_
_
_
_
_

Los Reyes inauguran el nuevo auditorio de El Escorial

Un concierto de Verdi abre la sala en una velada que recordó el accidente de Valencia

La velada inaugural del Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial discurrió con fluidez, gracias fundamentalmente a la mano maestra del director musical italiano Riccardo Muti y de la probada eficiencia del coro y la orquesta del Maggio Musicale Fiorentino, que se vieron arropados por un público entregado desde el primer momento. Al concierto le sobrevoló la tragedia ocurrida en Valencia, lo que llevó a la Casa Real y los organizadores a suspender el cóctel y los fuegos artificiales previstos.

La Comunidad de Madrid suspendió unos fuegos artificiales en señal de duelo

La discreta apariencia de la nueva construcción hizo vasos comunicantes con el tono de la gala, circunstancias aparte, aún entendiendo que siempre la apertura de un teatro es una verdadera fiesta, tanto para el mundo de la cultura como para toda la ciudadanía.

Los Reyes presidieron esta inauguración, y estuvieron acompañados en todo momento por Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid. La reina Sofía fue certificada por unanimidad como la señora más elegante de la noche, con su traje lavanda plisé, y algún que otro comentario descarnado despertó el refulgente verde retoño de la presidenta regional.

A raíz del terrible accidente del metro de Valencia, se suspendieron los actos festivos que debían sucederse tras el concierto, y lo que debió ser cóctel y fuegos artificiales, se convirtió en silenciosa tertulia en las terrazas superiores del teatro, que son la base logística y justificación volumétrica de esta arquitectura, pero el contenido mismo del concierto, por ese poder convincente de la música que atraviesa toda causalidad y así se convertía en un virtual y dramático homenaje de réquiem, pues en el meollo del programa poco había de festivo, desde el arranque con la sinfonía de La forza del destino, pasando por la oscura, sombría grandeza de la ópera Don Carlo hasta llegar a las dos de Cuatro piezas sacras, haciendo del Te Deum un último y vibrante responso.

La orquesta iba de rigurosa etiqueta y Riccardo Muti también, en estricta sastrería milanesa, siempre con ese toque ancien regine que le caracteriza, aunque ahora lleva el pelo más corto que cuando era el rey omnipotente del coliseo milanés.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

La estructura escenográfica llamada comúnmente "concha de conciertos", resultaba un poco desconcertante, pues arrancaba con un fondale cuadriculado en cristal azul retroiluminado, y este mismo elemento geométrico pasaba al techo del escenario y abarcaba al de la platea. Su color probablemente evocaba el azul del diáfano cielo de la zona, el que enmarca al monasterio y que pintó Maella. Pero su efecto en el interior de una gran sala sinfónica merece reflexión.

El detalle menos convincente de la decoración fue la proyección en el bambalinón frontal de una diapositiva con las siete estrellas de la Comunidad de Madrid y, entrando en detalles, el color del podio del director. Muti hizo gala de su estudiada personalidad teatralizante, y dio en el momento justo ese golpe de efecto que consiste en quedarse en silencio y con los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre la batuta, entre cinco y diez segundos; y esto lo hizo entre las dos piezas finales, con lo que añadió un cierto dramatismo al dramma intrínseco de las piezas sacras verdianas.

El teatro no puede decirse que estuviera en lleno total, aunque sí hubo público suficiente que justificaba la importancia de la fecha. Entre los asistentes estaban los compositores Antón García Abril y Tomás Marco, Antonio del Moral, director artístico del Teatro Real de Madrid; José Antonio, director artístico del Ballet Nacional de España, y uno de los pocos artistas de la danza española que ha colaborado con Muti (fue en la Scala de Milán en 1981, en Las bodas de Fígaro, en la mítica producción que dirigió Giorgio Streler), y que recientemente se vio en el Real madrileño. José Antonio dijo: "Aquella vez coreografié el fandango, y ha sido un placer vez a Muti, que sigue en su plenitud dirigiendo con esa garra que le caracteriza". También estaban presentes los jóvenes bailarines y coreógrafos Ángel Rojas y Carlos Rodríguez, del Nuevo Ballet Español, el director de orquesta Enrique García Asensio, la pianista Rosa Torres Pardo, la actriz Nati Mistral, los directores de festivales Luis de la Madrid (Perelada) y José Luis Ocejo (Santander). Otras figuras destacadas de la vida cultural como Paloma O'Shea (directora del concurso internacional de piano), la consejera de las artes del Ayuntamiento de Madrid, Alicia Moreno (como siempre, de Miyake) y una ausencia notoria que animaba varias versiones: la de Teresa Berganza, única gran figura de la lírica que vive justamente en San Lorenzo de El Escorial, y a escasos metros del recién inaugurado Teatro Auditorio. Otro tipo de color aportó un fraile de hábito con capucha, y una larga fila de alzacuellos y severa expresión.

Un detalle que no pasó inadvertido ni para el director ni para el público, fue que el ramo de flores entregado al concertino era del mismo tamaño que el de Muti, que miró el ornamento, se puso serio pero luego, al oír los bravos, volvió a sonreír; algo que nunca habría pasado ni pasará en ningún teatro italiano. El público ovacionó merecidamente a director, orquesta y cantantes, dejando el buen sabor de boca del gran Verdi, de un gran director verdiano y de algunas promesas de continuidad.

Con información de Rosana Torres.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_