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Reportaje:

El país menos africano de África

El archipiélago de Cabo Verde celebra elecciones presidenciales en medio de la tranquilidad

El archipiélago de Cabo Verde parece vivir al ritmo de la morna que su diva descalza, Cesária Évora, ha dado a conocer en todo el mundo. Morna significa tibia, templada, y es una canción para bailar agarrado que mezcla la melancolía del fado que trajo la larga colonización lusa (desde 1460 a 1975) con la suave alegría zumbona de las esbeltas y mestizas etnias locales. Exportando artistas espléndidos y emigrantes sin más calificación que su dulzura, e importando energía y un turismo, Cabo Verde ha llegado al siglo XXI en una situación de templanza envidiable para sus hirvientes vecinos de continente. Paz social y estabilidad política, la incidencia del sida más baja (0,04%), una población letrada (25% de analfabetos), una mortalidad infantil decreciente, aunque las cifras de paro (en torno al 35%) son preocupantes y la pobreza, sin llegar a ser miseria, puede subir si siguen llegando en masa los inmigrantes del continente. Mañana, los dos políticos clave de sus 31 años de independencia, Pedro Pires y Carlos Veiga, se disputan la presidencia en las urnas ante la calma chicha de sus conciudadanos.

"Aquí no hay nada. No hay agricultura, no hay industria, no hay ganadería, sólo hay sal y turistas. Así que yo me gano la vida con la artesanía". Eso dice Alí Babá, de 41 años, que aborda turistas en la playa de Santa María, al sur de la isla de Sal, y no los suelta hasta que les coloca sus collares y unas figurillas de madera: una tortuga de la suerte, el símbolo nacional desde que llegaron los marineros lusitanos y venecianos; y una bailarina de funaná, danza local que constituye la segunda, y la menos mestiza, gloria cultural de esta nación de 4.000 kilómetros cuadrados.

Ese territorio diminuto, repartido en 10 islas bellísimas y dispares (unas tropicales, otras volcánicas, alguna desértica) y habitado por medio millón de personas, encarna, según la expresión del intelectual portugués Eduardo Lourenço, "la infinita soledad del fin del mundo". Pero Cabo Verde está ahora en el mapa mucho más de lo que nunca ha estado, y el país muestra orgulloso al visitante las tres gracias que le han convertido en el país menos africano de África: su cultura (música pero también literatura); su belleza, y su civilizada y democrática forma de estar en el mundo.

El país, que acaba de ser elegido por la Nasa para construir un observatorio que analizará la influencia de los monzones en el clima global, ha tenido que enfrentarse a nuevos problemas, causados por la entrada de dos tipos distintos de traficantes, los de drogas y los de personas. Pero la alternancia democrática entre los dos grandes partidos de centro es el sello que define desde hace 15 años la tranquila política caboverdiana.

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