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Reportaje:

El coronel Gaddafi y su 'tercera vía'

El sociólogo británico que estudió la renovación de la socialdemocracia mantuvo una larga entrevista con el dirigente de Libia y sacó una buena impresión sobre sus intenciones reformistas

Muammar el Gaddafi ha rechazado el terrorismo y ha vuelto a integrar a Libia en la comunidad internacional. Ahora está regresando a sus viejas ideas radicales, que, en su opinión, tienen elementos en común con algunas de las del nuevo laborismo.

Más que una tienda, es un entoldado abierto hacia el desierto. En el interior hay varias sillas de plástico blanco, una mesa también de plástico y dos sillones. Me siento en uno de ellos mientras espero al coronel Gaddafi. Para llegar hasta aquí, he volado a Trípoli y luego he recorrido la costa en otro avión, seguido de hora y media de coche para adentrarme en el desierto. Gaddafi se traslada constantemente de un sitio a otro, como los grupos nómadas de los que procede y también, sin duda, por motivos de seguridad. Esta tarde está acampado en un pequeño oasis lleno de camellos y unas cuantas palmeras de aspecto desvaído. Llega al cabo de pocos minutos.

La democracia representativa, alega el líder libio, es una forma de Gobierno insuficiente
La importancia mundial de Gaddafi es desproporcionada para el tamaño de su país
Las mujeres están en Libia en mejor situación que en la mayoría de los países musulmanes

Su aspecto, vestido con una túnica de color marrón y dorado, es impresionante. No se ve a ningún guardia y el encuentro es completamente informal. Es inmediatamente reconocible, para mucha gente de todo el mundo, independientemente de los sentimientos que suscite. En cierto modo, constituye un fenómeno extraordinario. Libia es un país muy escasamente poblado, sólo 5,8 millones de habitantes. La importancia mundial de Gaddafi es totalmente desproporcionada para el tamaño del país que dirige. Tiene 64 años y está en el poder desde 1969. Abundan los rumores sobre su salud, pero tiene un aspecto fuerte.

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Una entrevista con un dirigente político suele durar alrededor de media hora. Mi conversación con Gaddafi duró más de tres. Gaddafi estaba relajado; es evidente que le gusta la conversación intelectual. Nos sentamos al lado uno de otro y bebimos a sorbos té de menta. Tenía un cuaderno pequeño en el que a veces anotaba cosas. No parecía nada agitado, sino tranquilo y elocuente y, de vez en cuando, hacía algún chiste. El único participante directo además de nosotros dos era un hombre que acababa de llegar de Nueva York, especialmente, por lo visto, para servir de intérprete.

Gaddafi habla algo de inglés y, de vez en cuando, me dirigía a mí sus comentarios. Pero, en general, hablamos a través del intérprete. A Gaddafi le interesan los debates y las políticas de la socialdemocracia en Europa, y ése era el motivo de que me hubiera invitado. Le gusta el término tercera vía porque su filosofía política personal, desarrollada a finales de los sesenta, era una versión de esa idea. Así figura en El libro verde, firmado por él y que puede verse prácticamente en todos los rincones de Libia.

El libro verde está basado en una teoría sobre democracia directa. La democracia representativa, alega Gaddafi, es una forma de gobierno insuficiente, porque significa el gobierno de una minoría, mientras que la mayoría tiene poca voz. Por otro lado, el comunismo soviético acabó haciendo que gobernara una élite aún más reducida. Su tercera alternativa propugna el autogobierno, un sistema en el que todo el mundo, en principio, pueda participar. En un momento dado de la conversación indicó el símbolo que cubría el toldo. Era una serie de círculos concéntricos con varios puntos de conexión entre unos y otros. El círculo exterior lo constituyen los congresos populares, a los que puede asistir y contribuir cualquiera. Comunican sus decisiones a los grupos internos que, por último, las transmiten al Comité Popular General, que debe tenerlas en cuenta y actuar en consecuencia, con nuevas consultas en caso necesario. En teoría, Libia tiene un autogobierno sin un Estado.

La teoría económica de Gaddafi sostiene que todo el mundo debe recibir los frutos de su trabajo. En una economía capitalista, dice, los trabajadores no reciben más que una parte de la riqueza que crean, y el empresario se apropia del resto. La libertad sólo puede construirse si existe autonomía económica individual. Las necesidades materiales de la vida -ropa, alimentos, una vivienda y medios de transporte- deben estar en manos de cada familia. Por eso, en Libia, al menos hasta hace poco, no estaba autorizado que nadie alquilase una casa.

Nuestra conversación tocó numerosos temas y El Líder, como le conoce todo el mundo en Libia, hizo muchas observaciones inteligentes y perspicaces. Se remitía constantemente a las ideas de El libro verde, pero dejó claro que quiere adaptarlas y actualizarlas. A lo largo de los tres o cuatro últimos años, Gaddafi ha salido de su ostracismo internacional. Ha repudiado su apoyo al terrorismo. Libia ha pagado una compensación a las familias de los que murieron en el atentado de Lockerbie [localidad escocesa en la que fallecieron 260 personas tras explotar una bomba en el vuelo que iba desde Londres a Nueva York de la compañía Pan Am el 21 de diciembre de 1988] y ha abandonado sus programas de armas químicas y nucleares. En conjunción con el hijo de Gaddafi, Saif, estudiante de doctorado en la London School of Economics, el Foreign Office británico desempeñó un papel importante en la reincorporación de Libia al mundo. Las sanciones de la ONU, que habían afectado gravemente a la economía, se han levantado, y Libia ya no figura en la lista que elabora Estados Unidos con los países que patrocinan el terrorismo.

La conversión de Gaddafi puede deberse, en parte, al deseo de evitar las sanciones, pero tengo la clara sensación de que es auténtica y tiene serios motivos. Saif Gaddafi es uno de los motores de la rehabilitación y la posible modernización de Libia. Pero su padre es el que está autorizando esos procesos y el que sigue teniendo un firme control del país.

Durante nuestra charla, hablamos de que, en la filosofía política moderna, están renaciendo con fuerza las ideas sobre la democracia participativa y discursiva. Le dije que, en contra de lo que él opina, un sistema democrático debe tener mecanismos de representación, la elección entre partidos y un sistema de voto periódico. Ahora bien, es posible combinar esos elementos con formas directas de participación ciudadana que empleen la tecnología de la información, como es el caso de los jurados ciudadanos y los "días de discusión" nacionales que se han puesto en marcha en Escandinavia, y en los que se debaten iniciativas importantes. Todo ello depende, en gran parte, de la creación de una sociedad civil saludable.

Al hablar posteriormente de estos asuntos con otras personas, descubrí que los modernizadores que colaboran con Saif se toman en serio estas ideas. Desde hace dos años se reúne un comité encargado de redactar una nueva constitución. Acudí a una de sus sesiones y me impresionó la complejidad de sus ideas. El grupo ha avanzado mucho y reconoce la necesidad de llevar a cabo una transformación de fondo del sistema político, sin dejar por ello de conservar los elementos genuinos de igualitarismo que propugnaba el gobierno de Gaddafi.

Gaddafi no replicó cuando le señalé que es preciso revisar su estrategia económica. El igualitarismo es un valor socialdemócrata crucial, pero no puede construirse a base de negar los principios fundamentales de la acumulación y la inversión de capital. La competencia y el beneficio no son obstáculos intrínsecos para la prosperidad económica, sino condiciones para alcanzarla. Para reducir las desigualdades, el país necesita otras medidas, sobre todo relacionadas con la fiscalidad, el bienestar público y el sistema empresarial.

Cuando dejé la tienda de Gaddafi para volver a Trípoli, me sentí optimista y animado. Libia es un país pequeño, pero que se encuentra en primera línea mundial, por la decisión de Gaddafi de abrirse al mundo tras años de aislamiento internacional y por la abolición de sus programas de armas de destrucción masiva. Avanza en dirección opuesta a la de Irán y Corea del Norte, y a todo el mundo le interesa que el proceso siga su camino. En el camino de vuelta del desierto a Trípoli, hablé con varios de los modernizadores que están trabajando para poner en práctica programas concretos, y me impresionaron su nivel y su empeño reformista.

El día siguiente no ofreció tantos motivos para el optimismo. Di una conferencia en la Universidad Al Fateh y las reacciones que se produjeron me permitieron ver hasta qué punto les va a resultar difícil lograr que sus reformas salgan adelante. El tema de mi charla era la globalización y su relación con el bienestar social. Subrayé que Libia, un país pequeño con una enorme riqueza petrolífera, podría observar el ejemplo de Noruega como una especie de modelo para su futuro. Noruega tiene un grado de igualdad considerable, buenos índices de crecimiento y un sólido sistema de bienestar, y ha utilizado los beneficios del petróleo de forma razonable y con una planificación a largo plazo. Se ha adaptado muy bien al nuevo mundo globalizado.

Al acabar mis palabras, el presidente de la sesión, que me había presentado al principio, emprendió una enérgica y apasionada denuncia de prácticamente todo lo acababa de decir. Cuando llevaba un cuarto de hora de diatriba, me sentí obligado a interrumpirle para responder a sus críticas. Entonces, aproximadamente un tercio del público se levantó y se fue del auditorio. Yo ofrecí mi respuesta e intenté demostrar lo vacías y retóricas que eran las opiniones de mi oponente; al terminar, los asistentes que se habían quedado hicieron todo tipo de preguntas sensatas e inteligentes.

Hasta que no terminó el acto no me enteré de lo que, en realidad, había ocurrido. Se suponía que iba a presidir la sesión un modernizador, pero, antes de mi llegada, prácticamente le habían echado del estrado y, en su lugar, habían colocado a un tradicionalista inflexible. A los estudiantes de posgrado les habían dicho que se fueran cuando yo empezara a responder a las críticas dirigidas contra mí, en cuanto mi detractor hubiera dicho la última palabra (sic) sobre los temas tratados.

En cierto modo, me alegré de que me hubieran atacado de ese modo, porque no hay duda de que animó la discusión y, en medio de toda la retórica, se plantearon varias preguntas serias que merecían salir a la luz.

Sentado allí mientras hablaba mi detractor, pensé que lo que pretendía hacer al venir -ayudar a iniciar un debate sobre el desarrollo social y económico en el país- se había trastocado por completo. Había irritado a demasiada gente. Sin embargo, varias personas con las que hablé después me dijeron que aquel hombre pertenece a una minoría cada vez más reducida. Les pareció muy positivo que yo hubiera conseguido desinflar sus argumentos con tanta eficacia y en un escenario tan público.

El cambio será difícil en Libia, como en cualquier sistema en el que un solo hombre controla el poder durante mucho tiempo. Me fui del país confiado en que, por ahora, los modernizadores tienen ventaja sobre los tradicionalistas; pero, como muestra mi experiencia en la universidad, los que desean bloquear las reformas se están haciendo oír de forma inequívoca.

Hasta ahora, Libia ha despilfarrado su riqueza del petróleo, pero podría utilizarla para diversificar la economía y fomentar el espíritu emprendedor, claramente visible en el país a pesar de todas las restricciones que lo coartan. También podría invertirla en un sistema de bienestar a la altura de los mejores para proteger a los pobres y los vulnerables. Libia necesita inversiones extranjeras directas, además de los conocimientos correspondientes. Dichas inversiones se producirán si queda claro que las reformas sociales y económicas son auténticas. El país posee ciertas ventajas indudables sobre otros de la región. La alfabetización, por ejemplo, está por encima del 80%. Las mujeres están mejor que en la mayoría de los países musulmanes. Según el último informe de la Intelligence Unit de The Economist, se prevé que su crecimiento económico en 2006-2007 supere el 9%. Existen sólidas bases sobre las que progresar, y a la comunidad internacional le interesa apoyar a quienes propugnan el cambio en el país.

En gran parte, todo dependerá del propio Gaddafi, que se dedica a reflexionar sobre la actualidad de sus ideas políticas. Si decide apoyar a los modernizadores, podría desempeñar un papel fundamental a la hora de facilitar la transición. Da la impresión de que ése va a ser su rumbo, pero tiene que emplear su influencia para convencer a los escépticos; aunque es posible que lo primero que tenga que hacer sea convencerse del todo a sí mismo.

Anthony Giddens es sociólogo británico, autor, entre otros libros, de La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia. Este artículo apareció por vez primera en New Statesman. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Muammar el Gaddafi celebra ayer el Día de la Revolución libia acompañado del primer ministro marroquí, Driss Jettu.
Muammar el Gaddafi celebra ayer el Día de la Revolución libia acompañado del primer ministro marroquí, Driss Jettu.EFE

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