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Columna
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Por qué la palabra "recalificar" no existe

Se sentía como si aquel maravilloso verso de Góngora, "entre espinas crepúsculos pisando", hubiera sido escrito para él, sólo que cambiando "espinas" por "escombros", porque en ese instante caminaba por la calle de la Paz, hacia el teatro Albéniz, sin estar muy seguro de si al llegar ya estarían allí las grúas, que eso es lo que suele suceder en Madrid cada vez que uno abre los ojos por las mañanas: o sea, lo mismo que en el célebre relato de una línea que escribió Augusto Monterroso, "cuando se despertó, el dinosaurio aún estaba allí", nada más que cambiando "dinosaurio" por "grúa", "hormigonera", "o algo parecido". Juan Urbano dejó ese juego para ponerse serio, porque pensó que aunque en este mundo todas las cosas pueden ser sustituidas por otras, algunas deberían ser defendidas para que eso no les ocurra, por ejemplo, todas las que representan un bien medioambiental o cultural. "Justo lo contrario de lo que hace esa gente que lo cambia todo por dinero, sea lo que sea, porque para ellos que siempre van con un crucifijo en una mano y una bandera en la otra, no existe nada sagrado, aparte de los billetes de quinientos", se dijo, dejándose llevar por la cólera.

Es que Juan Urbano era, una vez más, presa de la sospecha. Le habían llegado rumores de que muy pronto se iba a demoler aquel teatro histórico, y como recordaba que la Comunidad de Madrid había prometido comprar el Albéniz para salvarlo pero no tenía noticia de que hubieran hecho absolutamente nada, llegó a la conclusión de que esta vez, como tantas otras, lo único que pretendían es que pasara el tiempo, se atenuasen las protestas y se pudiera llevar a cabo el derribo. "Luego, Aguirre jurará sobre siete biblias que las actividades del Albéniz se van a multiplicar por diez en el futuro teatro del Canal, y asunto arreglado", pensó. "Qué fácil. Cualquier día van a tener que incluir en el Diccionario de la Real Academia Española la palabra 'recalificar', que a día de hoy no existe, y darle esta acepción: 'Tomar a los ciudadanos por imbéciles'. O si no, al tiempo". A lo mejor es que Juan es un tipo demasiado susceptible, pero en eso tiene razón: ¿No es raro que lo que enriquece a tantos especuladores sólo se pueda definir con una palabra inexistente: recalificar? Pues eso.

Y es que las sospechas sobre oscuras tramas político-inmobiliarias en Madrid cada vez eran un poco menos sospechas y un poco más certezas. Por ejemplo, qué mal le sonaba a Juan Urbano la dimisión del director general de Urbanismo de la Comunidad, Enrique Porto, tras ser acusado de autorizar un plan parcial en Villanueva de la Cañada que incluía más de 20.000 metros cuadrados, parte de ellos de su propiedad y otros de una sociedad suya y de algunos de sus familiares; lo que, hablando en plata, significaba que compró las fincas por 87.000 euros y las ha vendido por 4,3 millones. Un gran negocio, hecho en sólo tres pasos: recalifica, toma el dinero y corre.

Al ver que algún compañero de Porto en el PP declaraba que su renuncia al cargo era "una prueba de honorabilidad", Juan exclamó: "¡Claro, y la invasión de Polonia demostró el amor que Hitler le tenía al río Vístula!".

Juan recordó ciertas sospechas del pasado, vertidas sobre la propia Esperanza Aguirre y algunos de sus familiares, que supuestamente habrían hecho otro gran negocio al promover la construcción de 9.000 viviendas cerca de Guadalajara, aprovechando que el AVE Madrid-Lleida pasa por el Henares y que el Gobierno del PP decidió, en 1998, colocar la única estación del tren en esa provincia en el pequeño municipio de Yebes, donde, según se dice, el esposo de la presidenta y otros familiares poseen miles de hectáreas, repartidas en cinco fincas. Los terrenos de la futura urbanización, que la gente llama Avelandia, fueron recalificados en 2001 en un plan de ordenación urbana. Juan Urbano había leído en la revista Interviú que ese suelo era propiedad de unos primos de Esperanza Aguirre, y que sus ganancias eran de alrededor de 48 millones de euros. Y también que el arquitecto municipal de Yebes era Jaime de Grandes, hermano de Luis de Grandes, diputado del PP, y de Lorenzo de Grandes, jefe de Prensa de la Asamblea de Madrid. Y también que otros primos y tíos de Aguirre habían visto crecer su patrimonio tras la venta de parcelas incluidas dentro del Plan General de Ordenación Urbana de Tres Cantos, con lo que habrían ganado más de ocho millones de euros...

Miró el Albéniz con nostalgia preventiva. Tantos millones y que ninguno de ellos valiese para salvarlo. ¿Qué por qué los especuladores definen lo que hacen con una palabra que no existe? Vaya estupidez de pregunta.

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