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Reportaje:Euskadi tras la retirada de ETA / 1 | INVESTIGACIÓN Y ANÁLISIS

La enfermedad de la patria

La castigada sociedad vasca ha creado sus propios mecanismos darwinianos de supervivencia para hacer frente a la violencia ejercida en estas décadas

A medida en que se disipa la nebulosa del miedo y se aleja la sombra amenazante que ha marcado tantas vidas, los vascos empiezan a palparse el desgarro sufrido a lo largo de estas décadas y a reconocer tímidamente el suelo de divisiones y resentimientos librado por la organización terrorista. Pese al suspiro general de alivio, más comedido esta vez, y a la vivificadora brisa de esperanza que ha penetrado en los hogares, el dolor y también el odio continúan humeando entre los escombros anímicos de esta sociedad castigada, dando prueba del enfrentamiento incívico irresuelto. ETA no ha pedido perdón por sus crímenes; ni siquiera ha dicho que su retirada sea definitiva, aunque hay actitudes que muestran que también en ese mundo se aspira a situarse en un plano moral diferente. ¿Cuánto hay de impostura oportunista, de autoengaño y de sinceridad en el militante de Batasuna que en la charla con el periodista en una herriko taberna subraya que, en realidad, él nunca se alegró de los atentados?

No todos los silencios han sido subterfugio de la tibieza
Los indicadores de salud mental son similares a otras zonas de España
El terrorismo ha hecho peor al conjunto de los vascos
La política perderá el dramatismo que ha sacralizado a la causa vasca
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Puesto que ningún grupo social puede salir indemne de una prueba traumática de esta naturaleza, un experimento machaconamente aplicado durante más de 30 años, la cuestión es saber hasta qué punto la violencia ha condicionado y perfilado los comportamientos y las ideas de los vascos. Por extraño que resulte, no hay estudio alguno al respecto y eso que el asunto resulta sumamente pertinente porque puede dar la medida de la capacidad y de los plazos necesarios para la regeneración moral, la normalización, de la propia sociedad. ¿Cuánto habrá que esperar hasta que llegue el tiempo del abrazo? ¿Están descartadas para ese encuentro las generaciones adultas? ¿Hará falta otra generación hasta que los vascos puedan mirarse limpiamente a los ojos?

Obviamente, la respuesta la dará el discurrir mismo del proceso, las fórmulas y las formas que se adopten en los tiempos venideros, pero también la propia disposición de la sociedad y de sus instituciones a revisar y analizar lo ocurrido. Hoy por hoy, mientras los damnificados reclaman memoria, dignidad, justicia y preguntan insistentemente por qué ha pasado lo que ha pasado, otros vascos se muestran excitados ante la oportunidad de cerrar el capítulo de esta historia con un acuerdo que sancione la existencia de un conflicto político original en el que subsumir los comportamientos y exonerar las culpas. Estos vascos vienen a proponer un ejercicio de amnesia colectiva, reclaman más generosidad a las víctimas y no creen necesario sacar mayores conclusiones políticas sobre lo sucedido.

"Me temo que nuestra sociedad no va a enfrentarse a su pasado, como tampoco los alemanes de la posguerra, salvando las distancias, fueron capaces de ejercer el duelo", indica el ex consejero de Cultura del Gobierno Vasco, hoy apartado del PNV, Joseba Arregui. "Ellos no pudieron o quisieron enfrentarse al silencio que habían mantenido ante los crímenes y sospecho que tampoco nosotros vamos a preguntarnos por qué hemos mirado para otro lado, por qué no hemos actuado como parte del Estado en el combate contra ETA. Me entristece decirlo, pero creo que la memoria que reclaman las víctimas se quedará en nada ante la buena conciencia del nacionalismo", señala Joseba Arregui.

"Salvad a la sociedad vasca, salvad de la culpa al nacionalismo, preservar su buena conciencia" parece ser la consigna actual del partido que dirige con aire renovador Josu Jon Imaz y lo que explica la promesa de saldar la "deuda moral histórica contraída con las víctimas". Pero como destaca Javier Urquizu, psicólogo e hijo de asesinado, lo cierto es que la tregua ha llegado con un lehendakari interpelado directamente por el medio millar de damnificados vascos que han suscrito la carta de los agravios a las víctimas y que se niegan a posar junto a él ante las cámaras. Por lo mismo, tal y como ha denunciado el ertzaina Teo Santos, la retirada de ETA se ha producido sin que la policía autonómica (más de 7.000 efectivos, una brigada especial antiterrorista de 300 agentes y un nutrido servicio de información) haya practicado en los dos años y medio precedentes la detención de un solo activista. ¿Y cómo disolver la sospecha de que los asesinatos de unos han permitido la permanente victoria política de otros? ¿Cómo desmentir la famosa metáfora del nogal: Unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces?, ¿cómo obviar que el nacionalismo vasco no ha explicado todavía por qué reaccionó ante el asesinato de Miguel Ángel Blanco pactando con ETA en Estella la exclusión de los no nacionalistas que validaba el esquema mental del terrorismo?

Aunque se formulan de manera contrapuesta, la invitación a enterrar el pasado en aras de la concordia futura, "pasar la página", que se repite estos días, no tiene por qué negar la necesidad de abordar con franqueza lo ocurrido en Euskadi. Se trata de una deuda moral contraída con las víctimas pero también de la terapia necesaria para conjurar el regreso de la violencia y evitar que el rencor se instale permanentemente a la espera de que, como ocurre ahora con los exhumados cadáveres de la Guerra Civil, la ignominia acabe por aflorar muchos años más tarde. "El reto es darse cuenta de que lo que importa es la gente, no el territorio", ha dicho John Hume, antiguo líder del nacionalismo moderado irlandés (SDLP) y uno de los artífices del proceso del Ulster.

Porque lo que queda tras la retirada -¿permanente?-, de ETA no deja de ser un campo de ruinas moral en el que la figura alegórica del árbol talado de las víctimas emerge sobre la niebla como testigo incómodo que interpela a la sociedad. Ya dijo José Martí que "el suelo triste en el que se siembran lágrimas dará árbol de lágrimas". Despejada la opresiva atmósfera violenta, encauzados los enfrentamientos políticos y despertadas las embotadas conciencias, lo que aparecerá en el solar vasco y quedará para siempre son los 817 agujeros negros de los asesinados, las secuelas traumáticas de los 2.000 heridos, el vacío abierto por los 10.000 exiliados y la angustia de los 40.000 amenazados en los grupos de riesgo. Son cifras a las que, aunque sea a los efectos contables del caudal del sufrimiento, hay que sumar las bajas de los propios victimarios: los 32 asesinados por los GAL, los muertos por la explosión accidental de sus bombas o en enfrentamientos con la policía, los suicidados, la terrible muerte por torturas de Joxean Arregui el 13 de febrero de 1981, y los 650 presos atrapados en la espiral de violencia y represión que ellos mismos generaron.

De norte a sur, de este a oeste, la geografía humana vasca ha quedado marcada de cicatrices, punteada con cientos, miles, de atentados que componen un mapa del crimen, también físico, difícil de borrar. "Aquí mataron a...; en aquella esquina explotó el coche bomba...". Por mucho que el tiempo amortigüe los recuerdos, los sonidos, las voces y las imágenes, los ecos del pasado y las pesadillas sobrevivirán largos años en las familias y hará falta mucho más que el interesado bálsamo de la amnesia y el maquillaje de la brutal sentencia del refranero: "El muerto al hoyo y el vivo al bollo", para poder despojarlos de su ominosa carga. Lo que ha quedado tras este experimento de terrorismo sin parangón posible en Europa -Irlanda no sirve aunque se invoque para facilitar el proceso-, es una sociedad fragmentada, aleccionada en la inhibición y el silencio, en la que el miedo, el dolor y el quebranto se han repartido, obscenamente, de manera tan desigual que las percepciones sobre la realidad y el alcance de lo ocurrido varían sustancialmente en función de la adscripción a uno u otro grupo político.

Con las excepciones que se quieran, hay cuatro colectivos claramente conformados por su proximidad al dolor y al miedo: las víctimas, eternamente derrotadas, irremisiblemente vencidas; los victimarios, prisioneros del mundo psicópata que han creado y recreado a conciencia; la población no nacionalista, sometida permanentemente a una amenaza potencial ejercida de manera expresa y sistemática sobre sus representantes políticos, y los nacionalistas, excluidos por definición del riesgo. No, ETA no ha sido la plaga de langosta que arrasa por igual todos los cultivos. Con las excepciones notables de aquellos nacionalistas empresarios y ertzainas que se opusieron a las exigencias de la organización terrorista o la combatieron profesionalmente, los muertos han caído del lado de los funcionarios del Estado y de la población vasca no nacionalista.

¿Estamos hablando de una sociedad enferma? Los indicadores objetivos de salud mental no muestran diferencias significativas respecto a otras zonas de España. Más aún, según los estudios realizados por encargo de un laboratorio farmacéutico, resulta que Euskadi es la comunidad con menor índice de personas depresivas: el 2,48%. Como apunta Francisco Llera, director del Euskobarómetro, deducir a partir de estos datos que la población vasca no siente ni padece los efectos persistentes del terrorismo supone ignorar la complejidad de los mecanismos psicológicos que enmascaran los temores de las sociedades en crisis. De hecho, sin dejar de certificar que el miedo, la preocupación por el terrorismo y la inhibición a la hora de hablar de política en público son muy superiores entre la población vasca no nacionalista, el estudio publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en diciembre de 2004 concluye que en Euskadi se produce un rechazo subjetivo a considerarse víctima, como si asumir esa condición incrementara el riesgo objetivo. Pero, así y todo, está claro que las alteraciones anímicas más agudas, patentes en los grupos de riesgo y nunca estudiadas por el Servicio Vasco de Salud (Osakidetza), se diluyen en el conjunto de una población generalmente satisfecha. Ya dice el lehendakari que en el País Vasco se vive muy bien.

"Euskadi no es una sociedad psicológicamente enferma pero su diagnóstico es quizá más preocupante porque se trata de una sociedad ética y políticamente enferma que para poder regenerarse moralmente necesitará de una generación entera y dotarse de un sistema educativo de nuevos valores", indica Miguel Gutiérrez, jefe de la Unidad de Psiquiatría del hospital bilbaíno de Cruces. A su juicio, la sacralización de la política ha contaminado de dogmatismo al nacionalismo de derecha e izquierda y establecido un sistema de valores fundamentado en una concepción etnicista de lo vasco y en las falacias mitológicas. También Enrique Echeburua, presidente del Instituto Vasco de Criminología, cree que la patología de la sociedad vasca es de orden estrictamente ético.

"Hemos vivido una situación de anomalía moral que ha durado 40 años y aunque la amenaza se ha concentrado en sectores determinados, el temor a ser denunciado por los chivatos de ETA ha creado", explica, "un miedo social más amplio que después de tantos atentados se ha traducido en déficit de sensibilidad y de empatía para con las víctimas, hasta incurrir en la perversión moral".

Echeburua habla sobre todo del silencio, del silencio en los centros de trabajo, en los bares, en la calle, en los colegios, los institutos, la universidad. "Incluso en las clases de Ética el asesinato perpetrado la víspera no daba lugar al menor comentario", subraya. Ciertamente, el silencio vergonzante ha acompañado durante dos largas décadas el fantasmal deambular de las víctimas abocándolas a preguntarse una y otra vez, obsesivamente: "¿Por qué a mí?", "¿qué hemos hecho?". Es una pregunta que ni las instituciones ni la Iglesia vasca han sabido responder puesto que la suya ha sido una condena sincera y testimonial, pero afectiva y políticamente ajena a las creencias y valores, a las otras realidades que representaban las víctimas. No se han puesto en el lugar de los otros, no han abierto su corazón, no han cruzado la línea de sus prejuicios ideológicos para posibilitar que el abrazo fuera realmente solidario.

La reacción del dirigente nacionalista que al conocer el asesinato del presidente de la patronal guipuzcoana José María Korta exclamó, estupefacto: "¡Era uno de los nuestros!", es un ejemplo explícitamente revelador de esa distancia abismal. ¿De quiénes ha sido, pues, el resto de los muertos? Al igual que otras iniciativas, la reconfortante propuesta que Xabier Arzalluz esbozó en su día para que los afiliados peneuvistas acompañaran en la calle a los socialistas y populares amenazados no ha pasado nunca de ser un efímero enunciado. Y como se ha visto a lo largo del tiempo, la violencia terrorista no ha apartado un ápice al nacionalismo vasco de su camino soberanista, no le ha llevado a replantearse sus fundamentos doctrinarios sabinianos, no ha deshecho el comunitarismo culturalmente etnicista que congrega al conjunto de los nacionalistas. Ciertamente, enfrentarse a los violentos, no desde la admonición verbal, sino desde la consecuencia coherente que reclaman los hechos, resulta mucho más duro si se les considera parte indiscutible de tu comunidad natural única. ¿Es ése el mal de Euskadi, la maldición de la patria?

Dice Enrique Echeburua, profesor de Psicología de la Universidad del País Vasco, que la sociedad ha optado por adaptarse a la situación ante la falta de liderazgo institucional y de mecanismos con que combatir un fenómeno tan singular como el de la violencia etarra. "La gente ha creado sus propios mecanismos de supervivencia darvinianos, ha preferido no significarse socialmente y recluirse en su parcela individual. Digamos", indica, "que se ha adaptado, al precio de la degradación moral". En todo caso, conviene no olvidar la naturaleza conservadora de las sociedades sometidas y recordar que también la lucha contra el franquismo fue cosa de un segmento minoritario de la población. ¿Tiene sentido preguntarse si, sometidas a las mismas circunstancias, la sociedad catalana, madrileña, andaluza o gallega lo habría hecho mejor?

Bajo la opresión de ETA, la sociedad vasca ha producido muchos héroes anónimos, héroes bajo la razonable definición de personas capaces de cumplir dignamente con su deber ético en situaciones difíciles que conducen a la mayoría a la renuncia. En casi todos los pueblos, en casi todas las empresas, en casi todos los centros escolares, existen, a veces en régimen de semiclandestinidad, gentes capaces de hacer lo que la mayoría no hace, de decir lo que otros callan. No puede ser casual que muchas de estas personas se distinguieran en su día por su oposición activa a la dictadura franquista.

El profesor de Lengua y Literatura donostiarra Luis Daniel Izpizua subraya, además, que junto a la resistencia activa, se ha producido una resistencia pasiva "construida desde el terror, pero contra el terror" que ha sabido labrar su propia autonomía cotidiana, mantener su voto y contribuir a la derrota del monstruo. "No puedo explicarme de otra forma", dice, "que nuestra sociedad no haya sucumbido por completo a la suma del terror y del régimen nacionalista". Luis Daniel Izpizua otorga a esta resistencia una gran importancia con vistas a los retos futuros políticos que se avecinan. Es posible, pues, que no todos los silencios hayan sido el subterfugio de la cobardía física o moral. Ya dijo el escritor húngaro Sándor Márai que "la indiferencia es una forma de valentía en situaciones límites". Puede que el eslogan "Dilo con tu silencio" que ha presidido las concentraciones ciudadanas, habitualmente escuálidas, sintonizara adecuadamente con las limitadas capacidades de denuncia de la población no nacionalista. Pero sería muy injusto excluir a los nacionalistas de bien que han cruzado la acera para abrazar a su adversario ideológico o que han combatido dialécticamente la barbarie indisponiéndose o enfrentándose a veces con su propia familia biológica.

Con todo, si el aserto del profesor Echeburua: "La sociedad se ha adaptado al precio de la degradación moral", es sustancialmente correcto, habrá que convenir que el problema vasco actual es ahora también, precisamente, un asunto de autoestima. Porque se supone que una sociedad humillada por el miedo obtiene un pobre reflejo de sí misma, ve mermada la conciencia de su dignidad y reducidas sus posibilidades. Quedan pocas dudas de que el terrorismo ha hecho peor al conjunto de los vascos, también a algunos de los héroes forjados en esta situación y atacados por la desesperanza, la rigidez de pensamiento, la frustración melancólica y la dureza emocional. "Ha quedado la sensación de que somos una sociedad tan vulgar como las otras, pero que, encima, matamos", comenta Joseba Arregui. Es una apreciación que se compadece mal con la buena conciencia que el nacionalismo exhibe y con el mensaje de los partidos de Gobierno. "Somos una referencia europea de identidad propia", ha escrito Josune Ariztondo, la secretaria de la ejecutiva del PNV. "Tenemos que llegar a la unidad nacionalista porque de esa manera al pueblo vasco no habrá quien lo pare", ha manifestado, a su vez, la secretaria general de Eusko Alkartasuna (EA) Begoña Errasti.

Con violencia o sin ella, el nacionalismo no va a renunciar a su proyecto pannacionalista, pero tendrá que reformular probablemente sus planteamientos, tratar de convencer y de seducir más que de imponer. Podemos pensar que la política perderá el dramatismo criminal que tan poderosamente ha contribuido a sacralizar a la "causa vasca" y que con el tiempo todos los ciudadanos podrán expresarse con idéntica libertad. Quizá entonces puedan volver muchos de los que han sido expulsados física o anímicamente del solar de Euskadi, conducidos al exilio interior y exterior de una patria excluyente monopolizada en sus símbolos y su cultura por el nacionalismo. ¿Es un sacrilegio pretender que el árbol mutilado de las víctimas, testimonio del horror, acompañe al árbol de Gernika en la Casa de Juntas de esa villa? ¿Es un disparate que el símbolo de las libertades vascas entrelace sus raíces enfermas con las de un nuevo roble para que las generaciones futuras recuerden que la primera de las libertades es el derecho a la vida?

Mural a favor de ETA y de la independencia de Euskadi, pintado en el centro de Hernani (Guipúzcoa).
Mural a favor de ETA y de la independencia de Euskadi, pintado en el centro de Hernani (Guipúzcoa).JAVIER HERNANDEZ
Vecinos de Leiza (Navarra) guardan un minuto de silencio tras el asesinato, en el año 2002, de un guardia civil.
Vecinos de Leiza (Navarra) guardan un minuto de silencio tras el asesinato, en el año 2002, de un guardia civil.AP

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