 19 años ha tenido la experiencia más traumática de su vida. No tanto para Avi Usana, de 28 años, un profesional que ha luchado en los territorios ocupados palestinos y en Líbano antes de que se retiraran las tropas en mayo de 2000, y que ahora combate en Taibeh.

"Cierro los ojos después de cada disparo. Si no ves, no sientes", dice Yair
Todos han tenido ante sus ojos o mirillas a los combatientes de Hezbolá

Tampoco para el aleccionado capitán Edan, casado a sus 26 años, y que manda a 60 hombres. Usana y Edan hablan de su experiencia con un oficial atento a la conversación. Yair -soldado que cumple su servicio militar de tres años, dos para las mujeres- comenta su historia sólo al periodista. Son dos mundos.

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En un detalle coinciden los tres: los milicianos chiíes son excelentes luchadores. Y en menor medida en las sensaciones que se viven en el campo de batalla: una gama que abarca desde el temor hasta el pánico. Todos han tenido ante sus ojos o mirillas telescópicas a los combatientes de Hezbolá. "Casi siempre les ganamos. Si nosotros sufrimos cuatro bajas, ellos tendrán treinta o cuarenta. Cuando ven los tanques Merkava huyen", dice Edan. "Cuando estás ahí dentro y ves los cohetes Katiusha que vuelan hacia Israel", agrega, "te das cuenta de por qué estamos haciendo esto, de por qué estamos entre los terroristas e Israel". ¿Volverás a entrar en Líbano? "Claro que volveré", afirma orgulloso tras haber sufrido una semana en Bint Yebel y regresar el 2 de agosto a su base en Avivim con el cadáver de un compañero en su carro de combate. Es el discurso oficial. El de los militares que no pueden mostrar síntomas de debilidad. Los hay, y muchos, que abandonan el frente con el pavor calado hasta el tuétano.

A Yair no le importaría no pisar de nuevo Kefar Kila. "Me he topado con los de Hezbolá frente a mi tanque. Se comportan contra toda lógica. Si yo estuviera en su pellejo, trataría de escapar. Pero ellos, no. Se lanzan contra el tanque. Están locos", comenta el jovenzuelo, que apunta: "La gran mayoría queremos volver a nuestra casa en Israel. No deseamos quedarnos en Líbano. Es un infierno, pero no queda más remedio que cumplir las órdenes". Sólo un chaval, Amir Fester, se ha negado a acudir al llamamiento a filas para participar en una pelea contra un enemigo que cuenta con misiles antitanque, que ha plantado minas y que conoce el terreno como nadie.

El coronel Zvika Golan asegura que "en cada pueblo se han encontrado un par de búnqueres. Están excavados en medio de las casas y tienen varios pasadizos. Los milicianos salen de un pasadizo y disparan; se meten dentro, salen por otro, y vuelven a disparar". "Llevo 10 años en el Ejército. Estuve en Maryayún [cuartel general israelí durante la ocupación de Líbano] antes de la retirada. También en Gaza y Cisjordania. No tiene nada que ver. Los de Hezbolá son mucho más fieros. Mi familia sabe que estoy en el norte, pero no que he entrado en Líbano", relata Usana.

Duermen los uniformados en sus tanques o en casas abandonadas. Algunos no pegan ojo en tres o cuatro días. Los hay, como Edan, que aseguran tener siempre en mente a su esposa, que aguanta el tirón en Haifa, la paralizada ciudad industrial del norte de Israel. "Es curioso. Yo he salido indemne después de una semana en Líbano y tengo un amigo que está en el hospital herido por un Katiusha cuando estaba en su casa". Yair prefiere "no pensar en la vida de civil". "Me volvería loco", dice. Mientras reposan y sienten alivio en Metula o en Avivim, se lavan los uniformes que tienden en los vehículos blindados, se tumban en camastros bajo un sol de justicia, amparados por una sombrilla playera.

Todos piensan en los amigos que han dejado batallando en Líbano. Se mezclan sensaciones encontradas. Los soldados de a pie no pueden sacarse de la cabeza el padecimiento de sus camaradas en el frente, al tiempo que hacen muecas de indiferencia cuando se les pregunta si desean volver al frente. Mientras, esperan órdenes para la próxima incursión.

Será el siguiente episodio del mismo drama. "No disparamos si no estamos seguros de que nos hallamos frente a un terrorista de Hezbolá, aunque pongamos en riesgo nuestras vidas. Podríamos volarlo todo, pero no es nuestro modo de hacer las cosas", asevera Edan ante la vigilancia del oficial responsable de las relaciones con los medios de comunicación, eludiendo toda referencia a la devastación de infraestructuras en Líbano o a la ruina a la que ha sido reducido algún pueblo chií.

Yair, sin embargo, sugiere que en su pelotón no son tan estrictos a la hora de cumplir el protocolo: "He tenido a tiro a personas que creo que eran milicianos y he disparado. No sé si los he matado. Cierro los ojos después de cada disparo. Si no ves, no sientes".

Un grupo de soldados israelíes descansa a la espera de un autobús el sábado cerca de la frontera entre Israel y Líbano.
Un grupo de soldados israelíes descansa a la espera de un autobús el sábado cerca de la frontera entre Israel y Líbano.REUTERS

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