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Verano en suspenso

Ocho millones de alumnos vuelven a clase. Muchos han pasado el verano estudiando para septiembre. 1º y 2º de ESO son los cursos que acaparan más suspensos, ante la impotencia de los padres y el auge del negocio de las clases de apoyo.

"Esto no es normal. Están suspendiendo niños que no suspendían nunca". Emilia calca la célebre perogrullada atribuida a Gila -"se está muriendo gente que no se había muerto nunca"- para explicar su pasmo ante las calificaciones de su hijo, en segundo de educación secundaria obligatoria (ESO) en un colegio privado de Madrid. Tres, cuatro, cinco asignaturas para septiembre. Las de estudiar. Amenaza de repetir curso. Verano tenso para la familia. Y eso después de desembolsar 500 euros mensuales por la enseñanza del niño, ruta, comedor y actividades aparte.

La perplejidad e impotencia de Emilia es la de muchas parejas de cuarentones -dos carreras, dos sueldos, uno o dos hijos- que ven teñirse de rojo las notas de sus muy deseados, planificados y bien alimentados cachorros. Da igual que el niño vaya a un centro público, privado o concertado. Los avisos de los profesores, la debacle en junio y el ultimátum previo a una probable repetición de curso es algo que les sucede a los demás. Hasta que pasa en casa.

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Fracaso escolar, fracaso social

"Vienen, generalmente la madre,

pidiendo árnica. Entonces, respetando su nivel de estrés, que suele ser alto, se hace un diagnóstico, se realiza una prescripción al paciente y se le envía al doctor con el tratamiento. Lo malo es que la mayoría acuden a urgencias, cuando lo adecuado sería seguir una terapia preventiva todo el año". Bruno Comella se sirve del paralelismo médico para explicar su negocio. Comella es director general de Acadomia, una empresa de profesores a domicilio que ha captado a 10.000 clientes en dos años en España. En Francia, paraíso de la escuela pública, pero "con un nivel de fracaso escolar similar al de España", Acadomia cotiza en la Bolsa de París. "Siguiendo el símil, seríamos la mutua que se contrata cuando la Seguridad Social no es suficiente", sigue Comella. "No somos baratos", admite, "pero algunos padres necesitan una alternativa. Ven que no saben, no llegan o no pueden ayudar a sus hijos con los estudios, y para ellos es un problema de conciencia. Tienen de todo, pero encuentran un problema y buscan una solución. Ahí entramos nosotros, al rescate".

María de la Luz Campos llamó a

Acadomia. Mayo acababa y ya se intuía el desastre. Álvaro, su único hijo, de 13 años, puso en su conocimiento que le iban a caer unas cuantas pendientes. La táctica de primaria -"hacer lo menos posible para aprobar"- no le ha servido en 1º de ESO. Resultado: sociales, naturales, lengua, plástica y música, para septiembre.

"Le amenacé con meterle en un internado, pero no me hizo caso, así que intentamos que este verano fuera inolvidable para él", comenta Mari Luz. Álvaro ha sustituido el campamento futbolero del equipo británico del Chelsea, donde estuvo el pasado verano, por una sentada de 12 horas semanales repartidas entre una academia de recuperación y un programa de clases particulares, además de otras dos horas diarias de estudio y deberes en casa. En total, 1.470 euros invertidos en la operación remontada. "Creo que merecerá la pena, pero el que se tiene que examinar es él", apunta la madre.

El correctivo se llama Mireia, de 29 años y profesora de Acadomia. Tiene el encargo de ayudar a Álvaro a echar el resto en septiembre. Con paciencia de santo, le cuenta al muchacho historias de surferos para explicarle las corrientes marinas. "¡Yo también paso el verano a la sombra!", ríe, "pero para pagarme la hipoteca".

Mari Luz y su marido están demasiado en las nubes como para vigilar el tiempo que su hijo dedica al estudio. Jesús Cordero, de 58 años, es auxiliar de vuelo, y ella, de 48, azafata. Están fuera de casa 15 días al mes, lo que ha convertido a Álvaro en un adolescente poco acostumbrado a rendir cuentas. Ahora, sus padres intentan no coincidir en los vuelos. Pero Jesús, el padre, también achaca la culpa de los suspensos a la actividad extraacadémica de su hijo. Antes de darse el trompazo, Álvaro salía del colegio y se iba a su entrenamiento de fútbol, para luego salir pitando a sus clases de inglés. "A ver quién le pide que haga los deberes a un chaval que llega reventado a las nueve y se tiene que levantar a las ocho. A veces queremos que los hijos hagan demasiadas cosas", reconoce el padre. "Y yo tampoco estoy para fórmulas después de tres días volando. Lo intenté, pero acababa estudiando yo en vez de él", admite la madre.

Jesús y Mari Luz no están solos. Un 25% de los padres españoles se declaran "desbordados" con la educación de sus hijos. El 37% admite que no les vigilan en los estudios. Un 11% lo hace de vez en cuando, un 3% lo deja para los fines de semana, y un 4%, sólo cuando hay suspensos. Los datos, procedentes del informe Padres e hijos en la España actual, realizado por el sociólogo Gerardo Meil para la Fundación La Caixa, recalcan el hecho de que "los padres atribuyen gran importancia a la educación formal de sus hijos, pero, más allá de mandarlos al colegio, su implicación activa en el estudio no está tan generalizada".

El hecho es que existe cierta alarma

social. Los suspensos se han convertido en tema de conversación -y obsesión- para los padres. Pero ¿se suspende más que antes? No exactamente, según el secretario general de Educación, Alejandro Tiana. Los datos nacionales disponibles -la evaluación es competencia de las comunidades autónomas- reflejan hechos consumados.

Los tropezones intermedios no constan. Sólo los batacazos: uno de cada tres alumnos ha repetido algún curso durante la educación obligatoria, y el 30% de los escolares de secundaria deja de estudiar sin aprobar el graduado de ESO. ¿Mejor o peor que la anterior generación? "Ni una cosa ni otra", dice Tiana. "La tasa de idoneidad, la que estipula los estudiantes que están en el curso que les corresponde por edad, era en 1990 de un 58,8%, y en 2004, de un 58,4%. La variación es mínima. Hemos detectado un ligero aumento de los repetidores en primaria, que pasaron del 4,3% en 1995 al 5,9% en 2005. Y, eso sí, una llamativa concentración de repetidores en los dos primeros cursos de la ESO. Mientras que en 1995 superaron segundo el 82% de estudiantes, en 2004 se bajó al 76%".

Lo que sucede además, según Tiana, es que los suspensos son hoy más "visibles". Porque los chicos de la generación que estrenó las nuevas etapas de primaria y ESO parecía que no suspendían nunca. La LOGSE, la ley socialista, suprimió, a partir de 1990, los exámenes de septiembre. Y se generó un espejismo. A nadie le quedaban materias pendientes en verano porque en junio se quedaba todo el pescado vendido. O se pasaba de curso o se repetía. Las vacaciones familiares estaban garantizadas.

En 2000, la ministra Pilar del Casti-

llo (PP) promueve la LOCE (Ley Orgánica de Calidad de la Enseñanza) y abre la posibilidad a las comunidades autónomas de convocar exámenes de recuperación en septiembre. Afloran de nuevo los suspensos. Las vacaciones del clan, otra vez en el aire. "Con este sistema, el profesor está usando el suspenso como una llamada de atención antes de la decisión final. Antes era en junio. Ahora se puede prorrogar a septiembre. Pero al final, los que repiten son básicamente los mismos", sostiene el secretario general. "Demasiados", según estima el propio Tiana. "La recuperación es un instrumento pedagógico que puede ser bueno, pero tengo dudas sobre la repetición".

Según Tiana, sólo cuatro países de la OCDE -Francia, Luxemburgo, Bélgica y Portugal- repiten más que España, y no son precisamente los mejor parados en los informes de rendimiento educativo, como el PISA 2003. "En Francia, país repetidor por excelencia, ha habido un debate del Alto Consejo de Evaluación de la Escuela, que desaconsejaba la repetición. Es un instrumento que hay que utilizar con cautela. Puede haber casos en que esté recomendada, pero usarla como mecanismo general con todo el que vaya mal no funciona". Y los 900 millones de euros que cuestan al Estado los repetidores se podrían destinar "a mejorar el sistema de otras formas".

A montar "mecanismos de detección temprana" de las dificultades de los alumnos, a implantar "estructuras de recuperación continua" y, todo esto, "haciendo énfasis en la primera etapa". Primaria es, según Tiana, "el gran desafío" de la educación en el mundo. "Si no ponemos buenas bases, en secundaria puede ser tarde. Por la propia complejidad de la etapa y de la sociedad, por la edad de los chicos y porque se dan por supuestas cosas que no lo están. Hay que reflexionar sobre lo que significa aprender en el siglo XXI y, quizá porque primaria es menos conflictiva, se le ha prestado menos atención, y los problemas han explotado en secundaria".

En el colegio Menesiano, un centro católico concertado de un barrio de clase media-alta de Madrid, ven crecer a sus niños de los 3 a los 18 años. De infantil a bachillerato. El director, Porfirio Blanco, y la jefa de estudios, Ana Virosta, admiten la fama de duros que arrastran entre padres y alumnos. "Creemos en la autonomía y la responsabilidad personal. En la disciplina y el rigor. Si hay examen hoy, es hoy, y si hay que entregar un trabajo, no se aplaza. Eso marca la exigencia del colegio".

Virosta, responsable de infantil y primaria, constata "la dificultad" que relatan los padres para conseguir que sus hijos, niños de 8 o 10 años, estudien en casa. "Los contenidos se complican, se hacen más abstractos y, a partir de 3º, sería deseable que los niños adquirieran un hábito de trabajo en casa, que dedicaran una hora diaria a asimilar los contenidos y organizar sus tareas. Si no lo hacen entonces, en secundaria es tarde". Esto, que parece sencillo, "es un reto terrible para los padres. Les es imposible conseguir del niño esa concentración y disciplina. Es difícil", admite la maestra, "son niños con más recursos, más tentaciones y con unos padres menos presentes, lo que requiere doble esfuerzo. Pero hay que dejarles claro, en el colegio y en casa, que hay cosas que no son divertidas y que requieren esfuerzo. Los niños se las saben todas, y no pocos padres claudican. Eso está fallando".

El diagnóstico de Jesús Varga, direc-

tor del colegio público Juan de Austria de Alcalá de Henares, un centro con un 30% de escolares inmigrantes, no es distinto: "El profesor y los padres tienen que luchar con factores externos nuevos: Internet, el móvil, la consola, todas esas pantallas. Y se nota. El esfuerzo no es un valor para muchos adultos, y si el profesor lo impone, la familia se resiente. Existe también la tendencia a delegar demasiado en el colegio. La enseñanza es cosa nuestra, pero la educación es competencia de la familia".

Virosta, cuarentona, madre de dos preadolescentes, quiere, no obstante, romper dos lanzas. Una, por los niños: "Algunos están hiperpresionados. Son esos cuyos padres ponen mala cara si les sugieres una clase de refuerzo de matemáticas y replican: 'Y, entonces, ¿se va a perder alemán?'. Pues sí, hay que ir al cimiento. No todos pueden ser trilingües". Y otra, por los padres: "Hay quien se deja la piel. La sociedad ha cambiado y nos ha pillado en medio. Lo que funcionaba con nosotros no funciona con nuestros hijos. Es complicado".

Pese a todo, primaria suele ser una balsa de aceite. Muchos "progresa adecuadamente", un puñado de meritorios "objetivo bien, muy bien o ampliamente conseguido" y algún "necesita mejorar" recuperado en la evaluación final. De hecho, el 85% de los alumnos de sexto de primaria de Madrid aprobó la prueba impuesta por la presidenta regional Esperanza Aguirre. La nota media, notable. Hasta que llega ESO con la rebaja.

El bajón en primero y segundo curso es tan evidente que las autoridades académicas han decidido suavizar el tránsito entre primaria y secundaria. Estamos hablando de chicos de 12 y 13 años, los que antes estaban en 7º y 8º de EGB. Y el grueso de los repetidores se ha concentrado en esos cursos. "Los factores tienen que ver con cambios que quizá son demasiado bruscos. El de escenario educativo: muchos pasan del colegio donde van desde pequeños a un instituto donde hay chicos de hasta 19 años en bachiller. El físico: son chicos en plena ebullición hormonal. Y el académico: pasan de tener un tutor que les conoce, y un grupo limitado de profesores, a tener hasta 11 asignaturas, con 11 profesores distintos", explica Tiana. "Por eso", anuncia, "la LOE (Ley Orgánica de Educación) prevé una transición más suave. En los dos primeros cursos de ESO no se podrá incrementar en más de dos las materias, y cada profesor podrá dar más de una. La secundaria es una etapa tremendamente compleja", admite el secretario general.

28 de junio de 2006. Día de entrega de notas en el IES Marqués de Suances, en un barrio popular de Madrid. Francisco Marina tiene una pequeña cola de alumnos que protestan por los suspensos. Paco Marina tiene 54 años y lleva 34 de ellos dedicado a la enseñanza. Es tutor y profesor de matemáticas. Para charlar, prefiere transitar por el patio, donde los chicos no le vean fumar. "La educación era antes el ascensor social por excelencia. Pero los chavales de hoy ven, por un lado, que muchos licenciados no encuentran un trabajo acorde con sus estudios y, por otro, que cualquier freaky de la tele se lo lleva calentito sin dar un palo al agua. Lamentablemente, el esfuerzo es un valor a la baja". Aunque Paco reconoce que los profesores fallan al no poder dar una atención realmente personalizada para cada alumno, también echa en falta más inversión pública. "Esto de la educación es cuestión de pasta", sentencia.

Las cosas no mejoran en bachillerato. La tutora y profesora de lengua de primero de bachiller, Paz Soler, entrega los boletines. Muchos tienen al menos una marca roja. "Intentamos motivarles en clase con vídeos, ordenadores… Pero si dejamos de valorar el esfuerzo para lograr las cosas, estamos perdidos. Y los padres también tienen mucho que ver en esto". Apenas un par de madres despistadas transitan por los pasillos el día de entrega de notas.

"Los estudiantes tienen la obligación

de estudiar". No es una redundancia, sino uno de los artículos de la LOE. Pero Elena, de 15 años, discrepa. "Éste ha sido mi año sabático", arguye, mostrando sus notas de 3º de ESO. Ocho suspensos. "Y ahora, perdona, pero me voy a celebrarlo con las amigas". Sus padres no han venido, pero están preocupados. Propietarios de un negocio que les quita el tiempo que les gustaría dedicarle, hacen lo posible por estar encima de ella. Incluso han acudido a una escuela de padres. "Desde luego, este año no ha servido. Ahí está el boletín de Elena. Creíamos que se le pasaría la tontería tras sus cambios hormonales, pero parece que sigue con el pavo a cuestas. Nosotros ya ponemos todo de nuestra parte, a ver si despierta de una vez", suspira el padre.

Para muchos padres, la educación de sus hijos es una inversión. De tiempo y de dinero. Y lo que anhelan son beneficios. Que sus hijos tengan, como mínimo, su nivel social y económico. Si los resultados no son los esperados, se impone un golpe de timón al rumbo de los vástagos. Aprobar a cualquier precio. La Institución Educativa SEK es uno de los muchos centros que organizan cursos de verano para rezagados. Para 1º de ESO, su tarifa oscila entre los 564 y los 674 euros.

Al Colegio Internacional SEK-Ciudalcampo se llega tras pasar el control de seguridad de una apacible urbanización al norte de Madrid. Algunos chavales disfrutan del recreo mientras otros se preparan para entrar en clase de inglés. Un cartel conmina: "Estudia, pero con estrategias". Es mediodía del martes 25 de julio de 2006. Ocho chicos y cuatro chicas de 1º de ESO entran en el aula en la que enseña inglés Carmen Blanco, de 55 años. "Tell me an example of Fast Food Restaurant". Tras unos segundos de silencio sepulcral, la más avispada recuerda el lugar donde pasa la tarde del sábado con las amigas: "MacDonald's", responde, escueta y exacta. "Lo que ocurre en estas edades", comenta Carmen, "es que un grano en la cara se convierte en un acontecimiento que arrincona los estudios. Lo difícil de nuestro trabajo no es dar clase, sino buscar las vías de motivar a los chicos".

Los que tienen más de cinco asignaturas para septiembre no pueden asistir a los cursos del SEK. "A partir de ese tope es muy difícil conseguir resultados satisfactorios en septiembre", opina Ricardo Viera, coordinador de estos cursos de recuperación. Aunque las hayan aprobado, los asistentes también reciben clases de lengua, matemáticas e inglés. "A modo de refuerzo", recalca Viera. En total, la rutina se compone de seis clases de una hora al día más otra de recreo. Este verano hay 120 chavales de entre 12 y 18 años expiando sus suspensos en el SEK Ciudalcampo.

Pero aún se pueden purgar más. El Centro SEK El Castillo, cerca de Villanueva de la Cañada (Madrid), es, literalmente, un internado de verano. "Allí, las salidas de fin de semana se condicionan al resultado académico", comenta Viera. "Algunos padres mandan a sus hijos para poder irse ellos de vacaciones. Pero para aprobar en septiembre, por mucho que hagamos nosotros, casi el 90% del esfuerzo final lo tiene que poner el alumno", concluye.

Todo para conseguir el objetivo:

el graduado en ESO. De los que lo consiguen, la gran mayoría -el 94%- sigue estudiando. Como Daniel Múgica, un triatleta de 20 años que lleva varios dando rodeos -después del bachillerato hizo un módulo superior de FP de dos años para esquivar selectividad, y después, dado que no alcanzó la nota de corte, optó por cursar los tres años de magisterio como diplomatura-puente- antes de llegar a la meta de una licenciatura en INEF, su auténtica vocación.

El caso de Daniel y otros pragmáticos como él puede desesperar a sus padres. Pero no les quita el sueño a las autoridades académicas. Están en el sistema. El problema es el 30% de desertores. Chicos y chicas que tiran la toalla sin terminar la ESO. La tasa de abandono prematuro de los estudios, en el frío lenguaje estadístico.

"Ése es el gran reto del sistema educativo español", admite Tiana, "rescatar a esos chicos y reengancharlos a la formación". Devolverlos al redil. Por su bien. "Está en juego su porvenir personal y el futuro de este país". La Comisión Europea ya advirtió en 2004 sobre la "preocupante" carencia de titulados superiores en la UE, dado que, según sus cálculos, un 80% de los puestos de trabajo que se crearán hasta 2010 requerirán cualificación superior. Y aprovechó para tirarle de las orejas a España, que firmó el compromiso de reducir del 30% al 10% el abandono prematuro. Sin ESO, la vida puede hacerse muy cuesta arriba.

Alba Gómez: "Me cuesta centrarme en clase. Hay asignaturas que son un plomo".

18 años. Estudia 2º de bachillerato en un colegio concertado. Suspendió cuatro asignaturas en junio. Trabaja como cajera de supermercado en verano.

"Me han quedado las de empollar: geografía, música, historia del arte y filosofía. Sé que he aprobado las fáciles, pero es que siempre me he tomado los estudios con tranquilidad". Cree que ha suspendido por ella más que por los profesores: "Me cuesta mucho centrarme en clase. Aunque hay asignaturas que son un plomo". Son las 22.30 de un viernes. Alba acaba de terminar su jornada como cajera en El Corte Inglés, donde ha trabajado el verano. Muchas de sus compañeras son estudiantes en su misma situación: suspensas para septiembre. "Me he organizado para poder salir y estudiar. Trabajo por la tarde. En teoría, estudio cuatro horas diarias, pero luego es menos porque me cuesta aprender los contenidos. Me han dicho en el colegio que me falta método de estudio. Sé que tengo que encontrar la fórmula para aprender más rápido, y eso sólo se consigue probando, pero quizá ya es tarde. Los esquemas me dieron resultado el año pasado, y eso que empecé a estudiar a un mes de los exámenes. Este año, mis padres pueden estar tranquilos; lo tengo todo controlado. Voy lenta, pero segura". Si aprueba, quiere hacer un módulo superior de imagen. "Así puedo pasarme a la carrera de relaciones públicas y publicidad sin hacer selectividad". Ana Sánchez Juárez.

Ángel Javier Álvarez: "La mitad de mi clase ha suspendido una media de tres materias"

13 años. Estudia 1º de educación secundaria obligatoria en un colegio religioso concertado. Suspendió lengua en junio.

"En primaria, sólo con entender en clase sacaba notable, pero en la ESO hay que estudiar". Ángel ha tardado un año en aceptar la evidencia. Él, que acreditaba objetivos "ampliamente conseguidos" en primaria, inauguró ESO con dos suspensos. "Le quitamos la play y empezamos a vigilarle", recuerda Rosa, su madre, matemática. Tercera evaluación: las notas no llegan. "Un día, en la web del colegio vi el desastre: seis suspensos", dice Rosa. "No dije nada porque las iba a recuperar, para no montar el pollo", se justifica Ángel, que tiró de reservas y aprobó cinco en junio. Su bajón no es aislado. Pasó a ESO con sus compañeros desde los tres años. "Y ha suspendido la mitad de la clase". "Está descolocado", observa Rosa. "Coincide el cambio de edad, el de prioridades y el de nivel. Ha pasado de un tutor a 11 profesores. Además", admite, "no ve el estudio como obligación". Ángel -un verano sin play- tiene un plan para segundo: "Organizarme". Rosa, otro: "Igual contrato clases particulares para que le controlen. A los padres nos torean".

Marielves Mirabal: "Repetir curso me ha dado una buena base para el bachiller"

16 años. Repite 4º de educación secundaria obligatoria en un instituto público. Suspendió matemáticas en junio.

"¡La culpa fue de las matemáticas!". Aunque se le han atragantado los números, a Marielves le gustaría estudiar en el futuro una carrera universitaria de la rama de ciencias. "Lo que más me interesa es la física y la química". Precisamente, física y química son culpables, junto con las matemáticas, de que este año haya repetido curso. Y al llegar el verano… Otra vez las mates. "Yo no sé qué tendrá 4º de ESO, pero aquí me he quedado. Si soy sincera, lo cierto es que creo que repetir me ha dado una buena base para afrontar el bachiller el año que viene". Marielves está convencida de que las cinco horas diarias que dedica este verano a resolver problemas numéricos darán su fruto en septiembre. "Incluso me llevé los libros a Miami para que mi hermano, que es banquero, me ayudara a estudiar durante las dos semanas que estuve allí con él". Ella confiesa que le cuesta trabajo organizarse el tiempo durante los exámenes. "He hecho cada barbaridad… ¡A más de una ecuación le he cambiado los signos de positivo a negativo!".

Álvaro Cordero: "Éste es mi último verano en el sótano"

13 años. Estudia 1º de educación secundaria obligatoria en un colegio concertado. Ha suspendido cinco asignaturas para septiembre.

Llegaba por la tarde a casa, merendaba, se iba a entrenar con su equipo de fútbol; luego, a clase de inglés, y a las nueve en casa. Estudiar, estudiar, lo justito. "Y así me he pegao el trompazo". La técnica de Álvaro ha sido este año la misma que manejó en primaria. "Pero ya no valen medias tintas, estamos en ESO", comenta Mireia, de 29 años, la profesora particular que este verano se ha convertido en su sombra. Juntos preparan las cinco losas que pesan sobre la conciencia de Álvaro: sociales, naturales, lengua, música y plástica. Y le pesan porque ha tenido que decir adiós al fútbol, al menos en verano. Lo más redondo que ahora alcanza su vista es una bola del mundo que reposa en el sótano de la casa de sus padres en Pozuelo (Madrid), donde Mireia y él repasan las lecciones al calor estival. Jesús, el padre, reconoce: "El deporte no se lo podemos quitar, pero queremos que comprenda que no se suspende en balde". Con el correctivo casi cumplido, Álvaro reta: "A mí no me vuelve a quedar ni una. Éste es mi último verano en el sótano".

Daniel Múgica: "Para mí, el curso dura de septiembre a septiembre del año que viene"

20 años. Estudia 1º de magisterio. Ha suspendido tres materias. Trabaja como socorrista durante el verano. Quiere 'reengancharse' al INEF.

Daniel es experto en planificar el tiempo y buscar atajos. Para eso es triatleta. Nadar, pedalear y correr sucesivamente sin parar el cronómetro, eso es el triatlón. Algo así ha aplicado a su carrera académica. "Suspendí tres en bachillerato, veía imposible sacar selectividad, así que hice un módulo de dos años de técnico en actividades deportivas. Al acabar, como no tenía nota para el INEF, me metí a magisterio. Así, cuando acabe los tres años puedo reengancharme en cuarto de INEF de alto rendimiento, que es lo que realmente me gusta. Y si entretanto me canso, ya tengo el módulo y la diplomatura", ilustra mientras pasa el limpiafondos por la piscina comunitaria donde trabaja. Antes se ha hecho 80 kilómetros en bici y ha estudiado "hora y media" sus pendientes. "Educación física base; bases biológicas y fisiológicas del movimiento y bases teóricas de la educación física". Teoría pura. No es raro. Lo suyo es la práctica: "Soy un estudiante mediocre. Mi pasión es el deporte, pero tengo que aprobar. Eso sí, el curso dura de septiembre a septiembre". No gana quien vence la etapa, sino quien llega primero a la meta.

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