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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cordones perdidos

El ensayo que ha permitido curar la leucemia de una niña mediante un autotrasplante de células sanguíneas obtenidas de su cordón umbilical es una muestra más de la utilidad de conservar este material biológico. Pero a la vez agrava la negligencia cometida por la Comunidad de Madrid, que permitió que 140 donaciones de cordón acabaran en el cubo de la basura por falta de personal para procesarlos. Ya no se trata solamente de "una falta de respeto" a las madres que altruistamente cedieron este material biológico, como dijo la ministra de Sanidad, Elena Salgado. El desprecio, agravado porque todavía no se haya informado a las mujeres de que las muestras que ellas donaron ya no están disponibles, se suma a la posible pérdida de una oportunidad para curar a un niño. ¿Qué le dirán los responsables de la sanidad madrileña a una de esas 140 madres si uno de sus hijos desarrolla una leucemia u otra enfermedad susceptible de ser tratada con esta técnica?

El hecho de que esta situación haya ocurrido en la Comunidad que ha abanderado la creación de bancos privados de este tejido, a los que los padres confiarían sus muestras a cambio de un pago por su conservación, pone en evidencia a una Administración que parece preferir poner en manos de la iniciativa privada los servicios antes que invertir dinero público en su mantenimiento. Poco importa que la mayoría de los cordones guardados no vayan a servir nunca para nada (en el mundo hay guardadas unas 210.000 muestras, de las que en España sólo se ha encontrado utilidad a 350). El gasto de su obtención y conservación se ve compensado con que sólo uno sea utilizado, y un niño pueda librarse de una enfermedad como la leucemia.

La solución a esta situación no tiene que ver con el debate sobre si los bancos de cordones deben ser públicos o privados. La apuesta de la Comunidad de Madrid por esta última opción no es mejor garantía de que el material genético necesario vaya a estar disponible. Nada puede objetarse a que unos padres quieran saber dónde hay células compatibles con sus hijos, siempre que se les avise, antes de pasarles la factura, de que la probabilidad de que las vayan a usar es reducida. Pero esta ambición no debe inutilizar un sistema que ha permitido que miles de personas en el mundo se beneficien de una técnica cuyas aplicaciones van en aumento.

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Por eso parece sensata la solución salomónica del Ministerio de Sanidad, que ha decidido permitir que se creen bancos privados, aunque haya sido a regañadientes y con condiciones quizá tan estrictas, como la prohibición de que tengan ánimo de lucro, que pueden ser un freno definitivo para su implantación. Lo que importa es que el material que en ellos se conserve esté disponible para cualquiera que lo necesite.

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