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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Cajales'

Hace cinco años se puso en marcha el Programa Ramón y Cajal, destinado a atraer científicos con experiencia acreditada en sus campos de trabajo a nuestras universidades y centros de investigación. El programa fue un acierto en su concepción y, como resultado, fueron contratados cientos de excelentes científicos, en su mayoría españoles que habían iniciado su carrera investigadora en centros extranjeros, pero también otros procedentes de otros países. El programa, basado en una rigurosa evaluación de méritos, aseguraba su contratación durante cinco años con la idea de que los centros en los que desarrollaran su trabajo les asegurarían un puesto estable al término de dicho periodo. Con la perspectiva del tiempo transcurrido, puede afirmarse que el programa ha supuesto una inyección de ideas y capacidades nuevas en muchos sectores de nuestro sistema de investigación, y ha contribuido a la mejora de los índices de calidad en campos científicos importantes.

Pero la acogida de los cajales por parte de los departamentos universitarios ha sido variada. En algunos han sido considerados como lo que eran, un aporte valioso que mejoraba su rendimiento, y han tenido autonomía para planificar su trabajo y medios, dentro de lo que nuestras universidades pueden ofrecer. En otros, sin embargo, han sido considerados como intrusos que podían competir con ventaja frente a los candidatos locales por las plazas de profesor o de investigador, y se les ha regateado la autonomía y los medios. Llegados al fin del periodo asegurado por el ministerio han empezado a surgir los problemas. Para contribuir a solucionarlos se ha puesto en marcha un nuevo plan de ayuda económica a las universidades y centros de investigación durante tres años por cada plaza permanente que doten para estos científicos.

Aun así, el éxito final del programa está por comprobar. En muchos casos se han resuelto los problemas para consolidarlos, pero en otros, justamente en los ambientes que los habían acogido con recelo, puede ocurrir que muchos de los que vinieron ilusionados vuelvan a marcharse o permanezcan en un estado de frustración que dañará su rendimiento investigador. Cuando tengamos el balance final de la primera generación de cajales podremos valorar hasta qué punto se ha conseguido enraizar a un grupo de jóvenes y dotados investigadores en nuestro reducido sistema de ciencia y tecnología. O bien hasta qué punto sigue España dilapidando talentos, y recursos, para que otros países aprovechen su trabajo. Y podremos tener una visión pormenorizada de nuestro sistema universitario.

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Está claro que no todas las universidades, y en cada universidad no todos los departamentos, son iguales. El público tiene derecho a saber cómo se han comportado en la situación planteada por el Programa Ramón y Cajal. Las universidades compiten ahora por los mejores estudiantes y por recursos públicos y privados. Saber a qué atenernos no debería basarse únicamente en la mayor o menor ingeniosidad de los anuncios en los medios de comunicación; la salida dada a los cajales será también un buen indicador.

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