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Violencia en Irak
Columna
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Al Zarqaui contra Abu Ghraib

La muerte de Abu Musab al Zarqaui, lugarteniente de Osama bin Laden y jefe de la ofensiva terrorista en Irak, es un indiscutible éxito de Estados Unidos y una prueba de la eficacia de los servicios de información jordanos, que fueron los que identificaron el refugio del criminal. Pero el suceso tiene una dimensión simbólico-mediática, además de política, aún más importante que la puramente militar.

Cuando una guerra parece imposible de ganar porque a la resistencia le basta con seguir existiendo para que las hostilidades no cesen, la necesidad de definir lo que pasa para que la opinión asuma o rechace el esfuerzo militar, se traslada frecuentemente a lo mediático. Eso es lo que ocurre con el conflicto de Irak, que se libra tanto en el universo de la información como en el campo de batalla. ¿Cuál es, por ello, la cotización mediática de la muerte de Zarqaui?; ¿cómo se compara con las torturas en la prisión norteamericana de Abu Ghraib, o la masacre de civiles en Haditha?; y ¿con el trato a los reclusos de Guantánamo, o las fabulaciones de Washington sobre las armas de destrucción masiva? La única medición posible de ese valor de imagen son los sondeos, pero con una nota al pie: la reacción inmediata puede ser efímera; y de nuevo, es sólo la obra general, el balance lo que puede tener algún valor.

¿Y en lo militar? El conflicto ha sufrido en los últimos meses una metástasis de violencia de forma que, aunque siga habiendo globalmente dos bandos -los de fuera y los de dentro-, estos últimos están cada vez más divididos en tribalidades de abigarrados intereses. Hoy, la guerra de Irak es una antología del enfrentamiento grupal, en la que lo que más abunda son los ejércitos particulares, además de la resistencia pura y dura contra el que se percibe como ocupante, y, por último, un número relativamente limitado de terroristas. En ese zafarrancho, la supresión del líder de una facción por propagandístico-fotogénica que pueda ser su muerte, habrá de tener un efecto mitigado sobre los combates. Y en la efectividad de la propia Al Qaeda tampoco parece que la desaparición de Zarqaui implique una grave alteración en el equilibrio de fuerzas por el carácter espontaneísta del funcionamiento de la organización.

Queda, por último, lo directamente político. La aparente y reciente disposición norteamericana para conversar con Irán sobre su programa nuclear, subrayaba la existencia de dos bandos en la toma de decisiones de la Casa Blanca. Una, que propugna la línea diplomática, afecta a la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, que no descarta que sea posible persuadir a Teherán de que renuncie a fabricar la bomba sin tener que recurrir a violencia ni sanciones; y otra, la del grupo neocon en torno al vicepresidente Cheney, que cree inútil y contraindicada cualquier clase de contemplaciones. Bomba a la bomba. Y el éxito. Al Zarqaui parece que más bien refuerza la línea dura, sobre todo porque Washington proclama que Irán es hoy el gran muñidor de todos los terrorismos internacionales. Igualmente, ante el propósito del primer ministro israelí, Ehud Olmert, de dictar anexión y fronteras a la Autoridad Palestina, esa misma línea filoisraelí norteamericana aún puede sentirse más a gusto haciendo suya cualquier posición del Gobierno de Jerusalén.

Mediáticamente muy exitoso; más bien inocuo en lo militar; y favorecedor de un endurecimiento en lo político, es como cabría juzgar la muerte de Zarqaui. Daniel Ellsberg, que en 1971 destruyó la presidencia de Lyndon Johnson con la publicación de los papeles del Pentágono, que exponía la red de fraudes, mentiras y falsificaciones de la Administración en otra guerra, la de Vietnam, decía la semana pasada que entre ambos conflictos había similitudes -las mentiras- pero una gran diferencia: "Los norteamericanos abandonaron Vietnam porque no podían ganar. Pero como nunca renunciarán al crudo de Oriente Próximo, son los insurgentes a los que no se puede dejar ganar, aunque tampoco derrotar. Por eso habrá unas largas y sangrientas tablas". Un Zarqaui más o menos no gana ni pierde una guerra.

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