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Reportaje:04 BRASIL | CRÓNICAS DE LA VIDA

El enemigo más grande de Lula

Francisco Peregil

Contaba Vázquez Montalbán que cuando Lola Flores debutó en Nueva York un crítico del diario The New York Times escribió que la artista no bailaba como una gran bailaora ni cantaba como una gran cantaora, pero había que ir a verla. Con la ciudad de São Paulo ocurre algo parecido. Dista mucho de ser la más bonita. Puede que sea la más insegura de América. Y es una de las más contaminadas. Pero hay que verla.

La panza del avión se posa sobre la periferia de la metrópolis y a quien no la haya visitado nunca puede que le embargue una sensación de miedo. Ahí abajo, en la conurbación que se conoce como el Grande São Paulo, negociando, comiendo o matándose entre cientos de rascacielos, pululan 20 millones de almas. Tan sólo en la ciudad viven 11 millones de personas. Es la segunda región urbana de América Latina, por detrás de Ciudad de México. La conocen como la locomotora de Brasil y es fácil darse cuenta por qué. Pero a diferencia de México, São Paulo no es el sitio que alguien escogería como destino de sus vacaciones.

"En São Paulo, si quieres disfrutar, necesitas dinero. En Río puedes pasar el día en la playa"

Las empresas de autobuses turísticos que muestran la ciudad han fracasado a causa de los atascos. Hay cinco millones de coches y 150 kilómetros de calles embotelladas a diario. Con más de 250.000 motocicletas, la muerte de al menos tres motoristas al día está garantizada. Después de Tokio, São Paulo es la ciudad que concentra mayor cantidad de helicópteros privados (unos 500) y helipuertos (más de 100), por delante de Nueva York. El tratamiento de sus 15.000 toneladas de basuras diarias deja mucho que desear. Casi todo el que viene llega por razones de trabajo. Pero quien se queda más de una semana va descubriendo poco a poco por qué su gente no mira con envidia hacia Río de Janeiro ni a Salvador de Bahía.

A veces la locomotora funciona con la precisión de un reloj. En el aeropuerto internacional las colas de taxis están perfectamente organizadas. Muchos de sus hoteles cuentan con helipuerto y todo tipo de facilidades para trabajar. Las otras ciudades se encuentran a varios años de distancia. Navegar por Internet en banda ancha desde la habitación de un hotel de cuatro estrellas en Río de Janeiro puede costar hasta 13 euros. La conexión no es muy rápida y, como en tantos hoteles, se hace mediante una contraseña que facilitan en recepción. O sea, burocracia, lentitud y minutos de espera. En Salvador de Bahía intentar conectarse por alta velocidad desde la habitación de un buen hotel puede ser misión imposible. Hay que bajar al centro de trabajo y comprar una tarjetita con la contraseña. En São Paulo, sin embargo, por dos euros al día, enganchas un cable al ordenador y la conexión es inmediata. Y funciona como un tiro.

La gente es de una amabilidad extrema. Entre tanto atasco es difícil oír el claxon de los automóviles. Los propios paulistanos bromean y dicen que los atracadores suelen disculparse antes de apuntarte con la pistola. Pero en cuanto uno pone el pie en la calle se nota que acabas de llegar a una de las ciudades más inseguras del mundo. La mayoría de los coches llevan los cristales ahumados, de tal forma que no se ve a los ocupantes. "Mi madre se acaba de comprar uno con los cristales transparentes y me tiene muy intranquilo. Estoy harto de decirle que los cambie", explica Christian Burk, de 36 años, dueño de SP Tours.

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El 90% de los visitantes que llegan a la ciudad lo hacen por razones de trabajo. No disponen de mucho tiempo, pero sí de dinero. Así que contratan los servicios de una pequeña agencia turística con atención personalizada. El objetivo de estos guías es demostrarle al turista en tres o cinco horas, que aparte de la inseguridad y la contaminación, São Paulo guarda muchos encantos. Pero hay que saberlos encontrar. A ser posible, sin que te atraquen. "Si sales sin llamar la atención y te roban... pues a lo mejor te está bien empleado porque es que vas cargado de energía negativa", comenta un empresario paulistano.

Lo primero que te aconsejan al llegar es que camines atento, que observes bien a la gente próxima para prevenir incidentes desagradables. El problema es que cuesta dar un paso sin despegar la vista del suelo. Hasta en la calle de Oscar Freire, sede de las tiendas de ropa más lujosas de Brasil, se corre el riesgo de torcerse el tobillo si uno mira los escaparates o las inmensas jacarandas. Cada familia, empresa o comunidad de vecinos es dueña y responsable del trozo de acera que está delante de su vivienda. Con lo cual, unos trechos aparecen simplemente con cemento y suben en pronunciada pendiente hacia la acera del siguiente edificio, inmediatamente has de subir dos escalones para acceder al trecho de la próxima vivienda; después lo bajas, sorteas las raíces de un árbol y procuras, al tropezarte, no dar la sensación de andar demasiado despistado. No parece que los inválidos hayan tenido mucho que decir en el diseño de la ciudad. Pero la locomotora de Brasil ya ha pensado en solventar el problema matando dos pájaros de un tiro: se pretende enterrar los cables de alta tensión y de paso, allanar y uniformar las aceras. O sea, que trabajo hay.

"Y dinero también", comenta el charcutero Francisco Pérez, de 58 años y descendiente de españoles. "Éste es el mejor sitio de América para ganar dinero". Pérez es descendiente de españoles y vende productos ibéricos en el Mercado Principal de São Paulo. "Y en cuanto a la inseguridad... uno nunca sabe dónde puede saltar la liebre. La única vez que me han atracado en mi vida fue durante unas vacaciones en Madrid. Y lo hizo un ecuatoriano. Creo que en España ahora ustedes tienen los mismos problemas de inmigración que nosotros en São Paulo. En el norte de Brasil los alcaldes de las ciudades les pagan a los delincuentes el billete de avión o de autobús para que vengan aquí. Si mandasen a cada uno que comete un delito a sus lugares de orígenes, nos quedaríamos sólo la mitad en la ciudad".

En los últimos 12 años el número de presos se ha cuadruplicado y supera ya la cifra de 125.000. No hay celdas suficientes para ellos. Desde el 12 de mayo, el crimen organizado ha atentado cientos de veces contra policías, bancos, supermercados y edificios públicos, además de incendiar casi un centenar de autobuses en el estado de São Paulo. Detrás de todos los ataques asoma la poderosa mano del Primer Comando de la Capital (PCC), el mayor y mejor organizado de los grupos delictivos. También, estaba detrás del secuestro del periodista de la cadena O Globo, Guilherme Portanov.

El Comando exigía que la cadena emitiese el vídeo de tres minutos y medio en el que un encapuchado criticaba el sistema penitenciario de São Paulo y exigía mejoras. Y se salió con las suyas. El periodista fue secuestrado un sábado, la cadena emitió el vídeo de los delincuentes el domingo, y el lunes fue liberado el reportero. La ola de atentados del Primer Comando de la Capital ha dejado 180 muertos en el Estado de São Paulo, que cuenta con 40 millones de personas repartidas en 645 municipios.

Varios analistas brasileños sostienen que esa ristra de atentados persigue un objetivo muy claro: difundir en el resto del país la idea de que el Estado de São Paulo, feudo del conservador Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), no es un lugar seguro. En teoría, la locomotora de Brasil, esta ciudad donde la clase media es próspera y abundante como en ninguna otra del país, es la bestia negra del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones del próximo 1 de octubre. Tanto la metrópolis como el Estado de São Paulo son los grandes bastiones electorales del PSDB, única organización que podría disputar la presidencia a Lula. Geraldo Alckmin, un médico anestesista de 53 años que dejó de ser gobernador de São Paulo en marzo para presentarse a las elecciones, es el único candidato que puede hacer algo de sombra a Lula. Su principal tarjeta de presentación ante el electorado son los logros que consiguió en el Estado de São Paulo. Y su mensaje viene a ser: "São Paulo funciona, Brasil no". Los representantes empresariales del país le han echado un capote al declarar en público que su gestión como gobernador fue limpia y alejada de la corrupción. Precisamente la corrupción es el punto más débil de Lula, que en los mítines electorales tiene que evitar a veces la foto con dirigentes de su propio partido acusados de sobornar a miembros de otros partidos para conseguir la mayoría en el Congreso.

Pero el Primer Comando de la Capital lleva varios meses recordando a los brasileños que Alckmin se dejó pendiente en su Estado la gran asignatura de la inseguridad ciudadana. Muchos de los atentados iban dirigidos directamente a la policía. A pesar de todo, algunos paulistanos, como buenos brasileños, prefieren sacar una lectura positiva de los últimos atentados.

"A veces, para dar un gran paso adelante las cosas tienen que ponerse verdaderamente mal y hay que tocar fondo", señala Christian Burk. "La policía en este país está acostumbrada a dejarse sobornar por los delincuentes. Ahora que el Primer Comando de la Capital está atentando contra los propios agentes muchos policías se darán cuenta de que al aceptar los sobornos están engordando a su principal enemigo, dejando que compren mejores armas y que se hagan los dueños de la ciudad".

El paulistano no se arredra fácilmente ni deja de salir a la calle por temor a la violencia. Existen reductos en la ciudad, barrios como el de Villa Magdalena, que es como un pueblo de caserones blancos en medio de la metrópolis. Hay zonas de restaurantes donde es fácil toparse con los amigos de siempre. Hay mansiones de antiguos terratenientes cafeteros o cultivadores de té, haciendas del siglo pasado en medio de bosques frondosos, reconvertidas en restaurantes. Ése es el caso de la Hacienda de Morumbí, de 1813. En la vieja habitación del sótano que el terrateniente destinaba al esclavo más fuerte para que fecundara a las esclavas, hoy se venden perfumes. Después de la abolición de la esclavitud en 1888 llegaron los inmigrantes de todo el mundo para sustituir a los esclavos. Y la locomotora nunca se detuvo. São Paulo fue la ciudad que abanderó la lucha obrera de Brasil. Fue en sus calles donde un antiguo limpiabotas, de nombre Lula da Silva, lideró en 1980 una huelga de 140.000 trabajadores del metal de la que nacería el Partido de los Trabajadores, hoy en el Gobierno.

Aquel parto no fue nada sencillo en el Brasil de la dictadura militar (1964-1985). De repente un día, durante la huelga de 1980, Lula desapareció. "Sin Lula y amenazados por las tropas armadas, perros y mangueras de agua, los huelguistas disminuyeron sus concentraciones", relata Meter Robb en su magnífico libro Una muerte en Brasil (Alba Editorial). "Al cabo de unos días de inquietante búsqueda, los otros cabecillas de la huelga encontraron a Lula escondido en una casa, tirado en el suelo, jugando con sus hijos. El comandante del Ejército le había telefoneado para amenazarle con su arresto y había perdido los nervios. Los otros líderes sindicales no sabían qué decir. Lula no sabía qué decir. El movimiento se había hecho demasiado grande para él. Se levantó del suelo y regresó junto a los huelguistas. Entró en una sala donde le esperaban 2.000 personas para escucharle y cuando llegó a la mesa presidencial se vino abajo y comenzó a sollozar. La gente comenzó a aclamarlo y no paró". Las imágenes del discurso, grabadas en un documental, son estremecedoras. Lula pronuncia un discurso soberbio y se sitúa por primera vez en público al lado de quienes se oponen a los militares. Resulta irónico que ahora, el mayor enemigo del Partido de los Trabajadores se encuentre en la ciudad que lo vio nacer.

Zapatos, cosméticos, aparatos electrónicos, moda, automóviles, publicidad, universidades, música clásica, exposiciones de pintura, alta tecnología... São Paulo tiene de todo y casi todo bueno. Con sus tres millones de descendientes de portugueses, otros tantos de italianos, un millón de alemanes, 1,5 de africanos, un millón de japoneses, 850.000 hijos de libaneses (es el lugar del mundo donde más libaneses hay después de Líbano), unos 80.000 judíos y 28.000 españoles... los paulistanos presumen de tener la mejor cocina del mundo. También abundan los rusos, polacos, argentinos, bolivianos, chilenos, uruguayos... y gente de todas partes de Brasil.

Los viajeros curtidos recomiendan visitar el mercado de cualquier ciudad a donde se viaje. En el caso de São Paulo, es una herejía no darse una vuelta por el Mercado Principal. Pocos mercados hay con tal variedad de frutas, de quesos, carnes, vinos, especias... tan limpios y bien ordenados. El cliente suele probar los alimentos antes de comprar. Cuando uno termina de hacer la compra ya va bien surtido de chorizos, quesos, patés, piñas, mandarinas y tantísimas frutas, como la mixirica, el sapotí o el cajú. Pero ahí no termina el festín. Después se asciende al piso superior y puedes almorzar en un restaurante japonés, brasileño, italiano, libanés o español mientras echas un vistazo a la orgía de colores desplegada en los mostradores de abajo. Y sin apenas turistas. Es entonces cuando te acuerdas de Lola Flores y de todo lo que uno puede disfrutar en São Paulo.

Un viejo chiste dice que en Brasil, los de São Paulo trabajan para que los de Río de Janeiro se diviertan. Pero los paulistanos aseguran que ellos también se divierten. "El carioca

[habitante de Río de Janeiro] es demasiado creído. Le pasa lo que a los argentinos... que cuando ven un relámpago en el cielo se creen que es Dios haciéndoles fotos a ellos", comenta el frutero Iván Amaro, de 35 años. "Lo que sí es cierto es que en São Paulo, si quieres disfrutar necesitas dinero. En Río te puedes pasar el día entero en la playa sin gastar nada. Pero la diferencia es que allí en los restaurantes sólo ves a los turistas y aquí están llenos de gente de la ciudad", indica el comerciante Everson Marco, de 32 años. "São Paulo es como una multitud enorme que camina", añade. "Si caminas avanzas junto a la ciudad. Si no, te quedas fuera. Y yo no quiero quedarme fuera. Por eso trabajo desde las cinco de la mañana a las ocho de la tarde". Nadie quiere quedarse fuera. Ni siquiera Lula.

MAÑANA: MADRID.La forma de ser sólo por ser algo

La gigantesca ciudad de São Paulo alberga 11 millones de habitantes.
La gigantesca ciudad de São Paulo alberga 11 millones de habitantes.ASSOCIATED PRESS
Geraldo Alckmin, el principal opositor político de Lula.
Geraldo Alckmin, el principal opositor político de Lula.AP

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Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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