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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Reportero del asfalto

Si novelas tales como Confesión de un asesino y Job o ese monumento literario que es La marcha de Radetzky bastan para considerar a su autor, Joseph Roth (Galitzia Oriental, 1894-París, 1939), un escritor imprescindible del siglo XX, los casi mil trescientos artículos periodísticos que firmó desde 1919 hasta su muerte elevan aún más el listón de la calidad artística y humana de este judío austrohúngaro, nómada y cosmopolita que vivió en "tiempos de oscuridad". Desde los años de la Gran Guerra, en la que participó como combatiente, hasta el triunfo de Hitler, que lo empujó al exilio en París, donde moriría destrozado por el alcohol y casi una vida de clochard, Roth fue uno de esos testigos privilegiados de la crisis y la ilusión de una Europa resquebrajada.

CRÓNICAS BERLINESAS

Joseph Roth

Edición, notas y posfacio

de Michael Biernet

Traducción de Juan de Sola Llovet

Minúscula. Barcelona, 2006

292 páginas. 16,50 euros

Más información
El cronista que avisó de la tragedia

Contamos en España con dos magníficos volúmenes recientes (ambos de 2004) que recogen una considerable muestra de los artículos de Roth: La filial del infierno en la tierra (Acantilado), con textos fechados en el exilio, entre 1933 y 1939, que son furibundos alegatos contra los nazis de un hombre que jamás se mordió la lengua para denunciar el crimen y la mentira elevados a verdades de Estado; y El juicio de la historia (Siglo XXI), con una amplia recopilación de crónicas sociales, reportajes políticos, semblanzas costumbristas y estampas urbanas que datan de épocas anteriores. Este Crónicas berlinesas, de Minúscula, contiene artículos que se insertan en el contexto de los de este último libro; ninguno se repite salvo 'El auto de fe del espíritu' que está en La filial del infierno y queda fuera del contexto berlinés.

"Desde que soy capaz de pen

sar, pienso sin piedad" -anotó Roth de sí mismo-. Y desde que fue capaz de observar, observó como un impío y de manera harto personal, cabe añadir. Tales dones suelen ser inseparables en el buen escritor, al periodista lo convierten en único. Semejante a Kafka o a Polgar en la minuciosidad de sus descripciones, en el detalle con que plasma la vida de los minúsculos universos que lo rodean, Roth destaca en el arte de elevar lo anodino cotidiano a evento interesante. Berlín era una ciudad que a él no le gustaba, al menos no como Viena o París, y en sus artículos -que fueron muy leídos, siendo su firma de las más cotizadas en una época de grandes periodistas- se mezclan el asombro y el escepticismo, la piedad y la acidez de manera tan sutil que obligaban a los lectores a mirar su ciudad desde inesperadas perspectivas, por ejemplo, en vez de a los ciclistas que corren la carrera de "los seis días", al variopinto público que se ha quedado sin las ansiadas entradas y no puede acceder al estadio. Roth usaba todas las técnicas a su alcance a fin de llegar a sus lectores: desde el reportaje convencional a la sátira y el absurdo, la meditación del flâneur o el esbozo irónico; y siempre la intención primordial: "Decir en media página cosas que merezcan la pena", y con ello dibujar el rostro del tiempo, en su caso, ese tiempo en la gran metrópoli, de la que a Roth le interesaba cada rasgo: los judíos y sus calles reservadas, el tráfico rodado y los omnipotentes semáforos, los grandes almacenes (¡qué pequeño gran artículo al respecto, idóneo para leerlo sobre las escaleras mecánicas de uno de nuestros actuales centros comerciales!), los lugares de ocio, el cine y todas las virtudes y vericuetos de la modernidad.

Apuntes costumbristas en aque

lla capital tan variopinta que fue el Berlín de los años veinte, Babel europea, tibia imitadora de París y Nueva York, iluminada por falsos esplendores y de extravagante cultura. Roth, igual que el gran crítico Alfred Kerr, el polémico Tucholski o el agrio Karl Kraus, perteneció al grupo de los grandes autores "del asfalto" (término odiado por los nazis porque simbolizaba la ciudad y la "degeneración" que ella nutría, en oposición a la pureza e ingenuidad de "lo rural"), todos germanos de origen judío que ejercieron el periodismo como cronistas mundanos que tomaban el pulso a una sociedad salvaje, engatusada con su faunesca libertad y que, arrojando una palada de cal y otra de arena, animaban a sus lectores a ser más conscientes de sí mismos. El hitlerismo terminó con todos aquellos seres liberales, "ociosos y corrosivos", y junto con ellos ahogó el "espíritu y la cultura", lo mejor que nunca tuvieron Alemania y Austria.

Crónicas berlinesas es, en suma, un delicioso atisbo -excelente la traducción y un acierto las fotografías de época- de la producción de aquel genial reportero del asfalto, del asiduo frecuentador de tranvías y cafés, tan ácido y melancólico como sesudo, que fue Joseph Roth.

Una actuación en un restaurante de Berlín, alrededor de 1925.
Una actuación en un restaurante de Berlín, alrededor de 1925.GETTY IMAGES

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