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Pies en el suelo

Con un mercado laboral en el que es difícil abrirse hueco, la formación profesional gana puntos: el 70% se coloca en pocos meses. Medio millón de jóvenes la han elegido. Pocos todavía. Por Carmen Pérez-Lanzac. Fotografía de Ángela Martín-Retortillo

Carmen Pérez-Lanzac

Cuando envejecemos, muchas cosas cambian, y para mal, en nuestro cuerpo. También en nuestra boca. Las encías sufren su propia transformación: con los años tienden a contraerse. Y eso, para los españoles que lucen una dentadura postiza, se convierte en un problema muy molesto. Miles de dentaduras llegan cada año a los laboratorios para sufrir el dichoso retoque.

Eso que da un poco de grima tiene un nombre técnico: hacer un rebase. Y es precisamente lo que esta mañana de mayo están aprendiendo a hacer 15 chicos vestidos con batas blancas y grandes gafas de laboratorio armados de resina, polvo de piedra pómez y unas máquinas de pulir que hacen el mismo ruido inquietante que sale de las consultas de los dentistas. Son los alumnos de primer curso de prótesis dental, uno de los ciclos formativos de formación profesional superior del instituto Los Viveros, en Sevilla.

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A esa hora, en el mismo centro, Francisco Berrocal, profesor de sistemas electrónicos y automáticos, muestra a los alumnos de mantenimiento qué cables no hay que tocar si no quieren sufrir una descarga mientras instalan un aire acondicionado, algo que, tratándose de Sevilla, harán a menudo. Entre los aspirantes, ni una chica. Para encontrarlas hay que subir dos plantas, hasta las aulas de dietética. Allí, entre probetas, líquidos misteriosos y tubos de ensayo, están aprendiendo a medir el pH de la leche y del aceite. Les será muy útil cuando, dentro de un año, entren a trabajar en el departamento de calidad de alguna empresa de alimentación o en la cocina de un hospital, elaborando las dietas -sin sal, para niños, diabéticos- de los pacientes.

Así es la FP. Real como la vida misma, exenta de los aires de grandeza de la universidad. Aquí se va al grano. Entre 1.300 y 2.000 horas de clase y un objetivo: servir al sistema productivo. Y funciona. Un 70% de los alumnos se coloca en pocos meses. En algunas titulaciones de la rama de mecánica o de comercio, los empresarios llaman a su puerta antes incluso de que hayan terminado. Lo nunca visto. Y estas condiciones atraen a un tipo de alumnado con los pies en el suelo, menos en Babia, con ganas de empezar a ganar un sueldo. ¿Por qué elegiste formación profesional? En las respuestas de 20 alumnos, la frase "porque tiene salidas" se repite y se repite como un disco rayado.

Los años de mitificación de la universidad van quedando atrás. Cuando, terminada la ESO o el bachillerato, llega la hora de elegir entre universidad y FP, muchos chavales se acuerdan de aquel primo biólogo que tras años de carrera no sale de becario o de ese hermano con un empleo muy por debajo de su preparación: sólo cuatro de cada 10 universitarios tienen un trabajo acorde a su nivel de estudios. Valeriano Muñoz, responsable de formación del Consejo de Cámaras de Comercio, explica que el quid de la cuestión hay que buscarlo en la satisfacción de unos y otros: "Más de un 80% de los estudiantes de FP ocupan un puesto acorde con aquello para lo que se habían formado, según nuestros estudios. Muy por encima de los universitarios. La FP está cada vez más valorada por los empresarios, incluso más que por las familias, que todavía no la consideran lo suficientemente buena para sus hijos. Los propios orientadores de secundaria, cuando se encuentran con un alumno brillante, lo primero que se les pasa por la cabeza es que tiene que ir a la universidad. Absurdo".

Son las cinco de la tarde de un lunes. Frente a nosotros, un estudio de grabación de dimensiones considerables. Cuatro cámaras enfocan a dos presentadores. Por sus auriculares les habla una voz de mujer. "Cámara 1: plano medio de Ezequiel. Cámara 3: plano medio de Luis. Tres, dos, uno. Dentro vídeo. Y dentro sintonía". De pronto, la voz carraspea. "A ver, chicos, ¿le habéis dado al play? Venga… Repetimos".

Estamos en el instituto Néstor Almendros, en Tomares (Sevilla), muy popular en Andalucía por su ciclo formativo en imagen y sonido. Asunción Galván, propietaria de la voz femenina y profesora, se dirige a un grupo de alumnos: "Imaginad que llega a vuestro programa un invitado calvo o que va vestido con una chaqueta blanca. Pues tendréis que abrir o cerrar el diafragma de la cámara o meter contrastes. Mirad. ¿Veis la diferencia entre la cámara 1 y 3?".

Por el Néstor Almendros, que coge el nombre del director de fotografía cubano de origen español, pasan anualmente 350 alumnos. Futuros aspirantes a cámara, técnico de sonido, realizador. Desde chavales recién salidos del instituto hasta adultos que se reciclan, como José Luis Méndez, de 37 años, 16 de ellos dedicados a una imprenta. "Todos los días me despertaba a desgana y me pasaba el día mirando el reloj. Era hora de cambiar". La motivación de los alumnos les ha convertido en la envidia del instituto, donde también se estudia secundaria y bachillerato. "No tenemos sus problemas de desgana", dice Pepe Mateo, coordinador del ciclo. "Aquí la gente viene a aprender".

Elena, una predispuesta sevillana de 24 años, piercing bajo el labio y una abrumadora seguridad en sí misma, llegó al Néstor Almendros después de dos años en la universidad. "Cuando acabé el instituto hice lo que todos: me saqué la selectividad y me metí en una carrera, comunicación audiovisual. Un año después conocí a un chaval que había hecho FP, le pregunté y me gustó lo que me contó. En dos años, en lugar de cinco, te sacas una profesión y un puesto. Me cambié".

-¿Crees que todavía hay quien lo considera un fracaso?

-Sí, muchos nos miran como "pobrecito, va a hacer una FP". Pero es más cosa de los padres. Entre la gente de mi edad quedan pocos que piensen así.

Desde 1999, la universidad ha perdido un 9% del alumnado y la FP ha ganado un 10%. Aun así, la distribución sigue sin ser la adecuada: 1,4 millones de jóvenes españoles están estudiando una carrera, tres veces más que el medio millón que cursan FP. En muchos países europeos, la relación es prácticamente la inversa, y romper estas cifras es uno de los quebraderos de cabeza de Paula Greciet, jefa de servicio del Observatorio Profesional del Instituto Nacional de Cualificaciones. Greciet intenta explicarse garabateando sobre un folio. Primero dibuja una pirámide. Se trata del mercado laboral. En la cúspide estarían los directores generales, y en la base, los curritos. Al lado, Greciet pinta algo parecido a un reloj de arena. Representa el nivel de formación de los españoles, con dos grandes sectores: licenciados y los que no disponen de ningún certificado. En medio, un raquítico porcentaje de técnicos y cuadros medios. "Hay una quiebra entre el mundo laboral y lo que produce la máquina educativa", avisa. "Deberían ir a la par, pero se parecen como un huevo a una castaña".

Las primeras referencias a la formación profesional se remontan al reinado de Carlos III, cuando se instaura la escuela de joyeros (hoy sigue existiendo un título de grado medio de joyería), aunque el gran intento de crear en España un sistema normalizado de enseñanzas profesionales no llega hasta 1924, cuando aparece en los estatutos de enseñanza industrial y de formación profesional. En 1955, con el país devastado, se impulsan las enseñanzas profesionales y se crean las escuelas de aprendizaje y maestría industrial, una en cada capital de provincia, y en 1959 nacen las universidades laborales, donde los alumnos, además de aprender a escribir a máquina y aeromodelismo, se especializan en agricultura, mecánica, electricidad, construcción, artes gráficas, industria textil o industrias alimentarias.

En 1970, finalmente, se organiza la formación profesional en tres grados: un primero, para alumnos de 14 a 16 años; un segundo, para los de 16 a 18, y un tercero que nunca llegó a implantarse. La FP duraba entonces cinco años y a ella se dirigían, sobre todo, los alumnos que fracasaban en el instituto. Una vía muerta donde acababan los que no estaban a la altura o no querían seguir estudiando.

Así estaban las cosas a finales de los ochenta, cuando el Gobierno socialista aborda la famosa LOGSE (Ley Orgánica General del Sistema Educativo). Francisco de Asís Blas, entonces director general de Formación Profesional, fue uno de los encargados de cambiar una FP que no funcionaba. "Era la cenicienta del sistema", recuerda. "Por primera vez se plantea que había que desacademizarla. La FP debía dejar de ser una copia mala del bachillerato, y para eso había que definir su oferta según las necesidades del sistema productivo. Lo absurdo es que no se hubiese hecho antes. Tuvimos que cambiar el chip. No dijimos, 'vamos a preguntar a los expertos del sistema productivo qué empleos están demandando'. Montamos veintitantos grupos de trabajo y nos pusimos en marcha. No había que hablar de conocimientos, sino de aptitudes; no se trataba de aprender asignaturas, sino de adquirir competencias. Surgió toda una nueva jerga".

Inspirada en el sistema británico -"nos pareció el mejor y lo copiamos entero", dice Blas-, nació una nueva formación profesional con más autoestima y consciente de su papel. Y más exigente. Para acceder a un grado medio hay que haber superado la secundaria, y el bachillerato, para acceder a un ciclo superior. La nueva FP también es más completa. Ya no es una, sino tres. A la reglada se suman dos hermanas: la ocupacional, pensada para los parados, y la continua, dirigida a los trabajadores que quieran seguir formándose.

Para que la FP se mantuviera cerca del sistema productivo se le ideó un aliado: el Instituto Nacional de las Cualificaciones (Incual), encargado de escuchar a empresarios, expertos y sindicatos para informar de lo que se está cociendo en el mundo real. Para ello, el Incual organiza reuniones periódicas como la que el pasado 22 de junio se celebró en la cuarta planta de un edificio de la calle de Los Madrazo, a un paso de Cibeles, en Madrid. Doce expertos (representantes de empresas y profesores) del grupo de química discuten -a veces de forma acalorada- y se oyen frases como: "yo lo que quiero es que a mi fábrica mandéis a tíos que sepan, que no tenga que enseñarles durante un mes", o "en mi comunidad se está pidiendo gente que sepa usar una resonancia magnética". De reuniones como ésta sale la información con la que después se diseñan los títulos de FP. Otra cosa es que le hagan caso. O todo el caso que deberían.

Tras dos años en el Néstor Almendros, a Elena le llegó el turno de hacer prácticas, uno de los fuertes de la formación profesional, que incluye un mínimo de 380 horas de experiencia en una empresa. Tuvo suerte. Le tocó Canal Sur. En marzo se incorporó de ayudante de realización al programa infantil La banda. "Nada más llegar me pusieron a echar cables, cantar los tiempos y revisar el montaje. A veces me mandan a plató, de regidora, y le digo al público cuándo tiene que aplaudir, o al presentador, que vaya más lento. Desde el primer día me han tratado como a una más. Incluso piden mi opinión".

A pesar de los avances y las campañas publicitarias -"Formación profesional. Ponle título a tu futuro", dice la de este año-, siguen faltando alumnos y medios: una buena FP es cara. Además no existe una buena coordinación entre sus tres ramas, la reglada, la ocupacional y la continua. El problema es sencillo: el Ministerio de Educación se encarga de la primera, y el de Trabajo, de las dos últimas. "Llevamos 14 años hablando de integración, pero aquí nadie integra", dice Blas. "Lo lógico sería que un solo ministerio coordinara las tres. Pero nadie quiere soltar su chiringuito".

Este año, la formación profesional se ha fijado un nuevo objetivo: repescar a toda esa gente que se pierde por el camino de la educación y nunca accede a un título. No son pocos, un 60% de la población activa española, y para ellos están diseñando toda una nueva rama. "La formación profesional tiene siempre un doble reto de signo diferente", dice José Luis Pérez Iriarte, director general de Educación, Formación Profesional e Innovación Educativa. "Por un lado, debe ser competitiva, y por otro, tiene que ser la solución para los alumnos más débiles, los que se quedan descolgados del sistema. Llevar en paralelo ambos objetivos es difícil. Pero ésa es su servidumbre y su grandeza".

Sin los aires de grandeza de la universidad, aquí se va al grano. Entre 1.300 y 2.000 horas de clase y un objetivo: sevir al sistema productivo.
Sin los aires de grandeza de la universidad, aquí se va al grano. Entre 1.300 y 2.000 horas de clase y un objetivo: sevir al sistema productivo.ÁNGELA MARTÍN-RETORTILLO

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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