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Tener presente el futuro

"La vella clau no pot servir..."

Salvador Espriu

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¡Cuántas cosas cambiarían si tuviéramos presente el futuro al adoptar decisiones, al formular opiniones, al dirigir nuestra vida! Si nuestro comportamiento tuviera menos en cuenta lo inmediato, el entorno, el pasado, los ojos que nos miran ahora... Si recordásemos que el ayer y el hoy no podemos modificarlos, y que sólo el mañana es nuestro compromiso, podríamos reorientar muchos rumbos. Tener presente el futuro, a las generaciones venideras, es el gran desafío.

Es necesaria, de forma apremiante, una nueva mirada en la que veamos mucho a los jóvenes, los niños, a los que todavía no han llegado, y muy poco a nosotros mismos. Algunos datos pueden ayudarnos a mantener abiertas de par en par, con valentía, las puertas y ventanas de nuestro recinto, de nuestra mente: cada día la población del mundo, que se estima en 6.300 millones, aumenta -a pesar del notable declive conseguido en los últimos años gracias, sobre todo, a la educación- en unos 180.000 habitantes; 50.000 personas mueren diariamente de hambre y enfermedades para las que se dispone ya de diagnóstico y tratamientos adecuados; 1.600 millones de seres humanos viven en condiciones de gran precariedad (menos de dos dólares diarios, mientras que los gastos en armamento se sitúan en los 2.680 millones de dólares al día y los subsidios a la producción agrícola en los Estados Unidos y la Unión Europea en 1.000 millones diarios); tráfico creciente de drogas y personas...

Las asimetrías económicas y sociales no cesan de ampliarse en un escenario global en el que los países más poderosos y prósperos han abdicado de los principios democráticos (justicia, libertad, igualdad, solidaridad) en favor de las leyes del mercado y han dejado buena parte de sus responsabilidades políticas en manos de grandes corporaciones multinacionales, al tiempo que incumplían sus promesas de ayuda a los países más pobres o empobrecidos (cuyos recursos naturales explotan), y debilitan progresivamente el sistema de las Naciones Unidas, el insustituible marco ético-jurídico para asegurar, como soñara el presidente norteamericano Roosevelt, que nuestros descendientes pudieran vivir en paz.

Los mismos irresponsables que favorecieron la mercantilización de tantos aspectos de la vida y pospusieron los valores por los que muchos jóvenes -ellos mismos, en ocasiones- habían luchado, se preguntan por qué sus hijos se comportan como lo hacen. Convendría, a unos y a otros, darse una vuelta por los barrios marginales de sus propias ciudades.

Hace años escribí un libro titulado Memoria del futuro, en el que hacía hincapié en la acuciante necesidad de dedicar la mayor parte de nuestras energías y esfuerzos a lo que todavía podemos transformar. El pasado ya está escrito. El porvenir depende de nosotros. A base de tener demasiado presente el pasado, los horizontes se reducen y ensombrecen, y la inercia -nuestro gran enemigo- lo domina todo. La evolución se paraliza y se favorece el desgarro, la ruptura, la revolución. Por pensar demasiado en uno mismo y poco en los demás, demasiado en lo que sucede y no en lo que debería suceder, hemos retrocedido en aspectos esenciales, y nos hemos dejado arrastrar por el vendaval de lo inmediato y superfluo. En los espejos del pasado nos vemos mucho a nosotros mismos y poco a los demás.

Memoria del pasado: de los que más sufrieron, de las víctimas de todo orden, de los más visibles, de los anónimos. Memoria del presente para, desde hoy mismo, empezar a recorrer caminos de futuro que lo tengan en cuenta a cada paso. Sólo cuando el futuro pesa más que el pasado, cuando el presente de los jóvenes pesa de verdad más que el nuestro, entonces es posible la conciliación, la paz, la palabra en lugar de la fuerza.

Si tuviéramos presente el futuro, no guardaríamos silencio -los creadores, intelectuales y científicos en primer lugar- cuando, a escala local o mundial, los gobernantes adoptan medidas que pueden afectar la dignidad humana, las condiciones medioambientales, la diversidad cultural, los valores universales. Cuando se transmiten en horas de audiencia infantil, o en periódicos a su alcance, informaciones o imágenes gravemente perturbadoras. Cuando se discrimina, se excluye, se humilla.

Si tuviéramos presente el futuro, participaríamos -ahora, muy especialmente, que la tecnología de las comunicaciones, empezando por el SMS, lo hace posible- en todas las cuestionesque nos conciernen, y dejaríamos de ser espectadores pasivos y resignados, fortaleciendo el pluralismo y evitando los abusos partidistas y el absolutismo de las mayorías parlamentarias.

Si tuviéramos presente el futuro, escucharíamos el consejo de los equipos transdisciplinares más acreditados en los temas de mayor incidencia en la seguridad y en la calidad de vida (energía, agua, nutrición, salud) y les facilitaríamos el papel prospectivo, de vigías, que les corresponde. ¡Se cometen tantas torpezas por instituciones civiles, militares y religiosas por no escuchar a quienes, por su formación y experiencia, podrían indicarles mejores fórmulas para hacer frente a retos acuciantes!

Si tuviéramos presente el futuro, no dejaríamos que se alicortara la capacidad de vuelo de nuestros hijos y nietos mediante un inmenso poder mediático que puede uniformizarlos y hacerles dóciles e indiferentes, cuando más solidarios y libres los necesitamos para este otro mundo posible que anhelamos para ellos. Entonces encontraríamos tiempo para reunirnos con sus profesores, para estar atentos -es nuestro deber supremo- a sus requerimientos, para que nos hallen siempre cerca cuando nos necesiten.

Si tuviéramos presente el futuro, no dejaríamos que se nos escaparan momentos y oportunidades que quizás no vuelven a repetirse en algún tiempo. Aunque hayamos mantenido posiciones que veamos parcialmente defraudadas, debemos saber dejar a un lado nuestro presente herido y acercar el hombro para el paso hacia delante que en cualquier caso representa. La serenidad es un componente esencial de la sabiduría, que sabe discernir, en las horas decisivas, entre lo que era y es posible. No olvidemos nunca el refrán a la China de Confucio: "Cuando un dedo señala la luna, sólo los miopes miran al dedo". Veamos la luna. Observemos la luna. No seamos miopes.

Si tuviéramos presente el futuro, colaboraríamos todos -pensando en nuestros hijos y los de nuestros oponentes por igual, porque comparten un destino común- en el establecimiento de unas instituciones internacionales dotadas de la autoridad, el prestigio y los medios humanos y financieros necesarios para una gobernación multilateral eficiente, en lugar de la peligrosísima hegemonía y plutocracia cuyos designios originan actualmente, con qué sufrimiento y confusión, una humanidad consternada por la paz fría que, defraudando tantas esperanzas, se ha establecido al término de la guerra fría. La fuerza, de nuevo, en lugar del diálogo y la conciliación. El músculo en lugar de la justicia. Y unos cuantos en lugar de los pueblos, en lugar de muchos.

Si tuviéramos presente el futuro, sabríamos que ha llegado el momento de hacer una pausa para facilitar el encuentro, la conversación, la alianza.

¡Tener presente el futuro! Sólo así, las generaciones actuales, que han aprendido las transformaciones de hondo calado que han acaecido en muy pocos años (en cuanto a demografía, globalidad, interdependencia, ciudadanía participativa) podrán pasar airosamente el testigo del relevo a sus hijos -los hijos no tienen apellidos ni faltas- diciéndoles al oído: "Estamos iniciando una nueva era. La de la gente. La de la voz de todos. El secreto radica en compartir mejor. Y en mirar hacia delante".

Federico Mayor Zaragoza es presidente de la Fundación Cultura de Paz.

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