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Tribuna
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Paradojas catalanas

Xavier Vidal-Folch

Las elecciones catalanas del día de Todos los Santos han resultado ser también las de todos los matices, las más densas contradicciones y las infinitas paradojas. Éstas son algunas de las más relevantes:

1. Pierden, aunque dicen ganar. Todos pierden, salvo Iniciativa. Aunque digan haber ganado: esta vez, sentido del ridículo obliga, por la vía de alegar que los rivales son los que han perdido (ergo nosotros, ganado). Seamos compasivos con esa autocondecoración por victorias soñadas. Cumple dos funciones: consolar a los esforzados seguidores y acumular fuerzas para las inmediatas negociaciones. Pero han perdido contra sí mismos. Contra sus propios resultados de 2003: CiU, 95.914 votos menos (9%); PSC, 241.687 (23%); ERC, 130.257 (también un 23%, aunque no lo parezca); PP, 80.020 (un 20%). La abstención tendrá causas estructurales, sí, pero los partidos son responsables de sus concretos votantes fugados, en buena parte abstencionistas.

2. A más pluralismo, menos participación. La alta abstención, alegan los líderes, es un problema global, difuso. Se despachan añadiendo que requiere una "profunda reflexión". Y aquí paz, y después gloria. Una pista paradójica: quizá un sistema de partidos más plural (el catalán que el español) y por tanto, en teoría más participativo porque recoge más matices ideológicos, genere necesariamente menos participación en las urnas. Porque a más pluripartidismo, menos dualización, menos polarización blanco / negro, menos confrontación, menor tensión. Ergo, menor contraste, menor incentivo a votar, por la sospecha de que tu papeleta no modificará radicalmente los resultados, que siempre serán matizados. Y también: desconfío de lo que harán después con mi voto, a la hora de forjar alianzas, no quiero regalarles un cheque en blanco. Colorario: aceptación pasiva del resultado, nunca imaginado como dramático. El llamado "oasis catalán" no florecía, pues, sólo a causa del liderazgo poliédrico de Jordi Pujol, tradición de una derecha democrática frente a la otra, autoritaria. Traía sobre todo causa del pentapartidismo (hoy, hexapartidismo). La presunta crispación interna de la escena política catalana (pese al polémico DVD y otros trucos) respecto de la global española, es de juguete, si las comparaciones no resultan odiosas.

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3. A máximo Estatuto, mayor españolización. La Catalunya que ha estrenado el Estatuto más autonomista de su historia ha registrado la campaña electoral a la Generalitat más españolizada que se recuerde. Los líderes de los dos grandes partidos españoles, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, han desembarcado con frecuencia de tobogán. Ambos han cosechado un revés de mayor cuantía. El del presidente es para diseccionarlo en el diván, pues contrasta con el dato de que Zapatero es el político con mejor valoración (notable altísimo) entre los catalanes. Despliegue inane en términos numéricos (siempre cabe un consuelo imposible, estimar qué habría ocurrido en su ausencia). O sea, el efecto electoral Zapatero ha sido inferior al efecto electoral del ya amortizado Pasqual Maragall, escrito sea con la venia de turiferarios monclovitas. A esta paradoja se le añade el fin del mito según el cual un dirigente socialista del cinturón rojo (José Montilla, un ejemplo) desbordaría en votos (por ósmosis de identificación sociológica) al presunto burgués gentilhombre (o sea, catalanista genético tipo Reventós, Obiols, Serra, Maragall). ¿Lamentable? Lo que hay.

4. Soberanistas, sucursalistas. Es un ejemplo jugosísimo del juego de las apariencias invertidas. A estribor, el antiguo soberanista (Artur Mas), pone velas petitorias a "Madrid" (o sea, a Zapatero), para que fuerce a Montilla a la gran coalición sociovergente que le faculte investirse presidente... de Catalunya: CiU se contagia del denostado (por ella) "sucursalismo" respecto del funesto centralismo, confiriendo así al poder central la legitimidad que siempre le negó. A babor, quienes (PSC) toda la vida exhibieron como un orgullo y un lujo el pacto de sangre con "los hermanos del PSOE" exaltan su condición de partido independiente, que decidirá en solitario sus alianzas desde la barcelonesa calle de Nicaragua. Veremos, unos y otros.

5 ¿Vencedor derrotado? El vencedor numérico (Mas) podría acabar siendo el derrotado político, y a la inversa, como ocurrió en 2003, esos gajes de las elecciones de segundo grado, parlamen-tarias, por las que manda quien logra concitar en torno a sí un mayor número de diputados. El soberbio error de su estratega, David Madí: planteó su campaña como "o CiU o el tripartito". Al no alcanzar la mayoría suficiente, consagró el retorno a la hipótesis de un reformulado tripartito (que tan devaluada estaba en el mes de julio), y cohesionó a sus componentes naturales. Esa estrategia ha producido una fatal antinomia. Si es CiU, han sido 48 escaños (o sea, a la oposición); si ha sido el tripartito, mayoría de 70 (es decir, el Gobierno). Menuda ley, menudo negocio. La paradoja sigue a una secuencia de liquidación de otros viejos mitos, contradictorios entre sí. El del nacionalismo como propietario natural y permanente del territorio catalán, ese amo funestamente "desalojado" de su finca por las turbas, hace ahora tres años (síndrome que tan ingenua y airadamente aireó Marta Ferrusola). O el de la profetizada decadencia inevitable y terminal del pujolismo, que, sorpresas de la vida, deviene hegemónica hasta en la muy cortés y roja capital de Catalunya. Paradoja adicional: ensalza ahora Mas haber ganado también en votos, mientras que cuando Maragall hizo lo propio en 1999 y 2003 le tildaba de mal perdedor y desnortado, e ilustres comentaristas le zaherían en las tertulias. Patéticas asimetrías.

6. A más amplia base, ¿menor solidez? La hipótesis de coalición / alianza de gobierno de más amplia base quizá acabe siendo la menos viable y menos sólida. La sociovergencia (CiU con PSC, 85 escaños), acariciada por su presumible estabilidad por empresarios y encuestas, es la que menor entusiasmo suscita entre la clase política. Obstáculos objetivos: la mínima armonización necesaria entre programas (neoliberalismo de nuevo cuño convergente frente a la clásica socialdemocracia socialista); el peligro de obturar la alternancia, requisito de toda democracia, expulsando a los extremos a una mayor radicalidad; y la condena a la obsolescencia autonómica del socialismo autóctono, el único que históricamente ha existido en tierras catalanas. A la inversa, un tripartito, de menor base (70 escaños), sería de infartante gestación, pero eventualmente de más sólida estabilidad, dada la ya ensayada convergencia de programas. Y dada la experiencia de cuán nefastos son el ruido, el sobresalto, el tumulto. Incógnita: ¿experimentar los errores implica aprender de ellos? Nadie aplaudirá esta nueva aventura sin certeza de maduración, ningún crédito adicional sin garantía hipotecaria, férrea. La primera prueba del nueve: la juvenil Esquerra debe interiorizar que no dispone ya del monopolio de la "doble llave". Si los grandes se conjuran entre sí, será prescindible. Si exagera la subasta, irá a la cuneta opositora.

7. Más laicos, pero más icónicos. Jubilado Pujol, que fue el primer y último gran democristiano ontológico (Duran Lleida es otra cosa, un democristiano de tecnoestructura), todos los líderes son más laicos, algo menos identitarios. Pues, toma paradoja: a más laicidad y a menor profetismo (ni Pujol ni Maragall en escena) y a más gestoría corriente de asuntos corrientes, más procesiones a los iconos. Todos (casi) han peregrinado a Montserrat, y Mas y Montilla, a los cruasanes matinales del presidente del Barça. Inédito espectáculo. Únicamente faltó la unción tecnofinanciera a cargo de La Caixa, esta vez influyente sólo en sordina, desde las brumas de sus altas torres negras. ¿Quieren compensar el exceso de hincapié en la necesidad de un perfil gestor, con otras fantasías, símbolos, sueños? Garbanzos, sí; ilusiones, también.

8. Nuevo partido, ¿el mas añejo? La gran novedad, Ciutadans, ese nacionalismo neoespañolista. Su pletórica irrupción pespuntea, ay, la endeblez de su propia tesis: aquélla según la cual la clase política catalana era un numerus clausus, esa despreciable partitocracia endogámica. Riqueza vitalista de la sociedad y la política catalanas: en pocos meses, un nuevo partido, y con recursos escasos, tres escaños. Del cero al tres, salto infinito. ¿Será un intento enriquecedor del conjunto polifónico, coherente con su frescura de nudista espontáneo? ¿O alumbrará caos y tensiones prescindibles, como la de los bocadillos de sardinas agitados por el singular Lerroux ante las masas proletarias? Así será si en su viaje acaban imperando los recelos y resentimientos de los ciudadanos afectos a, y protegidos por, la ultraderecha mediática, por encima de los bienintencionados profesores e intelectuales bilingüistas. ¿Nuevo, el nacionalismo español? ¿O el más rancio y cutre de los nacionalismos hispánicos?

9. Ruido europeo. Éstas fueron las elecciones más ruidosas, tras la legislatura más sincopada de la Generalitat. También el periodo de matriz institucional más europea, ensayo atribulado de la cultura de coalición continental. Ni blancos ni negros hispánicos, excluyentes, ni el aparente orden ultrapirenaico. Todos los tonos de grises en una de las paletas más difíciles de proyectar.

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