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GÜNTER GRASS

Mis dos meses en España

"En España hay una enorme energía". Son palabras del escritor alemán y premio Nobel de Literatura Günter Grass. Vivió en Madrid durante dos meses a principios de la primavera como un ciudadano más. Trabajaba en su nuevo libro, 'Pelando la cebolla'; tomaba café con los amigos, iba de tapas y disfrutaba de intensos placeres, como callejear o visitar las salas del Museo del Prado. Nos lo cuenta en primera persona

Juan Cruz

Günter Grass pasó dos meses felices en Madrid y en otros lugares de España cuando iba a empezar la primavera, este año.

A todas partes fue como un hurón, mirando fijamente la realidad como si estuviera, también, recordando qué le ocurrió en sitios donde nunca antes había estado.

Apasionado por la memoria de la España de la Guerra Civil, que aparece en algunos de sus libros (y singularmente en Mi siglo, donde rememora cómo vivió de niño las noticias del bombardeo de Gernika), hizo de su paso lento por esta tierra una especie de celebración de la vida.

Al contrario de lo que parece a primera vista, este hombre que nació en la Polonia que fue alemana y que ahora vive tratando de que a su alrededor se calme o desaparezca la sensación de la fama, es un hombre afable y tranquilo, que disfruta de la conversación apacible y del silencio, que busca cuando escribe, pinta, piensa o bebe coñac a media tarde.

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Con su mujer, Ute, Günter Grass alquiló un ático de un hotel al lado de la Puerta del Sol, de Madrid, y desde allí veía los viejos tejados, pintaba cebollas -para su nuevo libro, Pelando la cebolla, que también corrigió aquí- y contemplaba con regocijo las evoluciones de un perro inteligentísimo y tranquilo que era su vecino. El perro miraba a un lado y a otro de la calle, como él, y al premio Nobel alemán le hacía gracia compartir esos gestos mientras la ciudad, abajo, seguía su ritmo pueblerino y a la vez cosmopolita. El perro se convirtió en una compañía y también en una obsesión literaria; mantenía con él conversaciones mudas, y terminó hablando de ese compañero como uno de los hallazgos de las azoteas de Madrid, que adora.

El ático lo consiguió el matrimonio Grass gracias a su hijo, Hans Grunert, fotógrafo, especializado en arquitecturas, que les siguió en este viaje, y de quien son las fotografías que comprenden estas visiones de Günter Grass que recoge EPS. La mañana en que eligieron las fotos, Günter, Ute y Hans parecían los miembros de una familia bien avenida que acaba de regresar de unas vacaciones que aún les regocijan. Tiene Grass algo de adolescente, en su capacidad de sorpresa y en su pasión narrativa; cuenta las cosas como si aún le estuvieran sucediendo, a veces en tiempo real, dando todos los detalles: como si estuviera describiendo fotos.

En la calle, el autor de Mi siglo quiso confundirse con los inmigrantes y con los madrileños, cuando estaba en Madrid, y en todas partes quiso saber más de lo que estaba viendo; le parecía que la ciudad había ganado en libertad, gracias a esa diversidad de razas, y el colorido de las calles y de las plazas le parecía un contrapunto definitivo con respecto al aire gris que vivió aquí cuando vino nada más acabarse el franquismo.

En este tiempo fue un visitante asiduo del café Central, en la plaza del Ángel; allí se encontró con jóvenes con los que compartió café -"demasiado café", le decía Ute, "no vas a dormir"- y coñac hasta que entraba la noche; no fue con ellos el escritor desdeñoso o huraño que prefiere contemplar en silencio la realidad que le circunda, para hablar de ella como si la hubiera vivido, sino que mantuvo conversaciones en las que se mostró como un entusiasta de todo, aprendiendo, decía, de los que vienen detrás.

Alguna vez se citó allí con amigos, como su primer editor, Jaime Salinas, y en los alrededores tuvo oportunidad de abrazarse con otro asiduo del Central, Mario Vargas Llosa, con quien había tenido, muchos años antes, una agria polémica en torno a la Revolución cubana… Los dos contaron luego por separado el encuentro, y ambos estuvieron de acuerdo con el resumen que hizo el autor alemán: "Tantos años después", nos dijo Grass, "cómo no íbamos a darnos un abrazo".

Estuvimos cuando se encontró con Salinas; se fotografió con jóvenes que había por allí, interrogó a su antiguo editor acerca de la vida en común, y los dos hablaron de un tema que en ese momento les unía como la melancolía de la juventud: la edad, que en ambos frisa los ochenta. ¿Les importa? Sí, claro que sí; en otros tiempos hubieran vaciado un bar, conversando. Ahora uno y otro tenían que retirarse a alguna hora; la edad manda más que el tiempo.

Especialmente feliz de disfrutar del buen clima físico, social y político que advertía en España, Grass tuvo aún más encuentros. Con el presidente Zapatero, por ejemplo, en La Moncloa. Se lo organizaron desde la Fundación Príncipe de Asturias, y suponía para él la oportunidad de explicarle al presidente del Gobierno antiguas relaciones con España, desde que vino aquí con Willy Brandt a apoyar el partido que entonces dirigía el primer presidente socialista español, Felipe González. También quería trasladarle a Zapatero su acuerdo por una decisión que entonces había tomado el presidente del Gobierno acerca de la energía española, enfrentada en ese momento (y después) a una OPA alemana.

Estuvo en el Teatro Real, en el Auditorio, con sus amigos Grita Loebsack (que nos sirvió de intérprete para recoger estas visiones de Grass) y Miguel Sáenz, su traductor literario al español; fue a Oviedo a debatir sobre la situación de los medios de comunicación en un mundo en crisis, y allí compartió escenario, entre otros, con Claudio Magris, en el marco de los actos del 25º aniversario de los Premios Príncipe de Asturias… A todas partes le siguió el ojo de la cámara de Hans Grunert.

Cuando iba a acabar su estancia -no quiso dar ninguna entrevista, no quiso participar en actividades públicas: tan sólo quiso saber cómo es vivir aquí- nos citó en aquel palomar donde corrigió su libro y pintó centenares de cebollas, y nos contó allí las impresiones de su estancia. Al final nos fuimos de tapas, y él bajó a la calle transportando la basura. Con la naturalidad del que está habituado a vivir despacio, entró en la portería, habló un rato con el responsable del edificio, dejó la basura en su sitio y luego siguió caminando como si su paciencia fuera la de la ciudad.

Aquí quedan registradas las sensaciones que se llevó.

España. "Cuando era niño jugábamos con mis compañeros a la Guerra Civil, en el patio de nuestra escuela. Lo cuento en Mi siglo. Pero la primera vez que vine fue en 1954, obviamente aún en tiempos de Franco. Yo recuerdo España como un país muy cerrado, homogéneo, muy ensimismado, y sobre esa impresión escribí un cuento, Mi prado verde. Me fui sin muchas ganas de volver, al menos mientras estuviera aquí el señor Franco. Años después tuve la suerte de recibir una invitación de Willy Brandt; era 1976, ya había muerto Franco, y Brandt quería que yo viniera a una gran reunión de la Internacional Socialista. En aquel momento España todavía proyectaba una impresión sombría; era aún la primera transición, todo estaba en el aire. Después tuve muchas otras oportunidades de volver a Madrid, para la Feria del Libro, para discusiones culturales o políticas, así que he tenido la posibilidad de ver cómo ha ido cambiando España; pero no sólo en Madrid, sino también en Barcelona y en otras ciudades… Lo que me ha resultado extraordinario es cómo España se ha recuperado de siglos de oscuridad. Ha surgido una nueva manera de ser en la literatura, en la política, en la sociedad, y ha pasado algo que aún está en proceso, pero que es muy importante para el futuro: la progresiva separación del Estado y la Iglesia… Todas estas circunstancias han alimentado ahora mi interés de pasar una temporada en Madrid, y en España. Se produjo una oportunidad muy favorable: había terminado un libro, debía corregirlo, y lejos de Alemania podía estar más tranquilo para hacerlo. Nuestro hijo Hans encontró aquí un pequeño apartamento a buen precio, y aquí hemos estado".

Tejados. "Ha sido muy emocionante estar sobre los tejados de Madrid. Lo he podido hacer todo a pie. He paseado por la calle Huertas, por la Puerta del Sol, he entrado en cafés y en tabernas; he ido a los museos, sobre todo al Museo del Prado, y he estado muchas veces en mi café favorito, el Central, siempre con mi mujer, Ute, que además ha sido fundamental en la corrección de mi libro, Pelando la cebolla. Y aquí he revivido: venía de un país dominado por el descontento, por las quejas, por el inmovilismo, hasta por la controversia por la reforma de la ortografía… La impresión es que las cosas no se mueven en Alemania… Y aquí, en España, hay como una enorme energía, gente que busca tareas y que las cumple. Esto se ve en la calle: hay ritmo, rapidez, alegría de vivir y de hacer cosas, y eso es algo que dura hasta muy tarde en la noche… Claro que también hay mucho ruido, algo a lo que nosotros no estamos muy acostumbrados: ¡da la impresión de que todos los españoles hablan a la vez!, aunque también da la impresión de que también se escucha… Bueno, a lo mejor es sólo mi suposición".

'GUERNICA'. "Muy pocas veces como en el Guernica se ha logrado en la pintura concentrar en una sola imagen el terror y el horror que uno puede sentir en la guerra. En mi memoria de esas imágenes yo recuerdo Los horrores de la guerra, de Goya, cuando entraron en España las tropas napoleónicas… Goya también consiguió plasmar este terror de la guerra, y yo creo que, en el fondo, Picasso se ha apoyado aquí en Goya, lo sentía detrás de él y le daba fuerza. Picasso ha conseguido crear un auténtico símbolo de los horrores de la guerra. Me han impresionado los trabajos previos a este gran cuadro. Puedes vivir y presenciar la evolución del cuadro. Los métodos de matar cambian, pero el terror que padece la población civil sigue siendo el mismo; ahora ese terror se plasma en una guerra absurda, la de Irak, y uno siente ante este cuadro el horror del mundo que sufre sin tener nada que ver con el origen de los conflictos… El reflejo de las guerras tarda en llegar a la literatura… Yo mismo he escrito de la guerra, en El tambor de hojalata, en El gato y el ratón, pero lo he hecho más tarde, con cierta distancia, y eso pasa también con la literatura española, se tarda en escribir del horror que se ha vivido".

LIBERTAD. "Hans me ha fotografiado leyendo periódicos porque esa es una tarea mía muy común, en cualquier sitio, y aquí, además, he hablado de periodismo, en Oviedo. En Madrid he recibido muy puntualmente el Frankfurter Allgemeine Zeitung, ésta es mi lectura de las mañanas. Ha coincidido mi estancia con la polémica sobre las caricaturas de Mahoma publicadas en un periódico danés. Soy partidario de la libertad de prensa, pero esa es una meta, y no más. Nosotros hacemos como que tenemos una libertad de prensa del cien por cien, y todos sabemos muy bien que no es así, que hay un gran número de periodistas que ejercen la autocensura, que el capitalismo les ha prestado a los periodistas una tijera que llevan en la cabeza… El capitalismo tiene la pretensión de representar la libertad absoluta; la globalización se presenta como un dogma, y no se somete a crítica alguna la concentración de poder que se pone en manos de unos pocos, y eso se da también en el caso de los grandes grupos de comunicación, que se hacen acompañar también de emporios editoriales, de cadenas de televisión… Lo que ha pasado con las caricaturas danesas revela que se ha actuado contra un tabú, y la reacción ha sido muy violenta, lo que ha evitado que la gente se pregunte qué es de veras para nosotros la libertad de prensa, y habría que pensar en todas las cosas que hemos hecho mal nosotros…

Hablando de la globalización, yo me alegro muchísimo de que ahora el presidente Zapatero haya rechazado el traspaso de uno de los grupos de energía de España a la E.On alemana. Leo que hay una gran indignación porque se dice que ésta es una intervención en la libre evolución del mercado, pero en el fondo de lo que se trata aquí es que la economía de mercado se ve afectada y destruida por esa formación de grupos y de monopolios… Lo que pasa es que acciones como esa eliminan toda competencia, y yo estoy a favor de Zapatero".

CEBOLLA. "Este otoño saldrá Pelando la cebolla, mi nuevo libro. Para mí, la cebolla es una metáfora de las capas que tiene la memoria. Las capas se quitan poco a poco, hasta llegar a la esencia. Así es el proceso de la escritura. Pelando la cebolla es un libro sobre mis años de juventud desde que tenía 12 años, cuando empezó la guerra, hasta que llegué a los 30. La guerra empezó en Danzig, y el libro acaba cuando empiezo a escribir El tambor de hojalata. Son los años de la infancia, de la juventud, de la guerra, de mis tiempos de soldado, de militar, cuando a los 16 años tuve que ir a la guerra, y de nuevo de estudiante, cuando estuve en las academias de Bellas Artes en las academias de Düsseldorf y de Berlín. Ese es el marco de este libro en el que he trabajado durante tres años… Cuando acabas un libro te quedas un poco ciego con respecto a tu propia obra. Para despejarme, la ayuda de mi mujer ha sido increíble. Hemos trabajado en dos mesas, ahí están; ella es una lectora muy crítica, muy profunda, y muy precisa. Es una ayuda de la que no quisiera prescindir. Espero que en el reportaje ustedes puedan mostrar una foto en la que los dos estemos trabajando. Y ahí están los dibujos de la cebolla. Desde que terminé El tambor de hojalata tengo la costumbre de ponerme a trabajar en la portada, y esta vez la portada, claro está, será una cebolla. He comprado muchas cebollas, las muestro cerradas y abiertas. Confieso que, después de las fatigas de un libro, éste es un modo de relajarme, de pasarlo bien…".

PLACERES. "Soy una persona a la que le encantan los escaparates. En Madrid hay muchas tiendas muy pequeñas, uno se pregunta cómo pueden sobrevivir. En esas tiendas decoran los escaparates con mucho cariño; a veces son horriblemente kitsch, los llenan de flores artificiales, de soldaditos de plomo… Me llama la atención que casi todas las tiendas de alimentación estén en manos de los chinos, que además tienen su propia pasión por las cosas pequeñitas y viejas. Me encantan los bares, las cafeterías y las tabernas. Y me gustan las tabernas en las que no se cabe, en las que no hay ni sitio para sentarse; pero, claro, a mi edad tengo que sentarme en algún sitio. Y comemos de todo; me gustan mucho los pescaditos fritos, el maravilloso jamón ibérico, quesos, una ensalada, ¡la morcilla frita me encanta! Y lo que también me apasiona son esas plazas que están tan bien organizadas, con sus bancos de madera. Ahí me siento, entre los viejecitos y las viejecitas que también descansan allí, y entre ellos empiezo a dibujar retratos. Lo que me gusta es que nadie me reconoce, me dejan tranquilo, soy un ciudadano anónimo en medio de la gente. Me encanta ir al café, y mi favorito es el café Central; allí ya me conocen, y nada más entrar me traen un café solo con un coñac al lado, dentro de una copa ligeramente calentita. ¡Es como una celebración! Y mira, ahora aparece por allí el perro, ese vecino que me mira cada día desde la casa de enfrente. Él observa quiénes van por la calle, mira a un lado y al otro, y yo me siento aquí como él. También es un placer".

LA PIPA. "Cuando he llegado empezaba en España la prohibición de fumar en lugares públicos, pero no he tenido problemas, porque voy tan sólo allí donde se puede fumar. Se me ocurre que para que la gente joven deje de fumar lo que tendrían que hacer es subir los impuestos que pagan las tabaqueras; de ese modo los jóvenes pueden decidir por ellos mismos si fuman o no, que para eso son mayores. Lo que me sorprende ahora es cuántas mujeres fuman por la calle; debe de ser un signo de emancipación. Yo empecé a fumar relativamente tarde, cuando ya tenía 19 años. Empecé a fumar cigarrillos que me hacía yo mismo. Un amigo me regaló tres pipas, que él ya había utilizado. Gracias a eso descubrí que fumando en pipa no inhalas el humo, y además el tabaco sabe mejor, y el olor que desprende es mucho más placentero. Por otra parte, tienes todo el rato algo a lo que te puedes agarrar, y en unos tiempos como los nuestros esto es impagable. Es posible que fumar en pipa, además, me confiera un aire apacible. Soy una persona a la que le gusta escuchar, observar, y eso es mucho más fácil teniendo una pipa en las manos. Pero yo soy verdaderamente una persona nerviosa, que siempre está con un fósforo en la mano. Porque cuando escucho o veo algo se me olvida fumar y se me apaga la pipa, y tengo que volver a encenderla. Puede que sea un elemento que me da paz, pero de eso a que me haga una persona más pacífica no me atrevo a decirlo…".

PAISAJES. "No puedo olvidar que además de escribir soy también una persona que pinta y que dibuja, y que hace acuarelas. En medio de las distintas escrituras siempre he vuelto a dibujar animales o paisajes como fondo de mis cuadros, o paisajes como escenarios de juego. Me gusta mucho mirar, y en el viaje en tren a Oviedo hemos pasado por paisajes muy diversos; primero eran muy pedregosos, luego una enorme planicie, luego había una montaña completamente blanca por la nieve, y después de unos paisajes verdaderamente salvajes vimos un país verde. Es apasionante ver toda esa sucesión de paisajes en un solo país. Pero también he visto, viniendo de Extremadura, desde Portugal, que el paisaje se está destruyendo. Antes de llegar a Madrid ves esas urbanizaciones horribles, obviamente especulativas, cementerios de coches en un paisaje normal y corriente. En Alemania publiqué un libro que se titula Madera muerta, sobre la destrucción del bosque alemán. Hasta hoy el proceso de la destrucción del bosque alemán no ha cesado, es una parte de nuestro paisaje, y lo están matando, y aquí he visto cosas igual de graves".

EL PRADO. "He pasado muchas horas mirando cuadros en el Museo del Prado. Es inagotable, porque cada vez que voy veo cosas que me resultan nuevas y que son maravillosas. Hay, además, un efecto suplementario. Lo cuento en mi nuevo libro. Cuando tenía 12 años reunía cromos, y entre ellos había algunos de pintura, que representaban obras del gótico, el Renacimiento o el barroco. Entre esos cromos había un autorretrato de Durero. Estaba muy ricamente vestido y miraba con mucha confianza. Es un cuadro que siempre me ha gustado muchísimo. Verlo así, al natural, en el Museo del Prado, me ha permitido comprobar que en realidad era un cuadro muy pequeño, y yo creía, cuando lo miraba de niño, que era enorme, y debía ser por el efecto intensísimo que ejercía sobre mí. Pero éste es sólo un cuadro entre los muchos que he vuelto a ver. Qué maravilloso es ver cómo pinta Velázquez, cómo pinta a la familia real, cómo usa los espejos… Cómo introduce Goya su visión irónica. Y es sorprendente, porque ambos cumplen encargos, y normalmente los encargos suavizan al pintor, que no deja que aparezca la ironía. En estos pintores, sin embargo, la ironía es preponderante, impresiona. Goya es para mí maravilloso: todos esos rostros de la vida en el pueblo, los rostros de los cuadros negros… Hay otras cosas que me impresionan en El Prado: los trípticos de El Bosco, un adelantado a su tiempo; el infierno de Brueghel, esa representación simbólica de la peste es extraordinaria. Ante esos cuadros puedo pasarme horas".

El escritor alemán y premio Nobel de Literatura Günter Grass vivió en Madrid durante dos meses a principio de primavera.
El escritor alemán y premio Nobel de Literatura Günter Grass vivió en Madrid durante dos meses a principio de primavera.HANS GRUNERT

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